Se hace imposible borrar de mi mente las imágenes de los padres desesperados de los niños en la Robb Elementary School en Uvalde, Texas, donde 19 de ellos fueron asesinados junto a sus dos maestras.

Los relatos de los niños sobrevivientes de la matanza son desgarradores y, a medida que salen a la luz pública los detalles de lo ocurrido ese trágico día, el coraje y la frustración se apoderan de los residentes de ese pueblo.

Hoy se sabe que la reacción de las autoridades fue tardía, que probablemente podían haber salvado las vidas de varios niños si hubiesen intervenido antes con el atacante; que hubo dentro de ese salón de clases, niños llamando al 9-1-1 por una hora, sin que se produjera una intervención; que un contingente de policías esperó frente a la puerta por no sé qué señal para actuar. Es demasiado doloroso y el sentimiento resuena en todo el mundo. Por supuesto, también aquí en Puerto Rico, donde vivimos ya acostumbrados a la violencia diaria.

La sorprendente cifra de balaceras como esta, en las que un pistolero la emprende contra inocentes, es alarmante. Más de 200 ataques similares han ocurrido solo este año en los Estados Unidos. Casi cerrando este mes de mayo, se han reportado unos 40. Lo peor es que este no ha sido un año atípico, por el contrario, el 2021 cerró con casi 700 ataques masivos contra inocentes, según los datos recopilados por el Archivo de Violencia Mediante Armas de Fuego.

En Puerto Rico, incidentes como este son inusuales, por no decir inexistentes. Es una tranquilidad para muchos saber que no va a llegar a la escuela de sus hijos una persona desequilibrada a disparar a mansalva; o que pueden visitar un centro comercial sin esa preocupación. Pero, ¿quiere eso decir que estamos seguros? Por supuesto que no. Aquí no hay un problema de venta de armas de manera indiscriminada. Las leyes imponen suficientes controles y exigen para la venta una licencia para poseer y portar armas de fuego, que expide el gobierno. Por el contrario, aquí el problema es el mercado ilegal de armas y esto es lo que cobra la vida de nuestros jóvenes todos los días.

La semana pasada 20 personas fueron asesinadas en solo cinco días en la isla. Incidentes de violencia que la Policía vincula, en casi todos los casos, al narcotráfico. Este año más de 200 personas han sido asesinadas y de estos siete fueron menores de edad. El más reciente, el pasado viernes un adolescente de 17 años. Entonces, ¿nos consuela realmente esa percepción de que aquí no pasa como en los Estados Unidos, donde pistoleros matan inocentes? Si a nuestros jóvenes los matan de dos en dos todos los días.

No es lo mismo, pero hay muchas similitudes. Allá no hay controles sobre la venta de armas, y aquí el descontrol es en las armas ilegales. Allá hay un problema de salud mental y aquí también, pues en el uso y abuso de sustancias hay muchísimo de eso. También la inequidad, la pobre educación. Allá no hay voluntad política para manejar el asunto de acceso irrestricto a las armas de fuego. Aquí no hay voluntad política para tratar estrategias nuevas ante las fallidas de toda la vida.

Son muchos los factores que inciden en la violencia de cualquier tipo, y por supuesto que para un problema tan complejo no hay una fórmula mágica para solucionarlo. Pero no podemos dejar de indignarnos con la matanza nuestra de cada día.