Los “vientos navideños” ya se sienten y en él, el espeso olor de la melaza que transpira la espiritosa tradición de la elaboración del ron caña.

En un lugar de la zona costera del este de Puerto Rico —que a petición del entrevistado, no mencionaremos—, se prepara la mezcla que, luego de un tiempo, llenará el sediento alambique que al calor de brazas le espera para, finalmente, producir el conocido ron clandestino.

Las pailas de melaza se vierten al contenedor donde finalmente se fermentará  junto a levadura de pan y agua. (Para Horizonte / Alvin J. Báez)

“Yo sigo la receta de mi abuela y mi mamá. Esto va por la familia desde hace muchos años. Así fue que me criaron, con la venta de ron caña, de arepas, dulce de coco, la “bolita” y todo lo que se pudiera, porque la cosa estaba apretá pa’ aquel entonces y había que buscárselas comoquiera”, detalla el autodenominado “Monstruo Químico”, término que utiliza para referirse a quienes preparan la mezcla.

“Yo sé que esto es ilegal, porque no paga patente, pero este fue un medio de sustento para muchos de los que aquí crecimos, en la pobreza. Somos los hijos del ron caña. Esto no es lo mismo que vender drogas a los niños. Muchos no tuvieron estudios y aprendimos de nuestros abuelos y padres a cómo batallar en la vida y aquí nos ven, los ‘químicos’ haciendo ron cañita ya más por tradición y compartir que para la venta”, asegura el hombre mientras vierte las pailas de melaza al contenedor donde finalmente se fermentará por cinco días, junto a levadura de pan y agua.

Mientras el proceso va en desarrollo, nuestro entrevistado menciona que aunque es lucrativa la venta del pitorro, ahora los productos para su elaboración han subido de precio.

“En ocasiones ni vale la pena vender lo que se produce, porque es más lo que se invierte. La gente no sabe a veces el trabajo que esto da y lo caro que es hacerlo. Claro, depende de quién lo haga y cómo lo haga, puede hasta envenenarte”, advierte.

La melaza ya lista para el proceso de fermentación. (Para Horizonte / Alvin J. Báez)

“El primer galón que se saca se llama ‘ron de cabeza’, ese es bien puro, ya de ahí pa’ bajo se le sacan como cuatro galones más. Mientras más le saques, va bajando la potencia. Por eso hay muchos químicos que le quieren sacar más producto y entonces te lo mezclan con ron 150 grados. Eso explota a la gente. La cañita que yo hago, ya con dos trancazos que te des, estás como quieres. Tú ves que si está flojo, la gente sigue tomando y tomando. Ahí es que se revientan como un sapo”, comenta entre risas el entrevistado.

La climatología es un factor importante para la fermentación de la mezcla. 

“Si tenemos una temperatura entre los 90 grados, entonces se fermenta a las millas y como en cinco días empieza ese espumero a subir. Ahora, si el tiempo está frío y lluvioso, entonces se tarda más. Tu escuchas dentro del dron como una lluvia. Una vez termina ese proceso, entonces es que se lleva para el alambique. Allí lo prendes y esperas que salgan las ‘lágrimas de monte’ y comienzas a llenar. Cada químico tiene su librito”, explica.

El cañita se cura envasado con jobos, cereza, papaya, café, piña, coco, grosellas y hasta mariscos. (Para Horizonte / Alvin J. Báez)

Según el “Monstruo Químico”, el ron clandestino conocido por otros como pitrinche, debe poseer ciertas características que demuestran su pureza y calidad. “Tiene que tener la perla duradera”, dice sobre la burbuja que se adhiere al borde del vaso en el que se sirve. 

“Esa perla o argolla, tú la observas y tiene que durar un rato sin reventarse. Otro asunto es que coges el ron y lo tiras y lo prendes en fuego. Se tiene que quedar la llama azulita y no amarillenta. Eso te dice que ese ron es bueno. Si se apaga rápido o es amarillenta la flama, ya ese ron es de segunda o tercera. Está flojo”.

En un momento, el hombre detiene su elaboración y procede a tapar el recipiente con la mezcla. Se dirige a un lado y comenta que el cañita que prepara, se cura envasado (darle sabor) con jobos, cereza, papaya, café, piña, coco, grosellas y hasta mariscos. 

“Hay quienes le echan carne, frambuesa, higos, parcha y otras cosas más. Todo depende de quién lo haga, es su sabor y calidad. Yo tengo sesenta y pico de años y estoy entero. Hay que cogerlo con calma, porque el pitorro te engancha y ahí es que te vuelves adicto a la bebida. Además, que si no sabes en lo que te metes, es mejor no hacerlo”, finalizó.