Ante las crecientes necesidades que enfrentaba su comunidad del barrio Saint Just de Carolina y otros barrios vecinos, un grupo de mujeres decidió tomar acción y buscar soluciones creando primero la organización sin fines de lucro y de base comunitaria Parceleras Afrocaribeñas por la Transformación Barrial (PATBA) y rescatando luego una de las escuelas de la comunidad para convertirla en un proyecto social que acoge y sirve a la comunidad.

La escuela Carlos Conde Marín, que está “en el corazón de la comunidad de Saint Just”, cayó entre las que cerró el Departamento de Educación hace algunos años. Quedó abandonada, fue saqueada y convertida en vertedero, hasta que las mujeres de PATBA dijeron basta y bloquearon los camiones de escombros, le pusieron un candado al portón y ocuparon el plantel.

Hace dos años, gracias su incansable gestión y la ayuda de otras organizaciones sin fines de lucro, convirtieron “La Conde” en un centro comunal que ofrece espacios de educación, recreación y ocio para la comunidad, con clases de arte, zumba y una cocina comunitaria, entre muchos otros servicios. Glennys Álvarez Trinidad, cofundadora de PATBA y directora del Proyecto de La Conde, explicó que la organización de Parceleras Afrocaribeñas, “nació a base de las necesidades que veíamos dentro de nuestro barrio, a base de todos los cantazos que hemos ido cogiendo y viendo que no teníamos ninguna clase de ayuda”.

“Está conformada por mujeres del mismo barrio, todas negras, afrodescendientes que nos organizamos y fundamos esta organización para poder erradicar la pobreza, el desplazamiento, implementando una educación con una perspectiva antirracista, con proceso de abogacía. Estamos en una gesta de impulsar el arte, la ecología, que sean autosustentable dentro de la misma comunidad, y que podamos echar pa’alante, empoderando a la misma comunidad y las mujeres”, afirmó Álvarez.

Lo que comenzó como una labor voluntaria en la escuela y asistiendo a las personas de más edad del barrio se fue consolidando en 2017 en la organización en defensa y apoyo de la comunidad, que luego incorporaron oficialmente 2019.

“Decidimos que teníamos que hacer algo. No podemos esperar para que nadie venga hacernos las cosas. Nosotros tenemos que hacerlas. Esperar para nada, no es una opción para nosotras. Así que nos levantamos, cogimos la escuela, le pusimos candado, cerramos y comenzamos a ocupar el espacio. Esa ocupación fue una protesta pasiva y eventualmente nos llevó a un proceso de abogacía para poder trabajar el proceso de contratos y demás”, relató Álvarez, agregando que el cierre de las tres escuelas del barrio “provocó un éxodo masivo de familias” de la zona y el de La Conde, en particular, provocó “mucho sufrimiento” para la comunidad, que incluso llevó a cabo piquetes y recogido de firmas para tratar de mantenerla abierta.

Para colmo, tras el cierre “la cogieron de vertedero y eso suscitó un problema de salud y físico”, y ahí “nuestra compañera Mapenzi Nonó hizo una protesta pasiva frente a los portones, con una mantita sentada, y le dijo a los ‘truces’ (camiones), ‘aquí no van a entrar, si entran es para sacar basura’, y decidimos comprar un candado y cerrar el portón. Era sí o sí, ocupar. No podíamos dejar que siguieran violentándonos”.

Desde entonces, “hemos estado aquí adentro, metiendo mano nosotras mismas, tumbando paredes, limpiando, pintando, buscando propuestas, llenando, buscando aliades entre otras comunidades y aprendiendo de otras comunidades”.

No obstante, asegura que todo lo que ofrece el Proyecto de La Conde, “es por la comunidad y para la comunidad, y todo ha surgido de las reuniones comunitarias que hemos tenido y lo que ha salido de la boca de las personas de la comunidad”.

Carla Santiago, quien está a cargo de coordinar el programa artístico y cultural, comentó que “desde el semestre pasado comenzamos con la apertura de la programación directamente para todos los participantes, tanto de esta comunidad, barrio de Saint Just, como también barrios aledaños a este sector, que vienen siendo barrio Las Cuevas, Martín González, Villa San Antón y el residencial Los Mirtos”.

Indicó que la programación “es bastante abarcadora”, y contiene “talleres de cerámica y barro” para adultos; talleres para la niñez; zumba los martes en la mañana, “abierto a toda la comunidad e inclusivo, ya que acepta también la diversidad funcional”; siembra y limpieza los sábados en la mañana, “de toda la finca, para comenzar con el proyecto de un corredor con árboles frutales”.

Aclaró que los servicios que ofrecen no se limitan a ningún grupo específico ni al área geográfica cercana a la escuela, sino que se extiende a “personas de todos los géneros, de todos los sectores, no solo de Saint Just y los barrios aledaños, también de todo Puerto Rico”, y hasta de otros estados que se han acercado a ver cómo se trabaja en las comunidades de la Isla.

Los talleres los ofrecen mayormente “personas de la misma comunidad que quisieron exponer sus talentos”, así como otras “de todo Puerto Rico”. Se ofrecen “de forma gratuita para todas las personas” y gracias a “fondos privados, personas que donan, en donde podemos conseguir los recursos para todos esos participantes y tenemos posible una programación para toda la comunidad”.

“La recepción ha sido fabulosa. Las personas están muy entusiasmadas con este proyecto. Cada día se suman más y más personas de la comunidad. La gente está llegando a los talleres y se lo están disfrutando”, aseguró Santiago. “Y también lo que nos entusiasma es que esas personas exponen su talento a través de la programación. O sea, que educan también a todas las generaciones a través de sus habilidades y sus destrezas”.

Agregó que los mismos participantes piden cada vez más ampliar las actividades artísticas y deportivas, tanto entre los grupos de adultos o de niños. “Sea dibujo y pintura, cualquier tipo de actividades artísticas que realizan, también te piden cerámica, también te piden barro, te piden deportes también, teatro, todos los sectores en el ámbito del arte, ellos lo están pidiendo. Y eso nos entusiasma para seguir expandiendo la programación de La Conde”.

Paralelamente, en la cocina comunitaria, Dolly Santiago Adorno y su hija, Dolly Díaz Santiago, ambas certificadas para el trabajo de cocina, se ocupan de proveer alimentos a los participantes de los programas de La Conde y personas de la comunidad que lo necesitan.

Comentaron que la idea de la cocina comunitaria surgió en los días posteriores al embate del huracán María, “porque vimos las necesidades que tenía la gente” en la comunidad, una “de mucha gente mayores, de envejecientes”, así como pacientes encamados y otras personas con muchas necesidades.

Ante la necesidad, “nos dimos a la tarea de hacer almuerzos, desayunos”, y meriendas para los niños cuando están tomando talleres. En suma, sirven alimentos a entre 20 a 30 personas cada día.

“Desde que tenemos esta iniciativa se ha visto a la gente más entusiasmada y más comprometida con el proyecto”, aseguraron, añadiendo que en los planes futuros están contemplando ofrecer talleres de cocina y repostería.

El respaldo de la comunidad se hace evidente al escuchar a los participantes, muchos de los cuales estudiaron en ese lugar y tuvieron hijos y nietos también estudiando allí hasta que se produjo el cierre. Según sus expresiones, no solo es un lugar donde se reúnen a compartir, sino también a aprender y ofrecer sus oficios y sabiduría en favor de la comunidad.

“Ha tenido una gran acogida. A la gente le encanta venir aquí, le gusta estar aquí, compartir. Y las personas lo están demostrando con uno. Te lo agradecen. Ver ese amor que le dan a uno, ese es el mayor pago, el mayor deleite. Esa recompensa de ver la gente feliz, eso no tiene precio”, afirmó Álvarez, con evidente emoción. “Así que seguimos teniendo esa misma pasión, ese mismo amor por el proyecto. Y es algo que vemos a futuro. No queremos que se acabe y no se va a acabar. Seguimos aquí, Parceleras es lo que hay por mucho rato”.