En plena adolescencia, y bajo la presión de un diagnóstico de disforia de género que le hacía sentirse incómoda y angustiada con su sexo asignado al nacer, fue que Mileishka González arriesgó su vida y se inició en la automedicación de hormonas con fármacos que conseguía por debajo de la mesa a través de amigas de su hermana, todas mujeres trans.

Asumió el riesgo de sumergirse sin supervisión médica a un tratamiento hormonal feminizante, desesperada por afirmar su género en un mundo que se empeña en invisibilizar con prejuicios, discrimen, estigmas y violencia un tema que es estrictamente de salud y necesidad médica, y no una razón estética.

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Fue así que antes de los 18 años y sin dar importancia al peligro que corría -y con la ausencia de una evaluación clínica para descartar condiciones de salud previas-, Mileishka empezó a tomar diariamente dos pastillas de un medicamento de estrógeno (estradiol) que suele utilizarse en mujeres transgénero para provocar los cambios físicos que causan las hormonas femeninas.

Indicó que los médicos de cabecera en Arroyo, su pueblo natural, se negaban a ofrecerle recetas de estos medicamentos a ella, su hermana y amigas, por lo que recurrieron a buscarlas de forma “clandestina”.

“Las amigas de mi hermana conseguían las hormonas para ambas y así estuve por cuatro años hasta que paralicé el tratamiento, porque supe todos los riesgos que había y eso me asustó”, cuenta quien sintió, en ocasiones, unos “sofocones” que le preocupaban.

Mileishka González, junto a la manejadora de casos, María Leonor Avilés.
Mileishka González, junto a la manejadora de casos, María Leonor Avilés. (David Villafañe)

Esos episodios de extremo calor y sudoración ocurrían porque ingería hormonas en exceso y no tomaba bloqueadores de hormonas masculinas. Además, en ocasiones, el tratamiento de afirmación de género femenino incluye también una terapia adyuvante (complementaria) con progesterona.

“Luego, cuando lo hice correctamente, bajo la supervisión de un médico que me comprende y se interesó en el proceso, todo cambió y fue más tolerante. En ese momento empecé por una dosis mínima y se ha ido ajustando. Además, integré también en toda la transición a psicólogo porque son cambios que van ocurriendo en nuestra vida”, agregó, quien periódicamente se hace laboratorios y evaluaciones exhaustivas para corroborar que está recibiendo la medicación adecuada.

Aunque el tratamiento de hormonas no está aprobado por la Administración de Drogas y Alimentos (FDA) para la afirmación de género, es la única medicina que se puede usar para disminuir los riesgos de que una persona viva con un diagnóstico de disforia de género, según lo recomiendan otras organizaciones salubristas a nivel mundial que han establecido parámetros como la World Professional Association of Transgender Health (WPATH) y sus Normas de Atención para la Salud de Personas Trans y con Variabilidad de Género (NDA).

La disforia de género es la incomodidad o angustia que pueden sentir las personas cuya identidad de género difiere del sexo asignado al nacer.

Pese a que no hay estadísticas oficiales sobre la población trans en Puerto Rico, en Estados Unidos el número ronda el 0.6% de la población general, lo que sería el equivalente a 1.9 millones de personas. Si se extrapola el dato a la población puertorriqueña, el número sería de 19,200 personas.

De otra parte, en la nación americana el uso de tratamientos hormonales para personas trans comenzó para la década de 1950. En cambio, su uso generalizado aumentó significativamente en las últimas décadas del siglo 20 y siglo 21, según informes de WPATH, entidad que resalta que estudios muestran que el 87% de las usuarias de servicios transfeministas y el 97% de los usuarios de servicios transmasculinos logran aliviar su disforia de género con terapias hormonales o cirugías.

“La transición de cada persona es diferente”

La doctora Maribel Acevedo, directora médica de la Clínica Translucent del Centro Ararat -una de pocas instituciones en la isla que ofrecen servicios individualizados a la comunidad trans- acentuó a Primera Hora que los pacientes interesados en el tratamiento hormonal son evaluados y se establece un plan de acuerdo a sus necesidades conforme a su identidad de género. De hecho, subrayó que la transición de cada persona es diferente y no todos necesitan esta medicación pues optan por otras maneras de afirmar su género ya sea con cirugías, con documentos de índole legal o de manera social.

Enfatizó en que tomar altas concentraciones de hormonas -tanto en el hombre como la mujer trans- sin el monitoreo de un profesional de la salud, como lo hizo alguna vez Mileishka, puede ser muy peligroso, particularmente, si el paciente tiene condiciones preexistentes como presión alta, diabetes o tiroides, entre otras enfermedades. Además, hay riesgos de complicaciones cardiovasculares si el paciente fuma, toma alcohol o utiliza alguna droga ilícita.

“Lo que vemos es que la mayoría de las personas que usan la terapia de afirmación de género sin receta utilizan hormonas de más. Se sobremedican porque entienden que así los cambios ocurrirán más rápido. Pero, esta transición se hace de manera paulatina, segura y siempre se empieza por una dosis mínima que aumenta de acuerdo a la meta del paciente, pero también a base de sus síntomas y los parámetros de las pruebas de laboratorio. Sin embargo, uno se puede sorprender de tantas personas que han estado en terapia hormonal sin esta supervisión y lo hacen porque su ansiedad o su depresión por la disforia es tal que arriesgan su vida por afirmar su género”, sostuvo Acevedo.

La historia de Mileishka es más habitual de lo que les gustaría confirmar a Acevedo o a las doctoras Suzette Alio Lladó y Bárbara Blasini, directora médica y directora clínica, respectivamente, de TransSalud, en Río Piedras, un centro que brinda servicios primarios a la comunidad LGBTTQIA, incluyendo tratamientos transfemenine y transmasculine. Allí, también labora Mileishka como directora de asuntos comunitarios.

“Yo creo que es más común (automedicación de hormonas) que tenerlos con supervisión médica. De hecho, esta clínica surge de esa situación y de esa necesidad de saber que no hay cuidado médico suficiente allá afuera. Y si está surgiendo, no da abasto porque la mayoría se automedica y es lo que queremos cambiar porque lo preocupante en todo esto es que se nos pueden morir. Queremos dejarles saber que hay espacios seguros y que hay profesionales de la salud empáticos y que aquí pueden venir a recibir tratamiento sin tener que recurrir a ese tipo de prácticas que no son seguras para su salud”, puntualizó la doctora Alio Lladó.

Blasini agregó, por ejemplo, que la sobremedicación sin monitoreo médico en una mujer trans con estrógeno o estradiol puede aumentar los riesgos de coágulos de sangre que, en ocasiones, pueden llevar a la muerte al provocar un derrame o ataque al corazón masivo.

“Y estos riesgos son igual con el uso desmedido de testosterona en el caso de un hombre trans que, por ejemplo, puede tener mucha euforia debido al uso de hormonas y eso puede provocar cambios en su estado de ánimo que pueden llegar a la agresividad. Pero también a nivel fisiológico la testosterona tiene un efecto en la hemoglobina o el azúcar porque puede desarrollar resistencia a la insulina. Asimismo, puede provocar colesterol alto. Por eso el monitoreo con pacientes es continuo”, resaltó Blasini.