A veces, cuando me encuentro con amigos de otros países, me da por contarles lo que era La Habana, La Perla del Caribe.

Cuba era una islita privilegiada, gracias a su posición geográfica perfecta como llave del Golfo de México. Los españoles hicieron un gran puerto en La Habana. Un puerto perfecto por ser una bahía de bolsa (las bahías de bolsa son esas en que la entrada es estrecha y por tanto, ofrece un gran resguardo a los barcos) y los españoles entendieron que ese puerto con esa ubicación geográfica y con esa suerte de bolsa protectora, era el lugar perfecto para que entraran aquellos galeones españoles con el oro de las Américas. Eso hizo que hicieran una gran ciudad en La Habana, una ciudad cuadricular, perfecta, moderna, con grandes fortificaciones, lo cual convirtió la capital cubana en una de las joyas de la corona española.

Claro, el dinero trae sociedad y cultura. Y el dinero trajo a La Habana muchos emigrantes, algunos ilustres pensadores, comerciantes, gente de ingenio que hicieron de aquella ciudad una de las capitales más importantesy creativas de América. Así, La Habana fue la primera que tuvo un ferrocarril, la primera que tuvo televisión a color y la primera de muchas cosas. Por esa dichosa, encantadora y magnética ciudad del Caribe pasaron los más grandes artistas: el gran Caruso, Sinatra, Nat King Cole, Josephine Baker, Errol Flyn y Marlon Brando. En fin, todo el mundo pasaba por La Habana, que además tenía los cabarets, como Tropicana, símbolo en el mundo entero de la fiesta y la noche, las mulatas y mulatos preciosos, los casinos y el juego, y una vida nocturna que no tenía casi ninguna ciudad del mundo.

Los habaneros eran verdaderamente unos privilegiados. No todos eran ricos ni mucho menos, pero dentro del área geográfica eran privilegiados. Imaginen a mi padre, que era un humilde maestrico y conductor de autobús, que los sábados vestía con un traje blanco de Drill 100 para irse al Tropicana o Sans Souci. Imaginen a mi abuelo, también un hombre pobre y conductor de autobús, que tenía casi todos los efectos electrodomésticos que podía tener una casa del primer mundo en aquel tiempo, y en la puerta tenía un Buick del ’52 cuando estaban en el 54. Eran muy privilegiados los habaneros de aquel tiempo.

Pero en el año ’52 un militar llamado Fulgencio Batista dio un fatal golpe de estado y se empezó a crear un gran descontento en aquella fantástica ciudad. Se creó un movimiento obrero y estudiantil contra aquella dictadura. Y en el año ’59 un joven de 33 años que había asaltado un cuartel, había estado exiliado en México, había entrado por la zona oriental del país, y en la Sierra Maestra había creado un pequeño ejército con mucho apoyo popular, entró triunfante en La Habana y se hizo con el poder. Ese joven se llamaba Fidel Castro y lideró un fenómeno histórico que todos conocen como la revolución cubana. Un fenómeno al que la mayor parte del pueblo ilusionado abrazó con devoción, casi con un sentimiento místico.

Era tal la popularidad de aquel fenómemo, de aquel hombre, que casi se convirtió en un Dios, y poco a poco fue acumulando tanto poder sobre sí mismo que un día decidió que todos los que no pensaban como él tenían que ser sus enemigos, que no cabían, y tenían que abandonar el país.

Así fue como la sociedad se fracturó, las familias se fracturaron, Cuba se fracturó, y aquella ciudad privilegiada, encantada, fiestera y abierta del Caribe, se convirtió en una trinchera, en un polvorín. Y ya no vino nadie.

De eso han pasado ya 60 años. La Habana ya no es lo que fue. Los cubanos ya no son lo que eran, pero ese muro, ese cisma que dividió a la gente sigue ahí, quizás como lo único que queda de aquella historia.

Ha pasado mucho tiempo... Y ya es inminente, urgente, que los cubanos pasen por encima de ese dictamen, se encuentren, se redescubran y vuelvan a crear ese país alegre armonioso soñador y acogedor. Y que La Habana vuelva a ser esa Perla del Caribe por donde todo el mundo pasaba.