Variado el pulguero en la Barbosa
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 17 años.
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DOÑA LUISA va todos los fines de semana al pulguero de Río Piedras. Pasea por las carpas por horas los sábados y domingos, bajo el sol o la lluvia, para comprar y conversar.
Es una de muchos personajes que se dan cita todos los fines de semana en el pulguero en la avenida Barbosa. Doña Luisa -quien no quiso revelar su apellido- va al pulguero desde que se estableció en la parada 18 en Santurce en 1982. Empezó a ir porque quería comprar antigüedades, pero confiesa que se quedó “pegada”.
Doña Luisa lleva mahones y una bandana negra debajo de su gorra. Es simpática y parlanchina. Está casada desde hace 50 años pero su esposo no la acompaña al pulguero porque “no le gusta”.
Pero a ella le encanta.
Carpas grises dividen los quioscos de los 150 vendedores ambulantes -el número fluctúa constantemente- que se congregan los fines de semana en un terreno en la Barbosa para vender de todo, literalmente. Medias, ropa interior, biquinis, zapatos, ropa, cremas dominicanas, champú, cereales, comida enlatada, moños, rolos, pinches, diademas, joyería, relojes, devedés, discos, vídeos, batidas, postres, comida criolla, colchas, cortinas, juegos gameboy, juguetes infantiles, accesorios para celulares, escobas, extensiones eléctricas, comida de perros, pájaros, frutas, vegetales, viandas...
De todo y de todos los precios: relojes a $5, cedés a $13, un biquini a $7, agua fría a 50 centavos, un paquete de medias a $4.50 y un juego de gameboy a $20.
La entrada al pulguero está cubierta por el olor fétido del caño que le queda al lado. Luego de entrar, los olores van cambiando: desde el aroma del mondongo famoso que prepara Ramona Rodríguez hasta el de los inciensos de canela y pachulí que vende Wilfredo Figueroa. Entre las carpas el viento tibio levanta la tierra del suelo enbreado.
La guaguita de doña Ramona es también un importante lugar de reunión. En las sillas blancas de plástico se sientan a conversar vendedores -en su mayoría mujeres y madres solteras- y clientes.
-¿Supiste lo que le pasó a María?
-Sí, mija, qué terrible.
-Bendito, la pobre.
Los vendedores se hablan de quiosco a quiosco. Desde una de las carpas se escucha bachata y de repente la voz desgarrada de Marc Anthony cantando “envidia, me muero de celos y envidia”... Allí se venden cedés de Luis Fonsi, Laura Pausini, Los Toros Band, Raphael, Tatico Henríquez y José Feliciano, entre muchos otros.
Un domingo por la tarde el mercado de pulgas de la Barbosa está repleto de jóvenes, ancianos, niños, parejas, gente sola. Miran, comentan, compran, conversan. Hay mujeres vestidas con sus mejores atuendos dominicales: trajes con tacos, blusas y mahones apretados con stilettos. Otras llevan camisetas, pantalones cortos y chanclas. Hay hombres con guayaberas y sombreros de ala ancha y muchachos con pantalones anchos y t-shirts inmensas. Los niños se entretienen jugando mientras sus padres compran.
En el pulguero también hay advertencias: “Se cobra el sales tax y el impuesto municipal”. Encima de una mesa llena de cajas de cereal hay un letrero que dice: “En estos productos podría encontrar fecha vencida” y en varios quioscos donde se venden películas otro letrero lee: “No se vende película del cine ni película X. Solamente vendemos comedias, conciertos y vídeos dominicanos”.
María del Carmen González, deValencia, trata de ir al pulguero una vez al mes para comprar cremas y champú de República Dominicana. Sonia Mercado vive en Cataño y también va mensualmente para conseguir productos dominicanos.
Leonor Pérez va cada fin de semana para comprar verduras, colchas, figuras, muñecas, películas. Compra, además, en Barrio Obrero, Carolina y Trujillo Alto.
“También me gusta venir a mirar”, dijo sonreída.
A las 5:00 de la tarde de un domingo comienza a asentarse el silencio en el pulguero de Río Piedras. Los vendedores están recogiendo y los visitantes intentan hacer compras de última hora.
En la carpa de doña Ramona ya no huele a mondongo ni a carne frita. Las amigas se despiden hasta el próximo fin de semana. Antes de irse algunas se quejan de que las cosas están malas porque a doña Ramona nunca le sobra mondongo. Ese día lograron llevarse un servicio a sus casas. Y, según ellas, eso es un milagro.