No estuve allí. Tampoco tengo recuerdos del día que Puerto Rico quedó atónito ante el fuego del Dupont Plaza. Pero, al tratar de reconstruir aquel horroroso pasado, descubrí que los 29 años que han pasado no han borrado los recuerdos ni el sufrimiento en aquellos que presenciaron una de las tragedias más grandes en la historia de la Isla. Escuchar sus testimonios, algunos empapados de conmovedores sollozos, fue como viajar en el tiempo hacia aquel 31 de diciembre de 1986.

El incendio, originado alrededor de las 3:30 p.m. en una lata de Sterno, por tres miembros de la Unión de Tronquistas que se encontraban en medio de una controversia laboral con la gerencia, segó las vidas de 97 personas -por asfixia o quemaduras que las dejaron irreconocibles, al punto que se quemaron sus dientes-, e hirió a otras 140 mientras desesperadamente intentaban huir de las llamas y el humo que arrasaba con el sótano, el vestíbulo y el casino del edificio, donde hoy ubica el San Juan Marriott, en Condado. 

Relacionadas

El objetivo principal era rescatar al máximo de personas posible ante el temor de más explosiones o de que el edificio colapsara. Lo hicieron en parte a través de los balcones. “¡No te tires!”, le gritó a una joven estadounidense el policía Rubén García, ya que ésta, como otros, intentaban escapar saltando por las ventanas, a una altura de 20 pies.

Y es que le horrorizaba volver a escuchar el sonido de los cuerpos al caer. Eso lo sigue perturbando. “Escuchamos un estruendo y era que una mujer se había tirado...”, relata García antes de que sus palabras se ahogaran entre sollozos, acompañados de golpes leves sobre la superficie de una mesa y movimientos corporales que buscaban esconder las lágrimas que empapaban su rostro. “Se tiraron”, repitió sin poder continuar.

Enmudeció por dos minutos. “Me obligó a mí a hacer cosas que pusieron en peligro mi vida. No había manera de cómo subir a los balcones, la escalera de bomberos no funcionaba y comenzamos a amarrar las sábanas para poder subir al primer piso”, cuenta, finalmente, con sus ojos anegados en llanto. Hoy, asegura que si se encontrara con familiares de los que murieron, les diría: “No tuve tiempo de llegar a ellos, pero tuve tiempo de llegar a una”.

Empleados, visitantes y huéspedes, -había registrados 800-, también lograron acceso a la azotea del edificio de 20 pisos, de donde serían rescatados más de un centenar por policías y bomberos que utilizaron helicópteros para llevarlos hasta la playa, uno de ellos piloteado por el coronel José Maldonado, de la Guardia Nacional (GN). “En el momento en que llegamos -cuenta Maldonado- fue que hubo la explosión grande, y ahí el edificio se prendió en llamas... Se estaban subiendo hacia el último piso porque no se podía bajar, el edificio estaba lleno de humo... Era obvio que era un evento de grandes proporciones”.

Entonces, las palabras sobraban. “Ellos no hablaban. Ellos no hablaban. Ellos lo que querían era que los llevaran a la playa”, detalla el sargento de la GN Julio Robles, encargado de entrar a la gente al helicóptero.

Luego, eran trasladados al aeropuerto de Isla Grande, de donde eran llevados a hoteles y hospitales. “Yo lo que vi fue casi una zona de combate... El superintendente de la Policía, Jorge Collazo, me dijo: ‘Esto es bien serio. Mira a ver qué ustedes pueden hacer porque hay mucha gente dentro del edificio’”. Varios factores, destaca, dificultaban el rescate: el viento, el calor, el fuego y el espacio aéreo y de aterrizaje. A Maldonado le dio mucho “coraje por lo que pasó, después alivio porque pudimos sacar y rescatar gente y luego uno reflexiona de cómo evitar ese tipo de cosa”.

El fuego de Dupont dejó al descubierto la falta de equipos y supervisión para incendios, lo que generó legislación para requerir que los edificios multipisos, públicos y privados, tengan rociadores automáticos y detectores de humo. Las organizaciones laborales también tienen “que haber aprendido muchísimo”, reflexiona Maldonado sobre una tragedia que considera fue innecesaria, ya que la intención de los unionados era asustar, pero “se les fue de las manos”.

Los tres empleados fueron declarados culpables en el foro federal; además hubo demandas por daños físicos y emocionales que generaron compensaciones millonarias para los 2,411 perjudicados.

Hoy, a 25 años de aquella insólita catástrofe, algunos han logrado volver a caminar por la avenida Ashford y entrar al antiguo Dupont; otros todavía evitan pasar.

“Hace tanto tiempo que pasó eso -manifiesta Maldonado-; uno siempre recuerda, pero la vida sigue..., uno trata de dejar eso atrás”.