Se la come Puruco en el residencial Luis Llorens Torres
El exbaloncelista lidera junto a un grupo de amigos un movimiento para llevarle comida directamente a la casa a sobre 300 personas de edad avanzada.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 8 años.
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Hablar de Antonio “Puruco” Látimer en el residencial Luis Llorens Torres, significa hablar de un aguerrido exbaloncelista orgulloso de la comunidad donde se crió, lo que anunciaba en todas las canchas del país.
Pero en estos días Látimer viste otro sombrero en el caserío más grande del país: lidera junto a un grupo de amigos un movimiento para llevarle comida directamente a la casa a sobre 300 personas de edad avanzada que viven allí y en dos égidas cercanas. Desde el comedor de la escuela Montessori y con la ayuda de un batallón de empleadas del comedor de la escuela, suple una necesidad que no es atendida allí por el Estado.
Pero necesita ayuda.
“No tenemos abastos para seguir alimentando a más personas”, alertó Látimer a Primera Hora mientras insistía en que se supieran los nombres de sus dos principales colaboradores: Giovanni Maisonet Rodríguez y Emanuel Acevedo. “Necesitamos ayuda y no tenemos comida para tantas personas”.
Látimer, quien dejó claro que está solicitando donaciones, procedió a recitar una larga lista de comercios de la zona que le han dado comida, pero recalcó que necesita más, además de agua potable y más vehículos para repartirlo todo. De las tuberías del residencial sale agua hace días, pero nadie garantiza que se pueda tomar.
Ayer esperaban preparar 346 comidas, incluyendo en el menú vecinos de dos égidas, entre estas la Egida Ocean Park Tower.
“No tienen familiares que los puedan visitar y nos hemos dado a la tarea de tocar el sitio”, dijo. “Por lo menos logramos de que tengan un plato de comida al día”.
Primera Hora llego a Luis Llorens Torres en medio de la confección de una cena al aire libre: arroz blanco y corned beef. José Luis Medina, del edificio 34, era el chef designado.
“Llevo par de días cocinando así”, dijo el hombre al lado de su fogón improvisado con una parrilla colocada sobre bloques de cemento y leña.
“No es fácil, pero hay que bregar con lo que hay, estamos vivos”, dijo.
Anque el Departamento de la Vivienda tiene como política prohibir el uso de estufas de gas en los complejos de vivienda, varios ciudadanos comentaron que en momentos de emergencia esa prohibición se lanza por la ventana.
Para Josephine Ayuso, del edificio 34, lo más importante es buscar agua para tomar y hielo. Ella también cocina afuera y con leña.
“Como vecinos nos unimos y compartimos”, dijo la mujer sentada bajo una carpa.
A pesar de ser una comunidad tan inmensa, en los predios del caserío no se ha ubicado un oasis.
Sectores del residencial se inundaron gracias al agua que trajo el huracán María, particularmente los edificios más cercanos al sector Playita.
“Yo pasé el huracán en mi casa, que es un primer piso. Los apartamentos son bastante seguros pero muchas ventanas se fueron y el cuarto de mi nena se mojó”, dijo Ayuso.
Lo cierto es que las calles del caserío están inundas también con niños sin escuelas a qué asistir. Allí hay tres dentro de sus predios y una fuera, además de dos Head Start también cerrados.
En la escuela Montessori, una veintena de voluntario de la organización Mentes Puertorriqueñas en Acción daban la mano limpiando los alrededores y cortando árboles. Entre los que dijeron presente se encontraban Mariana Ortiz Barreto y Alejandra Vilá.
“Estamos ayudando como se puede”, dijo Ortiz Barreto al apuntar al recordar que no podían entrar a unos salones que desde María no tienen techo. Según comentó, aparentemente con los destrozos se expuso igualmente asbesto en el lugar.
Primera Hora también visitó el residencial Nemesio R. Canales. Cualquiera diría que estarían celebrando al recuperar el servicio de agua potable y la energía eléctrica hace dos días gracias, en parte, a que son vecinos del Cuartel General de la Policía.
Pero el mal olor es evidente tan pronto se cruza por la estructura que una vez fue una caseta de seguridad. La peste es insoportable por dos razones: un tubo roto frente al teatro y la basura acumulada dentro y en los alrededores de cada contenedor.
Según varios entrevistados, no se recoge la basura en el caserío desde el viernes de la semana pasada.
Norberto González, quien llevó a Primera Hora en un recorrido por el caserío, contó que las ventanas de su apartamento del edificio 44 “se volaron”, por lo que también entró el agua a su vivienda. Contó que muchos vecinos del complejo se fueron al refugio del Coliseo Roberto Clemente o a una de las dos escuelas del residenciales.
¿Cómo reaccionaron cuando llegó la luz? ,se le preguntó.
“Normal. No hubo euforia”, dijo.
Pedro Ruiz Ayala se ha convertido en el salvador de muchos en “Canales”, tanto residentes como exvecinos del complejo. Resulta que luego de que llegara la energía eléctrica prendió un congelador de su propiedad y desde entonces hace hielo en padrinos de refresco para quien necesite.
“Y pago luz”, aclaró. “Que me traigan los envases y les hago hielo”, dijo. “Ese hielo tarda mucho en descongelarse”, agregó al explicar que le hace la salvedad a todo el mundo que el hielo se hace con agua que no ha sido hervida.
En Canales se inundaron varios edificios alrededor del número 9. La cancha del complejo sufrió daños en su techo, al igual que el parque de pelota. La escuela para los grados sexto a octavo también sufrió daños, particularmente por el tendido eléctrico colapsado. Así, aunque en el caserío hay energía eléctrica, ese no es el caso en la escuela.
Escondido en su propio mundo, Julio Olivo, de 91 años, vive detrás de la iglesia María Madre del Mundo. La iglesia y la residencia del hombre se ubican técnicamente fuera del caserío, sobre la antigua servidumbre del tren de circunvalación.
Nadie que no entre por el estacionamiento de la iglesia sabría que vive allí hace más de 50 años.
Allí Olivo sale de su casa y ve tres enormes árboles sobre el suelo y frente a su humilde residencia, donde sólo he visitado por sus amigos felinos. Dice que tiene mucha familia en Cupey, el propio caserío y en Río Piedras, pero no lo visitan.
¿Qué usted necesita?, se le preguntó.
“Ahora mismo nada”, respondió el hombre el hombre de 91 años al notar que tiene agua potable y un vecino le lanzó una extensión desde el caserío, por lo que tiene corriente eléctrica.