Para el mundo, Puerto Rico suele ser el eje turístico tropical ideal. Sus cálidas playas y su gastronomía, con platos de mariscos que seducen a multitudes, están entre los atractivos más fascinantes.

Pero, detrás de cada servicio del fruto del mar -que suelen venderse de manera onerosa-, hay un pescador comercial, cuya profesión amenaza diariamente con desaparecer.

Según el Departamento de Recursos Naturales y Ambientales (DRNA), en Puerto Rico hay cerca de 1,500 pescadores comerciales a la fecha. Sin embargo, no necesariamente representan la verdadera cantidad de personas que viven de la pesca.

“Nosotros contribuimos al Gobierno de Puerto Rico. Son millones (de dólares) que le dejamos al País, arriesgando nuestras vidas”, comentó a Primera Hora el pescador peñolano Lionel Franscechi, quien heredó la profesión de su padre.

David Santiago Rullán y Carlos Orio Rosario, ambos socios de la Asociación de Pescadores de La Guancha en Ponce, coinciden con Franscechi sumando las costosas reparaciones a sus embarcaciones y la alegada poca ayuda que reciben del gobierno.

“No hay pesca, porque lo que necesitamos es material. Lo que les hace falta es educación. Aquí no hay escuelas. Aquí se rompe un motor y no hay mecánicos”, añadió Julio Reyes, encargado de la Pescadería City Island en la comunidad Pastillo en Juana Díaz desde el 2003.

Por su parte, Wilson Pérez, quien pesca por más de 45 años, enfatizó que desde el paso del huracán María (2017) el oleaje se ha tornado más agresivo. Son estas condiciones del mar -más frecuentes que nunca- que minimizan los días que es seguro pescar.

Además, los seísmos que estremecieron la región suroeste de Puerto Rico en el 2020 cambiaron el suelo del mar, tumbando cuevas de crustáceos y limitando su disponibilidad.

“No hay jóvenes”

Pérez frecuentemente rememora el cúmulo de ocasiones que pernoctó en el mar. En su juventud, el octogenario pasaba hasta siete días en alta mar junto a Orio Rosario. Recuerda los días de mucha pesca y las veces que temió perder la vida allí.

“(Los jóvenes) no van a aguantar lo que aguantó (Pérez)”, dijo Rullán al también indicar que el pescador joven no estaría dispuesto a generar tan pocos ingresos y soportar la alegada dejadez del Gobierno.

Ninguno de los cuatro hijos de Pérez optó por la pesca comercial como profesión. El único hijo de Orio Rosario vendió su barco y buscó otras oportunidades en los Estados Unidos. La hija y el hijo de Reyes tampoco son pescadores.

Para aquellos que viven de la pesca, es imposible subsistir únicamente con la venta de pescado. Por lo tanto, los más jóvenes se dedican a otras profesiones, desde obreros agrícolas hasta barberos y policías. Esta división de labores limita, y en ocasiones imposibilita, que puedan pescar.

Los pescadores entienden la precariedad del futuro. Algunos están más optimistas apostando a la juventud. Otros visualizan un fin inevitable.

Dura la faena agrícola

El viandero villalbeño tenía una confesión que suele repetir previo a aceptar una transacción monetaria al vender tomates: el precio subió, y mucho.

“Antes yo pagaba $25 por caja. Ahora pago $50″, comentó tras la escasez del producto por falta de mano de obra par recogerlo.

Para el ganadero Héctor Iván Cordero, estos son los indicios de una guerra venidera. No una que involucre armas ni fuerzas mundiales, sino una de falta de alimentos en las mesas boricuas, algo que por tres décadas se ha pronosticado.

“Se está hablando de que, para el año 2050, la guerra no va a ser ni por la energía ni por el petróleo. La guerra va a ser por el agua y por la comida y ya muchos países están haciendo sus guaridas de comida. Nosotros no estamos exentos y mucho más después de haber visto todos estos fenómenos de terremotos, de huracanes, y que, al ser una islita completamente inaccesible. Si no es por agua o por avión, si uno de esos dos métodos nos falla, pues no las vamos a ver feas”, predijo el también presidente de la Asociación de Agricultores.

El futuro incierto del sector agrícola se debe a la falta de mano de obra, al igual que la evolución del trabajador, explicaron agricultores a Primera Hora.

Ellos también esperan un continuo declive de empleados en el futuro cercano, por cuanto hay significativamente menos obreros boricuas dispuestos a asumir la faena ardua que requiere de madrugadas y horas largas bajo el sol candente a cambio de compensaciones módicas.

“Aquí dinero para comida hay. Pero, ¿de qué me vale a mí el dinero para la comida si cuando voy al supermercado no tengo qué comprar? Debemos tomarnos más en serio la seguridad alimentaria”, recalcó Cordero.

Durante el fin de semana de Halloween, un empleado -de 23 años que trabajaba en la vaquería de Cordero- solicitó días de vacaciones. Al terminar el periodo nunca más regresó.

“Tuve que meterme aquí a las 2:00 de la mañana a leñar vacas. Desde ese fin de semana, por los próximos tres fines de semanas- viernes, sábado, domingo y lunes-, el ordeño de la madrugada lo tengo que hacer yo, porque los otros empleados dicen ‘no’”, dijo Cordero, quien labora hasta 16 horas diarias. “Uno los añitos los siente que le pesan encima”, comentó el ganadero, quien tiene 56 años.

Este obrero que abandonó su trabajo es uno de 12,000 trabajadores a nivel isla que tienen empleo, pero no se reportan a trabajar. El DTRH indicó que, a finales de noviembre, este número redujo por 4,000 personas en comparación con octubre, mes que había 16,000 personas que no regresaron a sus respectivos empleos.

Mientras, la tasa de participación en todos los sectores laborales en Puerto Rico para finales de noviembre era de 43.4%, por lo que el 56.6% no participa en ningún sector.

Son pocos los jóvenes que se interesan adentrarse al sector agrícola, especificó Iris Janet Rodríguez, presidenta de la entidad sin fines de lucro Productores de Café de Puerto Rico, Inc. (PROCAFE).

“Mueren más (agricultores) de los que nacen. La edad promedio del agricultor es 60 años. Somos viejos. Punto. Somos viejos. No hemos tenido un cambio generacional en la agricultura, que eso nos complica las cosas”, afirmó Rodríguez, quien tiene finca de café, plátanos y cacao en Adjuntas.

En jaque la artesanía local

El sastre dominicano Manuel Mane lleva casi 40 años sirviendo a la clientela yaucana.

“Esto yo no lo estudié, esto viene de mi abuela, mis primos, mi familia, mi hermana”, rememoró.

Sin embargo, sus días como sastre están contados. Pronosticó que, para las Navidades del 2022, ya no estará en su local.

La razón de su retiro es multifactorial. Los fenómenos naturales recientes y la pandemia del coronavirus están entre las razones de su éxodo. Sin embargo, también se debe al declive de la propia industria.

Y Mane no está solo. Otros artesanos, como zapateros, tapiceros y petateros, también palpan la precariedad de sus industrias con el pasar de los años.

“Las zapaterías estamos desapareciendo, porque quedamos muy pocos. También es que las generaciones como las mías somos adultos, muchos mayores, esto es más como de familia, tradición. No se desarrollan nuevos talentos, pues vamos desapareciendo”, reiteró Carlos Torres, dueño de Zapatería Celet en Bayamón. “No sé qué va a pasar. Hay gente que me dice ‘ustedes ya no se consiguen’, (y es que) estamos en peligro de extinción”, añadió.

En parte, la ausencia de las profesiones artesanas se debe a los cambios de la cultura del consumidor, quienes sucumben al concepto de “moda rápida”, término que alude al consumo masivo de prendas baratas, accesibles inmediatamente y de baja calidad.

“Lo que pasa es que antes teníamos la ventaja de que las personas se mandaban hacer su ropa. De los años 1990 para acá, la ropa la ponen barata y con lo que cuesta hacer un pantalón tú compras dos por ahí y sigues andando. Ha bajado mucho (la demanda de los sastres) y mucha gente se ha quitado de la sastrería”, comentó Mane.

Por otro lado, la falto de mano de obra complica la ejecución y la continuidad de estas industrias.

“En estos tiempos, hemos tenido un descenso en la empleomanía, porque esto es una artesanía, es un arte. No vienen a solicitar ayudantes o prospectos nuevos. No los hay. Está bien difícil”, aseguró Manny Trinidad, tapicero quien heredó la Tapicería Trinidad González en San Juan.

González, por su parte, propuso contratar mano de obra de México y República Dominicana, ya que sus anuncios para reclutar personal, tanto en medios noticiosos como en las redes sociales, han generado interés en tapiceros de estos países latinoamericanos.

Igual que sus homólogos, Norma Gómez Rodríguez es más que una artesana. Con sus manos honra el legado de sus ancestros, al tejer productos de petate. Cada pieza que crea es semejante a una adulación al pueblo que la vio crecer.

“El petate ha estado a punto de desaparecer. Esto es bien cuesta arriba, porque no se están dando talleres para que otras personas también aprendan la fibra. Otra cosa es que hay muchas personas tal vez interesadas en aprender la técnica, pero es para uso personal. No es para continuar haciendo artesanías o continuar con la tradición. Es bien cuesta arriba”, señaló Gómez, una de solo nueve tejedoras de este arte.