Las jugadas arrancaron poco después de las 3:00 de la tarde, pero desde temprano en la mañana, galleros de distintos lugares hacían turnos para lograr que sus gallos de pelea quedaran inscritos para el combate.

Primera Hora llegó al Club Gallístico de Caimito, donde había una jugada especial. A la 1:30 p.m. la gallera estaba llena y se pesaban los últimos ejemplares con los que sus dueños buscaban entrar en la competencia. 

Un total de 178 gallos fueron colocados en jaulas a la izquierda del establecimiento hasta las 2:00 p.m., cuando los galleros tenían que conseguir a gritos un gallo contrincante con un peso similar al suyo, porque la pelea tenía que ser nivelada. A esa hora la gallera ya estaba formada.

Los gallos cantaban alborotados, mientras los galleros cacareaban en voz alta el peso de sus pollos y por cuánto cuadraban la pelea. Algunos se eñangotaban con los animales en mano, buscando el rival. Corrían las apuestas, también reguladas. Finalmente, 100 gallos quedaron “casados”. Los restantes 78 no encontraron competidor y quedaron fuera del ring. Sin embargo, la tarde y la noche, serían largas porque la cartelera era de 50 peleas, dos de ellas estelares, con apuestas de $500. 

Los gladiadores emplumados eran llevados a otras jaulas a la derecha de la gallera en el orden de jugada. Sólo las jaulas de los que tenían peleas estelares anunciaban la cantidad en un papel. Como parte de las reglas, los jueces revisaban a cada gallo y le untaban un líquido. Si se ponía amarillo, el pollo podía pelear, si salía de otro color, quedaba descualificado. Los contendientes pasaban, entonces, a los armadores para que les colocaran las espuelas postizas.

Antes de comenzar se guardó un minuto de silencio por un gallero fenecido y cuando el reloj marcó las 3:11 p.m., el árbitro Humberto Sedán, micrófono en mano, anunció el primer combate.

Los primeros ejemplares en el ring pesaban 3 libras con 9 onzas. Un búlico amarillo, con cinco peleas ganadas se medía contra un rubio, con dos peleas ganadas.

“El búlico es el mío”, gritaba agarrado al borde de la valla, Kiko Mercedes. “Dale, gallo, tírale”, vociferaba desesperado el hombre. Poco después, el árbitro declaró a su gallo vencedor, pues el rubio rival “estuvo más de un minuto sin defenderse” en el ring cubierto en el suelo por una alfombra verde y revestido a la vuelta redonda con valla protegida con una lona azul, detrás de la cual se acomodaban los galleros que pagaron $20 por los primeros asientos.

A las 3:17 p.m. ambos galleros llevaron a los ejemplares a la curandería. El rubio está malherido, pero su dueño, Melvin Acevedo, declaró que después que se recupere, lo volverá a entrenar para otra pelea. “Esto es parte de este deporte, perder y ganar. Lo importante es que el animal esté vivo para que pueda volver al combate”, sentenció Acevedo, un dominicano de 29 años, que trabaja en la construcción.

El curandero, Juan López Zavala, lo puso bajo la pluma de agua para bajarle la temperatura, le limpió las heridas y le dio un antibiótico con plátano maduro “para que le haga efecto rápido”. Media hora después, se lo entregó al dueño. “Hizo una buena pelea, pero perdió por un golpe en la cabeza que le paralizó las funciones para seguir peleando”, explicó el curandero, un policía retirado de Caguas.

Poco después, a las 3:50 p.m., le llevaron otro gallo con plumaje blanco, manchado de sangre. “Esa decisión no me gustó. El mío ha matado 11, pa’ que lo sepan”, vociferó el dueño, quien no se identificó.

Al ratito, un gallo giro era llevado a la curandería con una herida abierta en la cabeza. El curandero y su ayudante, Eric Cruz, lo cosieron con una aguja. Le tomaron dos puntos de sutura.

Una hora más tarde otro gallo rubio caía frente a su rival y moría en el ring. A esa hora varias plumas, que los gallos se sacaban a golpes y picotazos, se esparcían en el suelo y trazos de sangre marcaban la valla azul.

López Zavala dijo, sin embargo, que la mayoría de los gallos sobreviven en combate. “Cuando no tienen oportunidad de vivir, si el dueño accede, se sacrifican. Yo mismo me encargo y los sacrifico con poderes y con dignidad para que no sufran”, aseveró.

“Traje seis gallos y ya están casados para pelear”, apuntó Zelibeth de la Paz Hernández, una de las pocas galleras que había en la arena de juego. “Desde que tengo uso de razón, he venido a la gallera”, expresó la joven de 37 años.

A las 5:00 p.m. seguía llegando gente a la gallera y la empleada que cobraba la entrada, Janet Figueroa, les decía que ya no tenía espacios en la parte de abajo, que el ring side estaba lleno. Las taquillas de abajo costaban $20 y las de arriba $10. 

En el área del ring, los apostadores, algunos con dinero en mano y otros roncos por la gritería, echaban el resto por los gallos a los que les habían puesto su dinero. Caía la tarde y muchos de los espectadores compartían cervezas y tragos para bajar las tensiones. Fuera de la arena, otros, calmaban el apetito con comida o picadera. 

“Tírale, vamos gallito, tírale”, gritaba desde la parte superior, Tito Monge, mientras su gallo se fajaba con otro en el ring. En un momento, ambos ejemplares parecían impotentes y cuando la riña alcanzó el máximo permitido de 12 minutos no se declaró a ninguno vencedor. 

“Mi gallo tiene cuatro peleas ganadas y esta tabla ahora”, exclamó satisfecho el hombre, residente de Trujillo Alto que vestía una camisa estampada en gallos. “Los gallos son mi vida”, declaró Monge, quien dijo que había apostado $100. “No los perdí, los entablé”, añadió el gallero, acompañado de su esposa Esther.

Ya anochecía y en la gallera había diferencias, reclamos y disputas de combate, pero los desacuerdos quedaban atrás, al momento de galleros, empleados y visitantes repudiar el proyecto de ley aprobado en el Congreso de Estados Unidos, que hace extensiva la prohibición de las peleas de gallo a los territorios, incluyendo a Puerto Rico.

“Estamos dispuestos a ir dondequiera. Este es el sostén de mucha gente”, sentenció Monge, de 59 años, mientras salía de la gallera.

Otro gallero “de la nueva generación”, Josean Rivera, de 29 años, expresó que “estos gallos nacieron para pelear”. 

“Le pueden poner maíz en el piso, le ponen una gallina, lo echan en el monte y si hay otro gallo, él va a pelear hasta la muerte”, dijo Rivera.