San Lorenzo hace malabares para sobrevivir
La mayor preocupación del alcalde José Román Abreu es la falta de alimentos en los barrios de la montaña.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 7 años.
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La rutina diaria de Santos del Valle en los últimos días se concentra en hacer fila en el puesto de gasolina a cambio de mantener sus potes de insulina fríos.
El hombre incapacitado de 50 años llegó a un pacto con su vecino en la calle 11 de la barriada La Roosevelt para que extendiera su planta eléctrica hacia su residencia y así poder refrigerar los medicamentos en su nevera si le cubre los gastos del combustible.
“El día a día aquí ha sido una lucha”, dijo del Valle con el rostro humedecido por el sudor causado por el calor de la tarde.
“(Estamos) Ayudándonos entre los vecinos, que es lo único que se puede hacer por ahora. Te todo lo demás, está todo tranquilo”, agregó.
La Roosevelt, una de las comunidades de bajos recursos en el casco urbano de San Lorenzo, exhibe un sinnúmero de hogares que sus segundas plantas perdieron sus techos a casi dos semanas del paso devastador del huracán María por toda la isla donde sus habitantes hacen malabares para asistirse y mantearse a flote ante la adversidad.
José Fernández Vázquez, exempleado de la Autoridad de Energía Eléctrica (AAE), ahora duerme “incómodo” junto a su padre Antonio, de 96 años, a cinco casas más debajo de la calle donde vive Del Valle después de perderlo todo en un segundo nivel.
Vázquez no ha podido extraer el dinero de su cheque del seguro social ya que los bancos en el municipio de los “samaritanos” todavía permanecen cerrados.
“Sin dinero no te puedes mover. Por lo menos estamos aquí. Estoy con mi padre que es una persona que no se puede dejar sola. (Lo peor) es la falta de cómo tu moverte. Ahora los bancos están cerrados y se tiene que ir a Caguas y no hay gasolina. Suerte que habíamos cargado provisiones para la otra tormenta (Irma), pero ya queda poco”, relató.
En la calle 2, José Luis Contreras, operaba la caja registradora de La Roosevelt Mini Market con un cable que atravesaba una ventana hacia la batería de auto estacionado en una esquina del negocio.
“Tratamos de suplir a la comunidad con lo poco que podemos hacer, con la planta que tenemos, y buscando víveres en la calle como se pueda. Está muy difícil la situación en cuestión artículos de primera necesidad. Eso está fatal. Estamos en ese proceso. Todos los días, salimos a la calle, pero nosotros los comerciantes no tenemos la oportunidad de tener acceso a la gasolina rápido, tenemos que hacer la fila como todos los demás. Eso nos complica la situación”, contó el comerciante de 53 años.
Contreras pasó María junto a su esposa entre las góndolas de su local luego que el feroz huracán destruyera su hogar en la planta alta.
“Lo más que se vende es agua y refrescos. Están difíciles de conseguir. Bebidas alcohólicas no se están utilizando mucho porque parece la gente está cogiendo conciencia porque la cosa está mala”, añadió.
La mayor preocupación del alcalde José Román Abreu es la falta de alimentos en los barrios de la montaña de San Lorenzo, que asegura algunos sectores todavía están incomunicados vía vehículos de motor.
“Ha sido muy difícil. Bien duro. Aun con todo lo preparado que estuvimos nadie espera esta devastación, al punto de que estamos trabajando con un almacén de alimentos porque la gente ya está pasando hambre”, lamentó con rostro afligido.
Román Abreu llegó a acuerdos con empresas privadas para repartir miles de bolsas con comida para los damnificados.
En contraste, Primera Hora llegó hasta el Econo en el centro del pueblo, donde la esperan en la fila para entrar al establecimiento era no más de 10 minutos. Excepto por el agua y el hielo, el supermercado estaba abastecido con los alimentos básicos.
“Aquí llegaron 160 fundas de hielo y la fila para comprar empezaba a las 4:00 a.m. Imagínate cómo se fueron”, comentó Daniel Alvarado, guardia de seguridad de la instalación.
La Agencia Federal para el Manejo de Emergencia (FEMA por sus siglas en inglés) llegó a San Lorenzo el sábado pasado al estadio Cristobal ‘Caguitas’ Colon y atendió con prioridad un censo municipal de 300 personas que perdieron sus hogares. Román Abreu tiene un estimado de 5,000 personas afectadas de alguna manera por María.
Hasta el viernes, Román Abreu aseguró que la ayuda del gobierno central en su municipio estaba ausente y está resignado con los reclamos realizados en el Centro de Convenciones para atender las necesidades apremiantes de San Lorenzo.
“La acción se ha quedado en la palabra”, precisó.
Sobre los barrios incomunicados, Primera Hora llegó hasta la comunidad de los Oquendo en Quemados, donde una parte de la carretera del sector amenazaba con desprenderse por completo.
En el tope de la zona, donde la devastación floral es completa, Madeline Oquendo se encontraba en la encrucijada de que quiere que llueva para que la quebrada que le da agua para limpiar no se seque a la misma vez que suplica que el cielo se quede despejado para que no se derrumbe el camino hacia su casa.
“Está bien difícil. No hay hielo en ningún lado y los que tienen no quieren dar. No me queda de otra que esperar. Hay que buscar lo que se terminó a pie porque lo recogen allá abajo. Al momento, tenemos suministros para comer”, expresó la estilista de profesión.
Yabucoa pone buena cara en su peor momento
A sus 96 años, Bruno Rodríguez estaría abriendo camino en el tope del barrio Tejas en Yabucoa, donde se aprecia por completo el valle de la conocida Ciudad del Azúcar, luego del huracán María si no fuera por los dos infartos que incapacitaron al agricultor en el hogar donde crio a 12 hijos junto a Margarita Rivas.
Rodríguez, postrado en una cama, sin capacidad para hablar y dependiente de un tanque de oxígeno para vivir, es parte de la inmensa comunidad de envejecientes en Puerto Rico que su rutina por existir se vio alterada por el colapso de las comunicaciones y la dificultad de transporte de medicamentos por todo el país a consecuencia del fenómeno atmosférico, cuyo ojo entró por el municipio del sureste.
El inventario de tres tanques de Rodríguez está por terminarse y el uso de cada uno se racionó a dos días y medio, declaró su hijo Luis.
“Si lo usamos todo el día, 24 horas, entonces sí íbamos a tener dificultades”, dijo el contable de 57 años.
Auspicio la Paz, con sede en Arecibo y con oficinas en Las Piedras, ya visitó a Rodríguez para dejarle saber que esta semana llegarían los nuevos tanques. El compromiso hecho por la empresa es la única seguridad que tiene la familia al encontrarse incomunicada.
“No tenemos comunicación de ninguna clase. No hay señal en el área. Es difícil. La persona que viene a dar la visita regular vino a tres días del evento, se presentó. Nos trajo suplidos de la alimentación y se comprometió en traer los tanques de oxígeno, pero eso va a depender de que la compañía pueda suplirlos que, en este momento, es incierto. Este tipo de servicio parece estar bien limitado en estos momentos”, expresó Luis.
“Mi papá estaría trabajando ahora mismo, recogiendo escombros ayudando a la comunidad. Se entregaba completamente a sus semejantes, a sus vecinos, y nunca los dejaba. Yo pienso que, a sus 96 años, si no le hubiera pasada la situación que lo ocurrió, yo te aseguro que estuviera dando la mano a todos lo que necesitan. Eso siempre fue él”, agregó.
Al otro lado de la casa, Margarita, de 93 años, todavía tiene los puntos de una operación en el fémur, cerca su rodilla derecha, realizada en el hospital Pavía de Hato Rey luego del roce que tuvo el huracán Irma por Puerto Rico.
Los servicios y equipo de rehabilitación de Margarita están bajo Clinical Medical Service, Inc., con quien los Rodríguez, hasta el viernes pasado, no tuvieron ningún tipo de comunicación.
“Hay que seguir luchando, utilizar todos los recursos que están en la disposición. Hacer sentir las necesidades que tienen estos pacientes para ver si alguien puede escucharnos o escuchar a otros que están sufriendo, que lleguen los suministros”, fue el llamado de Luis.
Entretenimiento familiar
A 20 minutos del hogar de los Rodríguez, las filas en las gasolineras eran los únicos movimientos realizados por los ciudadanos en el centro de Yabucoa mientras se acercaba la noche.
Entre el ataponamiento y los bocinazos de autos en la carretera 182, cerca de la ‘Cuesta del Caño’, la típica música de carritos de helados recordó la niñez entre el ajetreo por abastecerse de combustible.
“No nos queda de otra”, comentó la dueña de Granny’s Ice Cream, sin identificarse, mientras repartía barquillas de vainilla y chocolate en la intersección con la carretera 900.
En la misma vía, un empleado de Steidel Memorial aseguró que los servicios de la funeraria no se vieron interrumpidos por María.
“Llevamos como 10 muertos ya. Nunca cerramos”, gritó a El Nuevo Día.
Caída la noche, una visita a la urbanización Los Ángeles trajo de manera obligada el recuerdo del cuento de 1970 de José Luis González titulado ‘La noche que volvimos a ser gente’.
En la Calle B, un grupo de niños rodeaba a otros mientras jugaban una mano de dominó. Uno de los menores servía de poste con una luz en su cabeza que alumbraba la mesa. A otro lado de la brea, Carlos Morales se preparaba para comenzar una partida de Bingo con sus dos hijos y amistades de sus vástagos.
“Los muchachos no han echado de menos los celulares. Me preguntan por la señal para donde yo voy, les digo que no hay, y ellos se quedan tranquilos. Ahora se levantan, corren bicicleta, juegan ‘bambutei’, van a jugar en lo que queda de la cancha”, contó el operador de manufactura de 52 años, confeso amante de la televisión.
“Tenemos que sobrevivir y ayudarnos unos a los otros (entre vecinos) para poder levantarnos y echar para adelante. Si no lo hacemos, no nos los damos la mano, el país no echa para adelante”, resaltó.
La escena de juegos de mesa no se vio en otras urbanizaciones en Yabucoa visitadas por El Nuevo Día. En la comunidad Méndez, el colmado operaba durante los últimos minutos antes del toque de queda a las 9 p.m.
El local es administrado por Teresa Fonseca, esposa del dueño de los Azucareros de Yabucoa en la pelota de la Doble A Héctor Torres.
Torres adelantó que el equipo no jugará en la temporada entrante, que comenzaría el próximo febrero, debido a los severos daños sufridos por el parque Félix Millán y no ve como opción participar como local en otra instalación deportiva.
“Aquí cayó una bomba. El tóxico es lo que estamos viviendo ahora”, opinó.
Fila que asfixia
La mañana del sábado amaneció con la vía principal hacia el pueblo de Yabucoa casi detenida.
El tapón y los vehículos estacionados en el paseo es provocado por las colas que llegan casi a la calle hechas por los yabucoeños para hacer sus reclamos a Fema en el Parque del Niño.
Un portón rojo separaba a la muchedumbre apiñada en dos líneas, que se tuvo que refugiar en sombrillas ante la amenaza de un aguacero.
“Atrás. Atrás. Yo veo que esta fila se me está poniendo en el medio. Abran paso”, gritaba una mujer, con un silbato, en custodia de abrir las rejas a los desesperados damnificados en busca de dar su reporte de pérdidas a la agencia federal.
En el inicio de la fila se encontraba sentada Justina Telles, quien hizo el número 302 el marte pasado y llegó el sábado a las 7:00 a.m. para ser atendida.
“La casa se me fue completa y la casa de mi mamá perdió todo el mobiliario. La mía queda en el cerro El Calvario (casco urbano). Yo lo he asimilado bien porque estoy aquí tranquilita. Pero, tengo todo mojado en mi casa y soy asmática y estoy durmiendo en un mattress mojado”, contó la ama de casa de 53 años mientras las gotas de lluvia le bajaban por su rostro.
Unos minutos después, Telles atravesó el portón para comenzar otra fila en la edificación amarilla del parque. Fue justo a tiempo de que cayera un diluvio que dejó empapados a los que esperaban al otro lado del portón.
El municipio de Yabucoa tiene un estimado de 700 casa afectadas por María, número que espera aumente a miles en los próximos días.
Servicio con medio techo
Contrario a la nubosidad del sábado, el domingo amaneció con los cielos despejados en Yabucoa. En el barrio costero de Camino Nuevo aún se veían intactos los escombros que María regó por los sectores de la zona a pesar de la limpieza de las vías.
En la carretera 9901, la pastora Betzaida Rodríguez no se vio interrumpida por un chorro de agua que cayó de un tordo suelto en las losetas de la Iglesia Bautista Berea.
Unos 50 feligreses se encontraban en la parte izquierda del templo que le faltaba medio techo escuchando el sermón de Rodríguez. La instalación de paredes de piedras quedó al aire libre gracias a los fuertes vientos de 155 millas por hora de María.
Rafael Lebrón González, presidente del templo, contó que la parroquia ha ido a buscar las planchas de zinc regadas por el terreno de 14 cuerdas para ubicarlos nuevamente en el tope.
“Ha sido un poco triste el comienzo de descubrir los efectos que no causó el huracán. Estamos en proceso de restauración. Es el segundo domingo que damos el servicio. Fue algo fuerte, pero nos sirvió de inyección que nos dio nuevos ánimos y fuerzas”, dijo.
En la ruta panorámica 901, así como en varias zonas del pueblo, las montañas de basura comenzaban a acumularse. Empero, Ahmed Molina, director de la Oficina Municipal para el Manejo de Emergencias (OMME) informó que los puntos donde se encuentra los desperdicios fueron asignados y que los camiones de basura operan de lunes a viernes para realizar los recogidos.
Molina hizo un llamado por los tordos de Fema para las casas sin techos y el suministro de medicamentos. Para la comida, el municipio realiza viajes de noche hacia la Cruz Roja en Ceiba para el recogido de raciones de alimentos y agua.
Maunabo se siente en el olvido
Crucita Bilbraut se alegró durante la mañana del sábado por ver que su pequeño jardín de rosas frente a su hogar, destapado por su vecino, todavía tenía color a pesar de que las flores estaban ‘despeinadas’.
Fue un aliento para la mujer de 79 años, una distracción fuera de la enorme plancha de zinc que arropa como tentáculo la marquesina de su residencia en el sector Corea del barrio Emajaguas.
El metal masticado por el huracán María, que en el pasado fue parte del techo de una cancha de baloncesto a pasos de la casa, tiene atrapado la guagua ‘pickup’ de Bilbraut. El municipio ya le informó que necesita tijeras especiales, las que se usan en accidentes automovilísticos, para liberar a su vehículo.
“Se sintió como un avión que rozaba la casa”, dijo Bilbraut, quien vestía una bolsa de plástico en su cabeza para evitar las gotas de lluvia, sobre el golpe del zinc con su hogar de cemento.
“Gracias a Dios tenemos alimentos. Mi hijo vino de Canóvanas y me trajo una planta que prendo de día para no hacer ruido por la noche. Quería que me fuera con él, pero los daños que hay aquí los tengo que reclamar”, relató.
Al igual que Bilbraut, Maunabo está en espera de la ayuda gubernamental a casi dos semanas del azote catastrófico de María y se siente en el olvido.
Durante el pasado fin de semana, el pequeño pueblo jueyero del sureste, donde pasó con furia el ojo del fenómeno atmosférico de categoría 4, tenía sin servicio las únicas tres gasolineras disponibles, dos en el pueblo y una en el barrio Palo Seco.
Los maunabeños tienen que hacer viajes hacia los pueblos limítrofes de Yabucoa o Patillas para llenar los tanques de sus carros y los candungos para almacenar combustible.
El Centro de Salud está inoperante. Las operaciones médicas ahora se realizan en el cuartel municipal, donde se encuentran los pacientes encamados y que necesita oxigeno ya que la instalación funciona con una planta de diésel las 24 horas del día. Tenían reserva hasta para el sábado pasado.
Jorge Márquez, alcalde al mando de Maunabo por los pasados 16 años, limitó el uso del agua potable de 7:00 a.m. a 7 p.m. para ahorrar el diésel de las plantas que ponen a correr las bombas de la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados (AAA).
Con el esfuerzo de brigadas municipales y privadas, Márquez pudo abrir camino por todas las vías del municipio. Esperar por el gobierno central y llenar los papeles de reclamos una y otra vez, ya lo ve como una pérdida de tiempo.
Mientras Márquez supervisaba una brigada que recogía escombros, El Nuevo Día pudo ver cómo los ciudadanos, tanto como en el pueblo, así como en el sector Jardines de Bordaleza cerca de Faro Punta Tuna, todavía realizaban limpiezas a sus hogares que mostraban daños en las paredes y techos.
Según el alcalde, Fema contabilizó el jueves y viernes pasado 1,500 solicitudes de ayuda por pérdidas.
“Te puedo decir que un 90 por ciento de las casas de madera se fueron. No aguantaron. Aún tenemos comunidades que se nos hace difícil el recorrido de desperdicios sólidos porque son tantos los cables y vegetación que hay, que los camiones pesados no pueden llegar a las casas para hacer los recogidos”, indicó Márquez.
Almuerzo caliente
Entre los negocios abiertos que se podían contar con los dedos, el restaurante Salseo, ubicado frente a la entrada y salida de los túneles, vendía almuerzos a $6.
Harold González, propietario del negocio, perdió el techo de la terraza que construyó hace cinco meses. Al tercer día después de María, reabrió para vender desde sancocho hasta arepas de salmorejo de jueyes con una enorme carpa blanca.
A pesar de la pérdida, la nueva fachada al aire libre le agrada a Rodríguez, quien pensaba cerrar por completo su local adornado por una estatua de un juey que se asemeja al tamaña de una motora.
“Me dan las gracias, me dan la mano porque no tienen dónde comer. Esto es un negocio que abre los siete días a la semana y al ver el derrumbe (del restaurante) se impresionaron. Yo les dije que no se preocuparan que yo lo iba a echar para delante de nuevo. Mientras podamos, tendremos comida fresca todo el tiempo”, aseguró.
Humacao sigue como pueblo fantasma
Los días parecen estar estancados en la urbanización Vista Mar de Punta Santiago en Humacao después del huracán María.
No hay que escuchar las olas de mar para estar consciente de lo letal que fue la marejada ciclónica en el sector costero de la Ciudad Gris, donde los escombros y la basura dan la bienvenida a casi dos semas de embate de fenómeno atmosférico sin precedentes.
No había tiempo para apreciar el arcoíris formado en el horizonte, visible entre las palmas, mientras que Néstor Torres, de 27 años, acomoda parte de los muebles que una vez adornaron la sala su hogar en la acera, que ahora esperaba por ser recogidos por las brigadas del municipio.
Cerca de Torres estaba su pareja Berniliz Rodríguez, de 24 años y embarazada de cinco meses, quien cargaba pedazos de madera para colocarlos encima de los muebles perdidos a causa del agua salada que inundó su aposento.
“Esto ha sido lo más catastrófico que he vivido. No hay palabras para describirlo”, dijo la empleada de un supermercado local.
El debate de Rodríguez es decidir si ir a su trabajo en el pueblo de Humacao para que luego le digan a su llegada de que establecimiento no estará abierto, viaje que desperdicia la gasolina en el tanque de su carro.
“Estamos entre si tenemos trabajo o no. (Los patronos) tienen problemas con sus plantas eléctricas y la edificación como tal. Me levanto a diario para ver si puedo ir a trabajar y mantenerme con lo que tengo”, contó.
A las 6:30 p.m., Rodríguez y Torres trancaron el portón de su hogar ante lo que parecía un temor por la delincuencia que trae la oscuridad ante la falta de luz eléctrica con todo y el toque de queda establecido por el gobierno.
Ante las fuertes lluvias que cayeron el sábado debido a una vaguada, el lago ubicado en el medio de Verde Mar, cerca de las Parcelas Viejas donde el gobernador Ricardo Rosselló llevó raciones de comida militar el pasado miércoles, volvió a inundar parte de las calles de la vecindad. Esto no limitó a una familia de tres generaciones en correr bicicleta en la lobreguez.
De vuelta al centro de Humacao, los dos principales centros comerciales, además de restaurantes de comida rápida, permanecen cerrados indefinidamente.
El casco urbano cobra un poco de vida durante el día. No obstante, la noche lo convierte en un pueblo fantasma.
José Báez, director de la OMME en Humacao, recalcó que la necesidad del municipio dirigido por el acalde Marcelo Trujillo, es total.
“No he visto mucho movimiento. Vi que el gobernador estuvo en los puertos y esperamos que ya suelten las comidas porque esto está a cuentagotas. Ya la gente se está desesperando. Llovió el fin de semana y hay gente sin techo y no le dan toldos. No es fácil”, indicó Báez, quien ve a María como la peor emergencia que ha trabajado comparado con el derrumbe de tierra en el Barrio Mameyes de Ponce, el fuego en el Dupont Plaza, y los huracanes Hugo y Georges.