Es un sapo. No te pega. Te estrangula con su lengua. Te ahorca recordándote todo lo que haces mal cada día, o todo lo que haces bien, para que no lo sigas haciendo. Erosiona tu identidad al punto de no saber quién eres. Poco a poco consigue convertirte en un ser dependiente, frágil, asustado y sin voz.

Te maneja como una marioneta para hacerlo feliz. Y mientras juega con tu endeble voluntad y tu incapacidad, te va convirtiendo cada vez más en lo que él quiere, pero sigue siendo infeliz. Nunca va a ser feliz. Al fin y al cabo, es un sapo.

Cambias tu pelo, tu ropa, tu cuerpo, tus convicciones, tu espiritualidad, dejas a tus amigos, tu familia, tu trabajo, cegada por promesas anfibias.

Te olvidas de tener sueños, poder, determinación e independencia. Cierras los ojos, te tapas los oídos, esperando que algún día todo cambie. A que el sapo cambie. Pero no cambiará nada.

Tal vez fue un insulto más, una mirada condescendiente, una crítica a un salario que no gana, la censura a la creatividad que él nunca soñó tener. De repente, planeas salir del pantano. Quedarse es morir. Morir una muerte íntima. Una muerte de quien tú realmente eres. Es más difícil llorar por el futuro que no tendrás, que por el pasado que ya tuviste.

Ya te mataste lo suficiente.

“¡Lucha..!”, te gritas por dentro.

Mientras, el sapo seguirá al acecho. Pero tú ya rompiste el hechizo.

El abuso invisible y la tela de araña

¿Alguna vez has visto una tela de araña? Es hermosa e intrincada, tejida con tanto cuidado por su artesana. El pobre insecto que queda enmarañado en ella tiene pocas oportunidades de liberarse. Cuando oyes o lees la palabra “abuso” es natural que te venga a la mente una fotografía dramática a la cabeza. Un ojo morado. Un labio roto.

Quieres creer que esa atrocidad no es lo que te sucede a ti. Tú no tienes una herida que disimular. El abuso psicológico es invisible, como una enfermedad que corrompe tu autoestima, tu carácter, y extingue la vida que conocías antes. Quizá conociste a tu abusador en un momento vulnerable y te convertiste en una presa fácil.

En tu cautiverio, te diagnostica tu inestabilidad. Como si de un síndrome de Munchausen se tratara, te enferma el carácter a la vez que te cuida y se deshace en afectos, sólo para seguir creándote una dependencia irreal. Es hostil en el hogar, afable y cariñoso en público. Farol de la calle, oscuridad de su casa. Esto hace que tú, como víctima, te sientas incapacitada e impotente, agotada de dar explicaciones a los demás de quién es él realmente.

Algunas muestras de control son alejarte de tus familiares, de tu gente cercana, del dinero que puedes manejar. Te separa de todo lo conocido para ti y quedas a su merced. Cuando quieres salir es demasiado tarde. No puedes pedir ayuda. Vives en una tela de araña, de la que no te puedes despegar. Tu metamorfosis forzada está completa.

Pero sí, puedes salir.

Pide ayuda. Poco a poco recuperarás la confianza en ti misma. Reconstruye tu núcleo profesional y personal, que probablemente están rotos. Para escapar de tu situación requerirás persistencia y valentía. Con esas herramientas asentarás la base de tu vida de libertad y amor propio. Te lo debes a ti misma. Busca ayuda. Oblígate a darte este regalo.

Estas organizaciones pueden ayudarte: Fundación Alas a La Mujer: fundacionalasalamujer.org, Casa Julia: casajulia.org, Hogar Ruth: hogarruth.com, ToyMoru, una plataforma dirigida a trabajar con mujeres, una alternativa para reforzar valores en la mujer, busca aumentar autoestima y sobre todo que desarrollen amor propio: www.instagram.com/toymoru/