Todos los días uno aprende algo. Pues esta pasada semana, nos hemos convertido todos en expertos en la realeza. Hay tanta información disponible que es bien fácil buscar y enterarse de todo, desde los protocolos hasta los chismes más escandalosos de esos ciudadanos de sangre azul.

Y eso fue lo que hicimos los puertorriqueños en estos días con la muerte de la Reina Isabel II.

Yo, por ejemplo, aparte de haber visto la serie “The Crown”, que pareciera bastante fiel a la realidad y de aquellas noticias que han sido inevitables, no sabía mucho más. Así que consulté las fuentes expertas y confiables para empaparme de los detalles de la operación “London Bridge”, quién le sucede el trono y qué título le toca a Camilla, que resulta que es la Reina Consorte y ya alguien la bautizó como la “Reina Con Suerte”. En fin, todos los detallitos del manejo de este momento histórico, según lo dicta la Casa Real.

La verdad es que yo no entiendo la fascinación de la gente con la vida de los reyes y la monarquía. Menos aun en una isla como la nuestra, muy ocupada con problemas propios y donde lo que pasa en un castillo a miles de millas de distancia no tiene repercusión alguna. Pero bueno, tampoco me parece mal ni lo critico. Si a usted le interesan las interioridades de la Casa Real, diviértase.

Ahora, para los británicos esto no es un entretenimiento. La figura de la Reina es amada y respetada. Las imágenes de estos días muestran a personas de todas las edades llorando su muerte. Su reinado enfrentó múltiples crisis y escándalos familiares y aun así el por ciento de aprobación de la Reina estaba en sobre el 85%. Ya quisieran presidentes y gobernadores estar al menos cerca de ese número.

Además, también apoyan abrumadoramente la permanencia de la institución de la monarquía. Por supuesto que la corona tiene sus detractores, pero con las demostraciones de los pasados días, pareciera que van a tener que sentarse a esperar cien años más.

La Reina Isabel fue testigo y protagonista de la historia de la Europa post guerra, la guerra fría, las luchas políticas, la transformación de la sociedad, de los cambios tecnológicos. Ella, muy poco a poco, acogió algunos de estos cambios, estoy segura de que con las muelas de atrás. Pero, precisamente, por eso, los ciudadanos británicos decían en estos que ella era lo único constante, que le daba continuidad a su vida en sociedad.

La corona británica tiene limitada influencia política, aunque para muchos es más un asunto simbólico y ceremonial que otra cosa. Pero la Reina, ahora el Rey, es el jefe de la Iglesia y nadie tiene duda del poder político que ejerce la iglesia.

La institución de la monarquía, que tal vez aquí nos parece anacrónica, es muy popular en muchos otros países, inclusive en Asia y, por supuesto, para nuestros vecinos en la Mancomunidad Británica. Pero para nosotros, acostumbrados ya por los últimos 124 años a un sistema democrático en el que elegimos funcionarios por sus méritos, ese concepto de un poder heredado, sin que haya necesariamente preparación o talento propio, nos choca.

O, ¿me equivoco? O Tal vez añoramos esa “continuidad” de la que hablan los británicos. Tal vez por eso elegimos al “hijo de…”, como hemos hecho en las alcaldías y en la gobernación. Tal vez por eso volvemos a elegir funcionarios corruptos que por aquello de la “continuidad” cometen el mismo delito, que su predecesor.

A veces pareciera que el concepto de la monarquía no es tan ajeno realmente. Y, bueno, para no quedarnos sin buenos escándalos, tenemos a las Kardashians, cuyas vidas muchos siguen con gran atención, aun cuando no aportan absolutamente nada a las propias y mucho menos a la sociedad.