La magia de la emoción
“Los seres humanos somos más parecidos que diferentes y todos sentimos las mismas emociones, que son activadas por las mismas cosas”.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 3 años.
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Lo que empezó como un pasatiempo de niño, terminó siendo mi carrera. Jamás pensé que aquel niño que, simplemente, adivinaba la carta que escogiste dentro de la baraja llegaría a viajar el mundo con el arte de la emoción, llevando la magia desde Puerto Rico a todos los rincones del planeta. Pero pongamos todo eso en pausa por un momento.
Pienso que la calidad de las artes y del artista se miden en la emoción que logran transmitir. No todas las artes logran eso a un mismo nivel. Por ejemplo, la arquitectura de un edificio, sin duda, se puede considerar algo artístico. ¿Pero en realidad te puede hacer reír o llorar? En cambio, cuando vas al teatro, escuchas una canción o ves una película, seguramente te transmite una emoción palpable, siendo esa la vara para medir esas obras artísticas.
Llorar es algo que todos evitamos. A nadie le gusta llorar. Sin embargo, he escuchado en varias ocasiones a alguien decir: “La película es buenísima. Lloré como un niño”. ¿Cómo es posible? Llorar, tristeza y miedo son emociones incómodas, pero aun así siguen siendo emociones. Cuando un arte logra transmitir esas emociones a tal punto que lloras, ríes o te da miedo (en mi opinión) es exitoso. El arte de la magia es un excelente exponente de estas emociones. Los seres humanos somos más parecidos que diferentes y todos sentimos las mismas emociones, que son activadas por las mismas cosas.
Ahora volvamos a mi carrera. Hay cosas que marcan a las personas y usualmente esas huellas las dejan las emociones que provocó ese momento. Nunca olvidaré la primera vez que me presenté en el Centro de Bellas Artes de Santurce. Para mí fue un sueño de niño hecho realidad. Ante una casa llena, pude exponerle a Puerto Rico mi arte que he ido desarrollando desde pequeño. El espectáculo culminó con un tributo a Harry Houdini, en el que fui encadenado, esposado y sumergido de cabeza en un tanque lleno de agua. Tenía apenas dos minutos para escapar antes de morir ahogado. Ese momento, simplemente, me llena de emociones. He vuelto a ese teatro en muchas otras ocasiones, pero jamás como esa primera vez. Ahora mismo, escribiendo sobre ese momento, me tiembla el pulso.
Ahora, veamos la emoción vista del ojo del público. En 1985, el ilusionista norteamericano David Copperfield hizo desaparecer la famosa Estatua de la Libertad en Nueva York, un acto que lo puso en el libro de la historia y, sin duda, lo llevó a la fama mundial. En el 2005, este servidor, hizo el acto de ilusión de hacer desaparecer el Capitolio de Puerto Rico y se transmitió en vivo en un programa de televisión local, conducido por Héctor Marcano. El impacto de estos actos fue la emoción que transmitió. La Estatua de la Libertad representa eso mismo, nuestra libertad, y David, al hacerla desaparecer, logró envolver al público con el sentimiento de qué seríamos si perdiéramos nuestra libertad. Jamás hubiera tenido la misma emoción si en vez de la Estatua de la Libertad hubiera hecho desaparecer algún otro edificio. Lo mismo sucede con el Capitolio, ¡de más está decir toda la emoción que causó este acto de magia en Puerto Rico!
Las emociones son la magia de la vida. Son la espina dorsal de todo y no solamente de las artes. Están presentes en nuestra vida cotidiana, en el trabajo, en un abrazo de tu madre, en un beso de tu pareja, en ir a un concierto o en ver el amanecer. Cuando algo no transmite emociones decimos que es aburrido. Las emociones son contagiosas y pueden hacerle el día a alguien. ¡Trátalo!