La calle 10 de Barrio Obrero, San Juan, parece una colmena. Sus residentes se mueven de casa en casa cargando escombros, agua, hielo, madera, zinc u ofreciéndose como ayuda al vecino.

La calle bien podría llamarse: solidaridad.

El hogar de Mariana quedó reducido a escombros. Durante el paso del huracán María, los vientos de más de 150 millas por hora que azotaron a Puerto Rico derrumbaron toda su residencia, dejándola en ruinas. Ni una sola puerta, ventana, pilar o pared quedaron en pie.

Hoy, Ángel Vázquez Infante y Porfirio Bobonagua –dos vecinos de Mariana, quien tuvo que salir hoy a trabajar– buscaban entre los remanentes todo material que pudiera servir para reconstruir un cuarto para que ella pueda pernoctar.

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No saben su apellido, pero eso no es impedimento para darle la mano.

Del dormitorio solo se observa el colchón mojado cubierto de madera y planchas de zinc.

“Ella no tiene donde ir, ella necesita y estamos aquí ayudándola porque la ayuda no ha llegado, ni pensará llegar”, dijo Vázquez, mientras intentaba arrancar unos clavos que reutilizaría.

En la madrugada del miércoles, Mariana salió corriendo en medio de la borrasca hacia la casa de Vázquez quien le brindó refugio.

“Aquí no hay tiempo para hablar de necesidades. Los que vivimos aquí nos hemos dado la mano los unos a los otros”, añadió Bobonagua.

Los obreros estiman que para mañana Mariana podrá tener un cuartito dónde pasar las noches.

La próxima casa en atenderse será la de Alida Rodríguez Arena, frente a la casa de Mariana.

“Aquí yo tengo vecinos que ayudar”

El hogar de Alida “explotó”. 

Tras las primeras planchas que se despegaron de su techo la mañana del miércoles, Alida, junto con su hijo Emanuel Pimentel, salieron corriendo a la casa del vecino.

“No me quiero ni acordar. Todo se fue. Es desesperante. Eso era el demonio, ese viento parecía una mezcla de neblina, era como un fantasma que corría y se llevaba todo a su paso”, describió la mujer quien lleva más de 50 años residiendo en Barrio Obrero.

La casa de Alida está en el suelo. Sin embargo, la mujer no se ha quedado de brazos cruzados y se ha puesto a limpiar y sacar escombros de su residencia para reconstruirla. 

“Tengo que limpiar, independientemente FEMA me de ayuda, yo soy trabajadora. Eso uno no se puede estar durmiendo en las pajas porque vienen entonces las epidemias, los mosquitos y la depresión emocional”.

Si bien aseguró que en otras ocasiones las ayudas han sido diligentes, para ella, esta vez ha sido la excepción.

Según los residentes, la única ayuda que han visto ha sido de la Guardia Nacional, Ricardo Rosselló, Beatriz Rosselló y Alejandro García Padilla cuando el pasado domingo “nos trajeron cuatro botellas de agua y dos raciones de comida”.

“Yo he estado en varios huracanes y sinceramente yo nunca había visto una dejadez como la que veo ahora. Esa basura ya hubiese estado recogida. No se están viendo ayudas de ninguna clase”, criticó la residente.

La Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) ha dicho que ha destinado a Puerto Rico unos diez mil funcionarios, más de un millón de litros de agua y 1.5 millones de raciones de comida. Quizás, la incomunicación existente es la culpable de que las ayudas no lleguen a los necesitados.

Pero la voluntad de superarse pesa más. “Yo voy a reconstruir, si vienen ayudas las voy a aceptar, sino pues préstamos”, indicó Alida.

La mujer no solo ha ido intentando levantar nuevamente su hogar, sino que ha sido la mano amiga de mucho de sus vecinos.

Alida se ha levantado todos los días a las siete de la mañana, no para presentarse a su trabajo en el municipio de San Juan, sino para buscar un lugar donde pueda comprar hielo, gas, gasolina, agua o lo que necesiten en la calle 10.

“Aquí, yo tengo vecinos que ayudar. Hay que bregar para que la gente sobreviva, luego viene lo material”, soltó.

Ese ha sido el espíritu que ha reinado entre los residentes de Barrio Obrero, comunidad aledaña al Caño Martín Peña, un suburbio inundable de San Juan donde residen unas 26 mil personas, más que en 28 municipios de Puerto Rico.

El jueves en la mañana un grupo de sobre 25 jóvenes ayudó a habilitar las carreteras, recoger escombros y envolver cables de electricidad para que no se robaran el cobre.

“Ayudándolos a ellos, me ayudo a mí mismo. De aquí a lo que [las brigadas] venían a tomar asunto acá se iban a tardar”, comentó Josué E. Díaz López.

“Yo le hice un invento a mi carrito de impedido y limpiamos todo esto”, argumentó Víctor Carrión.

Tras la vivencia más traumática en tiempos recientes, los residentes están convencidos de que no quieren que sus casas sigan siendo de madera y zinc. Sin embargo, las regulaciones existentes en la construcción es otra de las críticas constantes.

“Lo que me vale a mí poner un letrero de construcción lo gasto yo mejor en materiales. Los permisos deben aflojar. Luego de esta experiencia no piensen que nuestras casas van a seguir siendo de clavos y zinc”, zanjó Alida.

Mientras unos ya pueden intentar reconstruir sus hogares, otros, como Yessenia Puello, esperan angustiosos a que sus arrendadores tomen cartas en el asunto.

“El dueño vino, pero está en espera de alguna ayuda de FEMA”, dijo la joven quien tiene un pequeño de cuatro años.

“Yo no tengo nada. No tengo un techo donde vivir”, lamentó Yessenia de pie en medio de lo que un día fue su hogar.