Perder el hogar y no tener a dónde ir
Este drama se repite para cientos de familias.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 7 años.
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YAUCO. Francis Rodríguez recuerda la hora exacta en que perdió su casa: eran las 5:45 de la madrugada del 20 de septiembre pasado
Él estaba en los bajos de su residencia, que es donde reside su mamá, y por una pequeña ventana del baño se asomó al patio para descubrir que lo peor estaba ocurriendo debido al paso del huracán María.
“Escuché un ruido y creía que era el palo de aguacate (que se había caído), pero cuando me di cuenta era el techo de mi casa que cayó en aquel lado. Y de allí empezó todo lo demás a caer”, afirmó Francis mientras decenas de escombros permanecían repartidos ladera abajo revueltos como si fueran de papel.
“Después las paredes completas, lo último que se me fue, fue la lavadora que hacía como tres semanas que la había comprado… Y la cuna de la nena mírala allá abajo”, agregó.
La furia del viento solo dejó visibles las divisiones en el piso de lo que eran sala, dos cuartitos, la cocina y un espacioso balcón con una de las vistas más impresionantes a 2,864 pies de altura en el sector Mogotes del barrio Sierra Alta.
En una esquina reposaban dos cajas con losetas. En total eran 18 cajas y las había comprado hacía poco pero se fueron volando, se partieron o quedaron hechas trizas.
Y aunque la casa de su mamá resistió, tampoco la pasaron muy tranquilos que digamos. Los paneles de madera que colocaron en las ventanas, el viento los arrancó. El carro que estaba en una marquesina abierta se corrió varios pies y casi lo pierden.
“Estuvimos aguantando ventanas y puertas para que no se rompieran y entrara más agua”, indicó Francis.
Francis, su esposa y su beba ahora se refugian con sus suegros o con su papá que viven cerca.
“Si me dan la ayuda lo hago (una nueva casa), pero (trataré que sea) allá debajo, de cemento, porque aquí no la quiero”, indicó sin saber qué malabares tendrá que hacer para lograrlo.
Como él otras 10 familias perdieron parcial o totalmente los techos y las pertenencias en este sector desde el cual se pueden ver tanto los montes de Adjuntas, como gran parte de la zona urbana de Yauco y las costas de Guayanilla y Guánica.
Cuando Eneida García se mudó a la urbanización Luchetti a orillas del río Yauco, con apenas 13 años, jamás pensó que un lustro después su familia viviría la pesadilla de ver el río embravecido metido dentro de su hogar.
A pesar de todo, su familia permaneció allí y desde sus 17 años Eneida nunca volvió a ver el río tan de cerca como el pasado 20 de septiembre.
La semana pasada, ella y su esposo José L. Velázquez, de 58 años, trataban de salvar algunas de sus pertenencias lavándolas con máquina a presión.
“Era tanta la tierra, tanta la basura, tantos los escombros que para poder visualizar que era tu calle tenías que estar seguro”, relató Velázquez.
Su esposa cuenta que donde quiera que miraba, lo que veía era recuerdos dañados por el fango. En particular le afectó mucho ver los juguetes de sus nietos flotando y sucios.
El futuro para ellos y para los dueños de las otras 153 casas, es ahora incierto. Es posible que todas sean demolidas.
“La gente que pudo irse se fue, pero yo no tenía recursos. Así que me tuve que quedar. Si regreso es porque no tengo alternativa. No tengo dónde más ir. No es que quisiera, es que no tengo cómo hacer más”, declaró.
Genoveva Rodríguez Rodríguez sabe que su casa está en peligro. El río Rosario de San Germán creció de forma histórica y como un animal hambriento se comió el terreno que nunca antes había tocado llevándose además gran parte de su patio.
Su casa podría colapsar en cualquier momento. Así se lo fue a decir personal de Guardia Civil.
“Mi hija tenía 11 días de nacida cuando nos mudamos aquí… en este momento yo no puedo irme”, dijo la mujer de 79 años, quien reside allí con su hermano David Rodríguez Rodríguez, de 81 años.
Su esperanza es que el Departamento de Recursos Naturales y Ambientales llegue, limpie el río y pueda fortalecer las áreas cercanas a su casa con “piedras toscas” para que no siga derrumbándose.
Sin embargo, vive aterrada de que no lleguen a tiempo.
Mientras tanto, no puede llegar hasta FEMA porque simplemente no tiene los medios.
“Si yo salgo (los ladrones) me dejan la casa sin nada”, indicó. “Yo lo único que sé es que no tengo a dónde ir y esto ha sido todo un desastre”.