En las áreas más intricadas del Bosque Estatal Río Abajo, en Utuado, ocurre por estos días un acontecimiento que es motivo de celebración y esperanza: el nacimiento de polluelos de cotorra puertorriqueña, tanto en cautiverio, como en nidos silvestres a través del lugar.

Esta temporada, además, se han contabilizado 25 nidos activos, la cifra más alta desde que comenzaron a liberarse cotorras en Río Abajo, en el año 2006.

Primera Hora tuvo la oportunidad de ver, literalmente, de primera mano, algunos de estos polluelos que mantienen en curso la recuperación de la cotorra puertorriqueña, ave que la ciencia identifica por el nombre de Amazona vittata, y que nuestros antepasados taínos solían llamar iguaca, en tiempos en que volaban por cientos de miles sobre todo el archipiélago de Puerto Rico.

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Desde 1973, el DRNA se esfuerza por conservar esta importante especie con un programa que ha rendido frutos a través de los años.

Siguiendo a la bióloga y directora del proyecto de recuperación de la cotorra en Río Abajo, Tanya Martínez, al avicultor Ricardo Valentín, y su equipo de trabajo, dejamos atrás las obras de reconstrucción que avanzan a toda máquina en el aviario, y nos acercamos caminando con sigilo a las jaulas donde varias parejas de cotorras ya están criando sus pichoncitos en cautiverio.

Valentín se detuvo ante una jaula y en voz baja explicó que mostraría los polluelos de una pareja, que desde el lado opuesto de la tela metálica nos miraba atentamente. De una cajuela que sirve de cavidad para que la pareja haga el nido, por unos segundos, sacó primero un pichón y luego otro, recién salido del huevo, todavía húmedo y sin plumaje. Las aves adultas, curiosamente, se mantuvieron tranquilas y sin hacer sus distintivos y ruidosos sonidos, como si aceptaran que pudiéramos mostrar al público sus crías.

Luego visitamos el cuarto de laboratorio donde está la incubadora, aparato que, “de ser necesario”, se usa “para que los huevos se puedan desarrollar adecuadamente”, bajo condiciones reguladas, pues si hay, por ejemplo, demasiada humedad en el ambiente, el pollito puede morir dentro del huevo.

De ahí, nos adentramos por el bosque, a revisar nidos silvestres.

La bióloga explicó que la iguaca es un ave endémica, que actualmente solo se encuentra en tres poblaciones en El Yunque, Río Abajo, y el Bosque Estatal de Maricao. Es una especie monógama, es decir, que una vez encuentra pareja, se mantiene con ella de por vida, aunque, si esa pareja muere, luego de un periodo de luto el o la sobreviviente puede ir en busca de nueva compañía.

Tras subir una fangosa cuesta, nos detuvimos junto al tronco seco de una palma. Allí el equipo de científicos desplegó una varilla telescópica con una cámara en su extremo, para observar un nido en lo profundo del interior del tronco, y confirmar que todo marcha bien.

Martínez explicó que las parejas de cotorras silvestres buscan una cavidad en un árbol para acomodar su nido. Para eso buscan los árboles de más edad, que es donde encuentran las cavidades con el tamaño y profundidad que necesitan para un buen nido, o en los nidos artificiales colocados estratégicamente a través del área. Prefieren árboles de aguacate, teca, casuarinas, palma real, palma de coyor, moca, árbol de María y el árbol de guaraguao, que no se debe confundir con el guaraguao ave de presa, que es uno de sus enemigos naturales.

Todo boquete las atrae. Aunque no se puedan meter, si es un orificio en un árbol, eso las estimula. Vienen, se acercan, lo muerden, y los que tienen el diámetro y profundidad suficientes, pues son candidatos para que ellas aniden”, comentó, agregando que esa profundidad idónea puede variar considerablemente, desde unos 3 pies a 11 pies, como el que estaba en la palma seca, o incluso más.

Su temporada reproductiva “es solo una vez al año. Ellas empiezan a reclamar sus nidos en enero, y, por lo menos aquí en Río Abajo, ponen huevos en febrero. En El Yunque y (el Bosque Estatal de) Maricao, donde están las otras poblaciones, eso puede variar”.

En cuanto a su alimentación, “es bien variada y depende de lo que está disponible”, según la época del año.

Continuamos caminando a través del bosque, bajo la protectora sombra de los árboles que minimizaba el calor, hasta llegar a una pequeña ladera, sobre la que se erige un gran árbol en el cual está colocado un nido artificial. Un joven del equipo científico lo escaló hasta alcanzar el nido. Cuidadosamente, extrajo del mismo una bolsa, y la bajó con una soga a tierra, donde otras integrantes del equipo sacaron a tres vigorosos polluelos para medirlos y pesarlos y, de paso, darnos otra oportunidad de ver de cerca a las criaturas.

También fue la oportunidad para que la secretaria del Departamento de Recursos Naturales y Ambientales (DRNA), Anaís Rodríguez Vega, cargara por un instante uno de los pichones, acto que, en su caso, tuvo una connotación particular, pues ella está actualmente en camino a convertirse en madre.

Rodríguez Vega aprovechó para celebrar la exitosa temporada de anidamiento de la cotorra puertorriqueña en el aviario, proyecto que es una cooperación entre el DRNA, el Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre (FWS, en inglés), y el Servicio Forestal Federal (USFS, en inglés).

“La cotorra puertorriqueña es una especie en peligro de extinción. Se creó este proyecto para la conservación y protección de la especie, y ha sido un proyecto exitoso del Departamento, ha triplicado la especie y la ha conservado la especie”, resaltó la secretaria.

Arreglan el aviario

Tras el paso del huracán María (2017), la titular indicó que las instalaciones en el Bosque Río Abajo “sufrieron grandes daños. Y nuestro proyecto de reconstrucción ha comenzado. Está en todo su apogeo. Estamos en ese proceso de culminar la reconstrucción en esta instalación”.

La reconstrucción incluye diferentes estructuras, desde oficinas y residencias para el personal del DRNA que trabaja y pernocta allí, hasta las instalaciones de las jaulas para las cotorras en cautiverio, el área de laboratorios e incubadoras, así como otras edificaciones necesarias para el monitoreo constante de la especie y los hábitats a través del bosque. Se ha llevado a cabo con “múltiples fondos”, incluyendo unos $8.8 millones autorizados por el Congreso, a través del Departamento del Interior federal (al que pertenece FSW), asociados al desastre de María y otros cerca de $3.2 millones de fondos ARPA, para un total de alrededor de $12 millones.

Más allá de la especie

Valentín comentó que el proyecto de recuperación de nuestra ave va mucho más allá de esta especie, y beneficia a todo el ecosistema del bosque, pues “la cotorra, con sus alas de protección legal, cobija muchísimas especies que de otra forma no tendrían protección, pero que son importantes desde el punto de vista ecológico”.

“La cotorra puertorriqueña es una parte fundamental del ecosistema que teníamos antes, y perder esa especie es perder una parte importante de un componente de la biósfera. Era uno de los pájaros más abundantes, y tenía su efecto sobre la diversidad de los bosques, sobre las semillas, así que es como tener un rompecabezas y faltarles una pieza, y nosotros estamos luchando por devolver esa pieza al rompecabezas de nuestros bosques”, afirmó.

Recordó que este proyecto, que comenzó en 1973 cuando quedaban apenas 13 ejemplares silvestres y algunos más en cautiverio, es una de las historias de rescate de una especie al borde de la extinción total más exitosas en todo el planeta y, además, fue un esfuerzo pionero en su tipo, que “antecede a todos los programas de conservación por al menos una década”.

“Pero un aspecto muy importante, que el público no conoce, es que nuestro proyecto produce una cantidad enorme de información científica que tiene relevancia no solamente para la recuperación de la cotorra de Puerto Rico, sino para muchas otras especies en todo el mundo, que hace 20 años nadie se imaginaba que estaban en problemas, pero debido al cambio climático, la degradación ambiental, ahora las personas de esos países se encuentran en problemas y dicen, bueno, ¿qué hago? ¿quién ha tenido una experiencia relevante a esta situación? Y el proyecto de la cotorra de Puerto Rico puede proveer esa información, esos datos y esa experiencia”, añadió.

Martínez, en tanto, resaltó la importancia de tener más de una población a través de la Isla, pues “en este caso, literalmente, no es buena idea tener todos tus huevos en una misma canasta, en el caso de que venga un evento catastrófico, como un huracán, como el que ya vivimos, o un brote de enfermedad, que en el pasado también se ha vivido”.

Agregó que a través de las décadas “se ha aprendido muchas, muchas cosas. Cuando empezamos a liberar cotorras a estado silvestre, cuando empezamos a manipular nidos en estado silvestre, pudimos utilizar muchas de las técnicas que ya se usaban en el programa de cautiverio”.

“Debido a que tenemos una cantidad de cotorras cautivas y una cantidad de parejas reproductoras en cautiverio y tenemos muchos nidos cada año, podemos utilizar esos nidos para manejar los que están en estado silvestre y viceversa. Podemos mover huevos y pichones de nidos en cautiverio a nidos en estado silvestre. Así que, por ejemplo, cuando hay una pareja que pierde todos sus huevos por alguna razón no esperada, o una pareja que produce huevos infértiles, se pueden tomar huevos de una pareja en cautiverio y moverla al estado silvestre. Y a la misma vez, si tienes huevos en estado silvestre, y digamos le ocurre algo a la pareja en estado silvestre, y necesitas criar un pichón o un huevo en una jaula en cautiverio, puedes hacerlo también, porque las parejas, básicamente, se están reproduciendo de una manera bastante sincronizada”, detalló.

Mirando al futuro, explicó que ya se ha empezado a evaluar el establecimiento de una posible cuarta población en Bosque Estatal de Guajataca, en Isabela, que además podría servir para el deseado propósito de permitir que se conecten cotorras de las diferentes poblaciones de Río Abajo y Maricao.

Por último, los científicos recordaron a la población que la cotorra puertorriqueña es un animal protegido bajo leyes estatales y federales que establecen que cazar, capturar, perseguir, molestar, herir, capturar o matarla son actos que conllevan penas de multas de $5,000 a $50,000 y cárcel por 90 días hasta tres años.

“Estos son animales salvajes, no son buenas mascotas, no van a aprender a hablar, no son el tipo de animal que usted puede abrazar, no han sido sometidas al proceso de domesticación. Además, que es totalmente ilegal”, insistió Valentín.