Nos encontramos ante una posible sequía. Y es normal que cuando nos dicen que nos pueden racionar el agua empecemos a mirar a todos los que de una manera u otra desperdician el líquido como si no tuvieran que pagarla. Pero no nos vayamos lejos. Abundan los que teniendo que pagar, les da lo mismo desperdiciarla.

Solo cuando la cosa aprieta empezamos a tirar piedras al techo de otros como si el de nosotros no fuera de fino cristal.

Pero saliéndonos de la controversia, estoy segura que muchos soñamos con tener la capacidad de somenter a nuestros deseos a las benditas nubes y lograr que llueva.

Yo, por lo menos, un día sentí que tuve ese don.

La semana pasada un grupo de periodistas fuimos invitados a el Parque Nacional Natural Corales del Rosario o  Islas del Rosario,  en el Caribe Colombiano para disfrutar y conocer las amenidades del hotel San Pedro de Majagua ubicado en la Isla Grande de este archipiélago compuesto por 27 islas menores. Según nos comentó José Caraballo, de la administración de la hospedería,  la flora del lugar ya empezaba a mostrar las consecuendcias de una sequía que había persistido durante los últimos ocho meses.


Luego de revisar las instalaciones del lugar con 17 habitaciones, y una variada oferta de actividades al aire libre como masajes, paseos en kayak, buceo, snorkeling y tours ecológicos, ya sea en bicicleta o canoas, nos sentamos a comer.

El arroz con coco, los patacones (que son lo que aquí comemos como tostones, aunque allá son bastante más delgados y grandes) y el pescado fresco nunca pueden faltar en las áreas costeras de Colombia. Con todo esto,  acompañado de un delicioso jugo de guanábana (ya que aparéntemente en el país abunda este fruto nunca dejé de pedirlo) mi almuerzo estaba completo.


Desde ahí veíamos como algunas nubes empezaron a acercarse y con cada minuto que pasaba el resplandor del día se desvanecía para tornarse opaco y frío. Decíamos cosas como: “es algo pasajero”, “trajimos la lluvia”, “teníamos que venir para que lloviera”. Todo esto, obviamente, en tono de broma.

Aún no había caído la primera gota.

Para no caer presos del sueño que en muchos provoca una deliciosa comida, todos pedimos una taza de café mientras seguíamos paralizados ante la simplicidad del espacio abierto que contemplábamos desde nuestra mesa. Aunque sabíamos que si llovía nuestro día en las afueras de Cartagena terminaría todavíá más rápido, seguimos allí sentados.

Entonces cayó la primera, la segunda, la tercera gota y el aguacero completo.  No era una nube pasajera.

Despedimos el lugar en medio de lo que más bien parecía una tormenta. Después del corre y corre para montarnos en el pequeño bote que nos regresaría y que recién llegaba para irse, ya dentro de la embarcación comenzaron los truenos y la lluvia de relámpagos.

¡No lo podíamos creer! Llovía con fuerza dejando atrás meses de sequía. También estábamos montados en un pequeño bote con capacidad para unas 70 personas, como mucho, en medio del bravo mar y con una estela de incesantes relámpagos sobre nuestras cabezas

Con estas condiciones emprendimos la travesía de 50 minutos para regresar a Cartagena. Mojados, encapuchados y con el salvavidas puesto, se me hizo lógico preguntar: “¿pero no es peligroso que salgamos así?”. Me dijeron que no. Pero esas palabras no me tranquilizaron.

Anclé mis esperanzas en lo único que me resulta: pedirle a Dios y rezar varios Padre Nuestro. Por si acaso, también aproveché y le di gracias por la vida. No por esa lluvia, claro.


Afortunadamente, todo fue un gran susto. Llegamos a nuestro destino, (súper enchumbáos) y le dejamos algo de lluvia a las Islas del Rosario. Nada mal para ser solo visitantes de una tarde.

Y tú, ¿has tenido experiencias similares?

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