El mejor oficio
Con la llegada de la Internet y las redes sociales, cada día los periodistas tienen más responsabilidades que atender.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 3 años.
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“Los médicos entierran sus ‘malpractices’, los periodistas publican los suyos todos los días.”
Esto suele decirse entre los que practicamos el periodismo, el mejor oficio que pude elegir hace décadas. Todos los días me sudan las manos de sólo pensar en la gran responsabilidad que implica sujetar el micrófono frente a una cámara.
Comencé muy jovencita, cuando en unión a otros tres universitarios abordamos la guagua de la AMA número 1, de Río Piedras a Viejo San Juan, para pedirle trabajo al entonces director del ya desaparecido periódico El Reportero, Alex W. Maldonado. ¿Mis primeras tareas?, recortar los partes noticiosos que generaba el teletipo (hoy una pieza arqueológica). Puedo decir que el periodismo me terminó de criar y el oficio moldeó mi carácter.
Para colmo de una periodista, debo haber establecido algún tipo de marca Guinness al casarme años después en plena redacción del periódico con un compañero de oficio (y hasta el sol de hoy). Recuerdo que detuvieron las primeras vistas del Cerro Maravilla que se celebraban en el Capitolio, a poca distancia del periódico. (Carmen Jovet las producía para el entonces Canal 7 de Tommy Muñiz).
Así, los colegas pudieron ir a la boda, un hermoso mediodía de primavera. Las fotos del álbum fueron cortesía de los compañeros del Departamento de Fotografía. Para el confeti, nos lanzaban los pedacitos de papel triturado de la aún versatil teletipo. Algún compañero reseñó el curioso evento y hasta recibí cartas de felicitación del extranjero.
Recuerdo que el brindis lo hizo Pito Montes, el dueño del diario, quien auguró que la boda traería “buena suerte”. Y así fue por algún tiempo.
Un par de años después marché a la TV, y a los pocos meses, la desgracia del incendio del Dupont Plaza se llevó casi un centenar de vidas y entre ellas la del director del diario, lo que precipitó su eventual y lamentable cierre.
Relatado de este modo, parecería que mi paso por el periodismo ha sido algo así como un estado de gracia o “serendipity”. Han habido momentos buenos y momentos muy malos de los que no les atosigaré.
En mis inicios no existían las redes sociales ni mucho menos eso que conocemos como “celebrities”. Los periodistas no eran noticia. Un colega me recordaba el otro día lo que le advirtió un veterano jefe de redacción a su llegada: “Los periodistas sólo son noticia si los matan”. Por eso, en estos últimos tiempos no deja de sorprenderme tanta atención mediática por las movidas laborales de compañeros periodistas, incluso la mía de TeleOnce a Telemundo para integrar el equipo investigativo de “Los Rayos X”, cuyo fruto vemos todos los martes.
Me atrevería a pensar que la culpa de tanto cambio la tiene el COVID. ¡En serio! Fíjese que el encierro provocó cambios en la oferta y demanda laboral. Se ha escrito mucho en estos tiempos de una nueva conciencia mundial post COVID que ha hecho reevaluarlo todo, incluso la insatisfacción con los respectivos talleres de trabajo y la necesidad del cambio.
El momento histórico en medio de la pandemia da espacio para la reflexión.
Con la llegada de la internet y las redes sociales, cada día los periodistas tienen más responsabilidades que atender. Incursionan en las transmisiones “streaming”; son su propio camarógrafo, editan, tuitean y hasta diseñan páginas de sus contenidos.
Las redes sociales han desplazado a los medios tradicionales como plaza pública de discusión por su inmediatez y accesibilidad. De cualquier parte salta al ruedo un torero espontáneo y se convierte en celebridad, capturando miles de seguidores y “likes”. Las redes han democratizado el acceso a la opinión pública.
Esto provoca que los medios tradicionales apuren la marcha en ánimo de competir.
Pero hoy, más que nunca, el papel de periodista de oficio reitera su relevancia. Estar mejor preparados permite aportar el contexto tan necesario para la audiencia. No debe sacrificarse jamás la reflexión. Y siempre, siempre, siempre… hay espacio para mejorar.