Han sido días de consternación y mucha tristeza para el pueblo de Puerto Rico.

Los brutales asesinatos de Andrea Ruiz Costas y Keishla Rodríguez Ortiz han despertado una ola de indignación colectiva. Ambas, mujeres asesinadas viciosamente por hombres abusadores y desalmados. ¿Cuánto odio puede existir en el corazón de un ser humano para arrebatarle la vida a otro? Más aún, cuando es una persona que se supone una vez amaste y más perturbador aún cuando lleva en su vientre sangre de tu sangre.

Son muchas las voces que llenas de impotencia llevan años reclamando un frente común en todos los sectores de la sociedad para atajar la violencia de género y que ante sucesos tan lamentables vuelven a subrayarlo. Desde la educación con perspectiva de género hasta las salvaguardas en favor de las mujeres víctimas de violencia. Como ejemplo trágico surge el hecho de la falta de acción en el caso de Andrea Ruiz, al denegarle una orden de protección que pudo haber salvado su vida.

La violencia de género en todas sus manifestaciones necesita enfrentarse sin reservas ni titubeos. Dejar de hacer, cuesta vidas. Por otro lado, debemos reconocer la eficiencia con la que la Policía de Puerto Rico atendió el caso de Keishla, trabajando intensamente y logrando el arresto del sospechoso de forma inmediata. La sensibilidad con la que han manejado el tema se hace evidente en las muestras de agradecimiento que la familia de Keishla ha tenido para con la uniformada.

De igual forma, se debe reconocer la participación de la gente y el interés de los medios de comunicación con los casos. Aunque en ocasiones pareciera abrumadora la cobertura, el que los maleantes sepan que las autoridades están cerrándole el cerco permite que los cómplices se vean forzados a cooperar y facilita el trabajo de la policía.

No hay consuelo suficiente cuando se pierde de esta forma a un ser querido, pero debe reconfortar el saber que hay un proceso encaminado para hacer justicia, además de sentir el cariño y la solidaridad de todo un pueblo.

Los asesinos se deben pagar con la pena máxima, una vida entera en la cárcel. Personalmente, no creo en la pena de muerte, razón por la cual nunca la incluyo como alternativa.

A la familia de Andrea y Keishla mi solidaridad en tan difícil momento, esperanzada de que Dios le brinde mucha fuerza para poder sobrellevar su dolor.

“Son muchas las voces que llenas de impotencia llevan años reclamando un frente común en todos los sectores de la sociedad para atajar la violencia de género y que ante sucesos tan lamentables vuelven a subrayarlo”