Y, ahora... abuelita en sillón
Doña Georgina sufrió mucho al ver al menor de sus hijos en un ataúd, por lo que planificó que su velatorio fuera menos melancólico
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 10 años.
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El trauma y sufrimiento que vivió hace unos años al ver a su hijo menor en un ataúd fue la razón principal para que doña Georgina Chervony Lloren tomara la decisión de que su velatorio fuera distinto y menos doloroso para su familia.
Por eso, hizo un pre-arreglo funeral en el que dejó establecido con lujo de detalles cómo quería que la despidieran: sentada en su mecedora, luciendo el vestido de novia color rosa que utilizó hace 36 años cuando se casó por segunda ocasión y con las hermosas orquídeas que decoraban su jardín . Y así fue.
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Doña Giny falleció el pasado domingo -tras una larga batalla contra un cáncer en la garganta que le fue diagnosticado en el 2012- y enseguida el personal de la Funeraria Marín, en Río Piedras, puso en acción la petición de la anciana de 80 años a la que le sobreviven cinco hijos, 22 nietos y 19 bisnietos.
De inmediato, la noticia corrió como pólvora en las redes sociales lo que provocó la visita de curiosos al lugar en el que se podía tomar fotografías con el permiso de los familiares.
Allí, Dolores y Miriam Lamboy Chervony, hijas de doña Giny -quien fue bautizada como “la abuelita en la mecedora”-, recibían a los asistentes y narraban la historia que la hizo protagonista del velorio no tradicional.
“Éramos seis hijos, pero el menor y único varón murió. A ella se le hizo bien difícil ver a nuestro hermano en un ataúd. El trauma fue tan grande que estuvo dos semanas hospitalizada... ella no quería que nosotros pasáramos por eso”, explicó Dolores.
Agregó que fue entonces, y tras ver que en la Funeraria Marín se destacaban por la preparación de velorios diferentes -en el que se incluye el famoso “muerto para'o”-, que la viejita decidió planificar su funeral.
“Y fíjate, ahora nosotros la miramos y no estamos sufriendo tanto. La siento como si estuviera viva. En un ataúd se nos haría más difícil”, dijo por su parte Miriam, mientras observaba unas fotografías de su progenitora en vida.
Las hermanas explicaron que el sillón en el que se colocó el cadáver era el mismo en el que la octogenaria acostumbraba mecerse en el balcón de su residencia, en el barrio San José, de San Juan.
Mientras, el vestido de hilo color rosa que lució tenía un valor sentimental invaluable para la anciana.
Y no es para menos, fue el traje que utilizó hace más de tres décadas para casarse con un hombre que le devolvió la fe en el amor.
“Mami fue una mujer valiente que dedicó sus mejores años para ser madre y padre de nosotros... él, Manuel Torres Rivera, fue su segundo esposo y ella lo amó mucho”, dijo con nostalgia Dolores al explicar que el caballero murió en el 2010.
“Siempre guardó el trajecito en una bolsa y nos decía que quería que se lo pusieran cuando muriera porque ella se volvería a casar con Manuel en el cielo”, agregó la pariente.
La idea de que el escenario luciera como un hermoso jardín también fue premeditado, pues a doña Giny le gustaban las flores, particularmente las orquídeas.
En cuanto a su personalidad, los familiares la describen como una mujer alegre y a la que le gustaba hacer chistes, esto a pesar de las múltiples complicaciones de salud que tuvo en los últimos años.
“Mami fue operada dos veces de corazón abierto en el 2003... de ahí pa' lante su vida cambió porque tuvo varias recaídas. Pero nunca perdió su buen humor”, aseveró Miriam.
Recordó también que su mamá era muy querida entre los niños de su comunidad, quienes la llamaban “abuelita”.
Y es que la señora los alcahueteaba regalándole paletas.
Así, entre múltiples anécdotas transcurrieron las horas en el funeral de doña Giny, quien después de todo logró lo que quería pues las lágrimas y el dolor tras su partida fueron sustituidas por sonrisas provocadas por los buenos recuerdos que sembró en los suyos.
¡Descansa en paz Giny y disfruta el reencuentro con tu adorado Manuel!