“Ser ‘semaforista’ es un trabajo valioso”
Jean Michael Vissepó Ocasio hace malabares, literalmente, para llevar el sustento diario a su hogar
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 3 años.
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Cada mañana, Jean Michael Vissepó Ocasio se reviste con una sonrisa para conquistar la dureza de las calles haciendo malabares para ganarse la vida, mientras miles de personas conducen a prisa para no quedar atrapados en el cambio de luz.
Imagínelo. Va usted transitando y de repente, en medio del ingrato tapón, aparece este joven de 32 años lanzando anillas y bolas al aire cual cirquero en plena función, dejando atónitos a quienes esperan la señal del semáforo sin sospechar que el autodenominado “semaforista” es un artista y educador que decidió compartir sus talentos en ese inusual salón.
Así, Jean Michael se enfrenta a un público diverso cada 30 segundos en intersecciones que van desde la zona oeste hasta el área metropolitana, donde demuestra un asombroso control mental para completar el acto, no importa si llueve o hay un sol inclemente.
Luego pasa el sombrero entre los vehículos para intentar recoger el fruto de su esfuerzo una vez más, igual que el primer día cuando por la falta de recursos económicos perdió su vivienda y tuvo que reinventarse. Eso pasó en el 2012.
Sin embargo, en vez de lamentar su situación, se tiró a la calle y en cuatro horas aprendió las artes circenses que hoy le permiten completar un ingreso dignamente.
“Me eduqué en artes plásticas, artes visuales y cinematografía en Estados Unidos, y una vez me gradúo de universidad decidí hacer mi carrera viajando alrededor del mundo, compartiendo talleres de arte a poblaciones que han sufrido algún tipo de trauma, específicamente niños, ya sea en pobreza, educación especial, en particular con niños autistas”, confesó el polifacético artista nacido en San Juan.
“Eso me lleva a trabajar con diferentes escuelas en Estados Unidos, a trabajar con esa población y también eso me llevó a trabajar con diferentes centros de terapias y organizaciones que trabajan con inmigrantes en Estados Unidos, personas jóvenes que han estado confinadas, poblaciones en riesgo. Me dedico a crear un currículo en Arte para diferentes organizaciones”, explicó el egresado del Watkins College of Art en la Universidad de Belmont en Nashville, Tennessee.
Mas la pandemia del COVID-19 lo ancló en su patria desde donde ofrece talleres educativos en la distancia a través de varias organizaciones, mientras imparte su filosofía de vida en un lugar que muchos ven, pero pocos conocen la verdadera historia.
“Tengo una práctica artística social, una práctica como artista visual pintando a través de la crayola que es un elemento que usan mis estudiantes. Decido usar ese material en mis obras de arte haciendo una conexión entre mi práctica social y artística”, recalcó el “performero” quien se nutrió de la experiencia al trabajar también en países latinoamericanos, como México, Costa Rica, Ecuador y Argentina.
“Es una profesión muy difícil de llevar y es mucho más difícil ser un artista y profesional del arte en Puerto Rico, donde no hay el apoyo que se le debería dar a las artes y a los artistas. Lo más difícil que me he encontrado es tener que salir de mi País para poder ejercer mi carrera y ahora más con la pandemia. Aquí no hay el apoyo ni la infraestructura gubernamental como lo hay en muchos países”, lamentó.
Pero el oficio de laborar en las vías de rodaje, además de representar un riesgo por el alto tráfico que circula a toda hora, es algo que no es bien visto por ciertos sectores de la sociedad.
“Cuando empecé a malabarear en la luz, era algo que no se veía muy bien y la gente no lo percibía como un arte, sino como ‘mira a este, pidiendo’. Una persona en el semáforo pidiendo o haciendo algún tipo de arte, para estar ahí tiene que tener un trasfondo, ya sea una persona que está bien firme y sabe bien quién es, porque no todo el mundo se para frente a un público diferente cada 30 segundos y crea un espectáculo y le lleva un sentir de arte o de felicidad”, señaló quien se inició en semáforos en el área de Baldrich, Roosevelt y Hato Rey.
“Las personas que lo hacen pienso que tienen un rayito de luz o un don bien especial que viene por ahí con la genética o en la sangre, que llevan arte. Todo el mundo tiene su razón por la cual llega a ese punto: La gente que vende agua, frutas o aguacates en la luz. Me gozo porque trato de ser respetuoso con todo el mundo… gente que conozco porque comparto la luz con ellos. Hay jerarquías, hay maneras de hablar, de moverse, uno siempre tiene que estar bien alerta, pendiente”, agregó.
Mas el artista se nutre del aplauso y de hacer felices a quienes disfrutan de su ofrecimiento, aunque sea unos segundos.
“Para mí, ser ‘semaforista’ es un trabajo valioso y creo que es incalculable porque no sé a cuánta gente le llega, pero estoy seguro que hay mucha gente alrededor que lo recibe de cierta forma, unos lo reciben bien y otros puede que lo menosprecien, pero para mí es bien emocionante salir de casa pensando que soy mi propio jefe y estoy creando, llevándole arte a la gente, ya sea en el semáforo o a través de las clases que doy o de la pintura. Para mí es algo que tiene mucho valor”, sostuvo.
“Si algo me motiva es tratar de hacer un pequeño cambio e ir en contra de la corriente y crear mi propia revolución, empezando conmigo mismo, porque los sistemas nos oprimen como individuos, como artistas, como personas que solamente quieren salir adelante o personas de escasos recursos”, admitió el artista quien confecciona sus propios malabares utilizando bolsas plásticas, globos y arroz, entre otros.
Asimismo, explicó cómo logra una concentración envidiable en medio del tapón.
“Para mí, funciona como un tipo de meditación o relajación y cuando estoy malabareando es como un acto de la vida porque siempre nos están pasando mil cosas y nos pasan bien rápido… unas nos dan bien duro y otras suave, y a veces se nos caen las cosas, nos tropezamos en el camino y el es como el simbolismo entre el malabarismo y la vida, que una va de la mano con otra”, describió.
“Cuando estoy tirando las anillas y las bolitas al aire estoy bien concentrado en mi respiración, en lo que está pasando a mi alrededor, en mi entorno, entonces a la misma vez tratando de conectar visualmente con la audiencia, las personas que me están mirando y no solo eso, también estar consciente de que si hay mucho sol pues me tengo que posicionar para que no me ciegue y que no se me caigan los malabares, es una constante meditación con el medioambiente, el viento, el calor, la lluvia, los carros que vienen bien rápido”, agregó.
Explicó que su acto ocasiona distintas reacciones en el público que van desde piropos, comentarios jocosos y hasta groserías que, asegura, no toma a nivel personal.
“Me lo vacilo todo, no lo cojo personal… si uno lo que hace es divertido y me estoy divirtiendo también. Yo estoy aquí regalado; por poco me muero de apendicitis y después de eso pensé que tengo que vivir la vida en todo momento y yo espero que cuando sea un viejo, aunque sea una hora a la semana me tire al semáforo a darlo todo”, contó el malabarista, cuyo perfil en Instagram es crayon.papi.
“Me encantaría tener una escuela de arte para diferentes edades y crear algún tipo de infraestructura local con mi grupo de trabajo. Quisiera que los municipios me tomen en cuenta para llevar talleres a las comunidades”, concluyó.