Quedaban 20 minutos para que acabara el turno cuando entró la llamada: una persona con coronavirus necesitaba ser transportado por paramédicos. Era el primer caso confirmado que Wilfredo Pérez Febles debía atender. Se preparó mentalmente, se vistió con el equipo adecuado y tomó todas las precauciones. Llegó al lugar. El familiar que cuidaba al paciente también era positivo. El peligro era doble. La tarde y la noche fueron tensas.

Arribó dos horas después a su casa en Vega Baja. Comenzaba un nuevo protocolo. Se desinfectó por completo y se bañó tres veces. Aunque su hija de un año y seis meses le extendía los brazos, había un freno mental. Ese 2 de abril el temor lo arropó.

“Luego de saber que uno transportó a un paciente Covid positivo, confirmado por laboratorio, llegar al hogar de uno, pues uno está con miedo. Hubo un lapso en el que no quería ni tocar a mi hija por miedo, aun yo sabiendo que estaba protegido completamente”, recordó el paramédico del Negociado del Cuerpo de Emergencias Médicas.

Hoy, Pérez Febles está sano, pero situaciones como esta se multiplican en su hogar. Su esposa también es paramédica. Ambos están expuestos ya que trabajan en medio de la pandemia que, en Puerto Rico, ya ha cobrado 122 vidas y ha contagiado a 2,589 personas.

“Entendemos que todo tipo de paciente hoy en día es sospechoso”, le indicó a Primera Hora a través de una videollamada.

Es por esto que el proceso cada vez que llegan a la casa es un ritual inquebrantable. Se desinfecta la ropa antes de entrar o entran sin ella. Los zapatos se quedan fuera. Se lava la ropa todos los días y los uniformes siempre van solos en una tanda. Se desinfectan las botas con alcohol. Y a la ducha.

Todo el proceso dura casi una hora. “Todo por tratar de no exponer a la nena o a algún familiar”, dice el hombre de 32 años.

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paramedicos (Suministrada)

Quienes gozan son los abuelos maternos y paternos, pues les toca cuidar a la primera nieta: Daneilys Fabiola. Se pelean por hacerlo. Se ponen “culecos”. Solo ellos la cuidan y la madre ya les ha advertido: protéjanse, nada de visitas, no saluden a nadie. Al menos, ese apoyo es un respiro para ambos.

Aunque suene ilógico, la emergencia por el Covid-19 les ha calmado un poco la ajetreada rutina diaria. Wilfredo recuerda que antes estaban prácticamente más en el trabajo que en el hogar. A esto, había que sumarle las terapias de la nena, por lo que debían viajar dos veces a la semana a Guaynabo a la Fundación de Síndrome Down. Ahora son por la plataforma de videollamadas Zoom.

Estamos un poco más tranquilos porque como está el toque de queda, los centros de terapia están cerrados, pues estamos más en casa, no hay que salir tanto, no hay que viajar. Las terapias ahora se dan por teléfono, seguimos aquí, ella [Daneilys Fabiola] no tiene contacto con otras personas. De verdad que yo creo que yo estoy más tranquila así”, destacó Caroline Figueroa González.

Lo que sí continúan son los turnos rotativos de ambos padres. A ella le cambian semanal; a él, quincenal. Todo se tiene que planificar. Una vez reciben los horarios comienza lo que describe Wilfredo como el “plan de ataque”, que incluye quién va a llevar y a recoger a la pequeña, y quién la cuidará. “Eso es lo más difícil”, acepta Caroline.

Se podría poner peor

Ambos aseguraron tener vocación por su trabajo, ayudar al que lo necesite sin esperar nada a cambio. Llevan laborando años en esto, en el caso de él empezó en el 2008 en Emergencias Médicas estatal. Por lo que han podido ver –antes y durante la pandemia– están convencidos de que los casos aumentarán una vez reabran la economía.

La gente, aunque esté orientada, no está haciendo caso, aseguran.

“La gente sabe que se contagia, que (el virus) se queda en un artículo y tú lo coges y se te pega, pero no están haciendo caso. Lo vemos en la fila de los supermercados. Hay gente que sí tiene que ir a comprar, pero no hagas una fila para solo comprar una leche”, destacó la mujer de 33 años.

Entre los problemas que destacan está la falsa seguridad que le otorgan a las personas los equipos de protección. Por ejemplo, contaron que ven constantemente a las personas utilizando los guantes mientras se rascan, se tocan la cara, guían y hasta los han visto comiendo con ellos.

“Y no solo civiles, hemos visto policías guiando con los guantes después de intervenir con alguien. Hay que orientar más a las personas”, señaló la paramédica de la Oficina Municipal para el Manejo de Emergencias y Administración de Desastres de Vega Alta.

Estos errores, entre otros factores, serían el detonante para que los casos de contagio se disparen una vez se levante la cuarentena impuesta desde el pasado 15 de marzo y se reabran los negocios.

“Hay gente que lo tiene y no sienten síntomas y ahí es que se sigue propagando. Yo entiendo que se van a disparar los números, ahora sí. Y entonces sí que no vamos a dar a vasto, no va a haber uniformes, los hospitales se van a sobrellenar”, prevé Caroline.

Y aunque comprenden que hay ciudadanos que no están generando ingresos por el cierre forzado de los negocios no esenciales, pidieron consciencia por los trabajadores de la salud.

“Hay enfermeras, doctores, paramédicos, conserjes que tienen familia. Entonces, estamos arriesgando el estar trabajando, exponiéndonos, simplemente porque la gente no tiene unos zapatos para el mes que viene o porque no tienen una piscina para el verano que viene. La mayoría de las personas están locas por salir de sus casas y no saben que nosotros estamos locos por estar encerrados. No tener que estar exponiéndonos, no tener ese miedo de que me cubrí toda, pero se me quedó un cantito de pelo, ¿y si está en ese pelo y yo entro a mi casa y se sigue regando?”, se desahogó.

Miedo a no ser atendidos

Uno de los desafíos a los que se han enfrentado durante este tiempo son a los temores, a veces infundados, de los residentes del País. Les ha pasado que han llegado a un lugar y, de repente, la persona comienza a toser o presenta síntomas de coronavirus y no los informó previamente.

“Yo creo que el reto más grande es seguir atendiendo a las personas porque como esta pandemia está empezando no hay tanto equipo como se supone. Entonces, hay personas que llaman para que uno las atienda, tienen los síntomas y no lo dicen. Cuando tú llegas te enfrentas con todas esas cosas, entonces uno dice: ‘wow, ¿qué yo hago aquí?, tengo familia, tengo una bebé, no estoy protegida, ¿qué hago?’. Siempre está el miedo porque hay gente que no está diciendo la verdad”, advierte Caroline.

“Yo me les pongo fuerte porque ellos lo que piensan es ‘que me atiendan, yo quiero ser atendido, si yo digo que lo tengo no me van a venir a atender’. Se le indica que no se le va a dejar de dar el servicio porque lo tengan o no, pero tienes que decirlo porque se sigue propagando y eso es lo que no queremos. Siempre se les dice, tienen que decir la verdad porque uno tiene que venir preparado”, añade.

Tanto Wilfredo como Caroline coincidieron en que “hasta el momento” los paramédicos y hospitales dan abasto para darle el servicio a todas las personas. Lo que sí temen es que escaseen los materiales para los sanitarios.

“Ambas agencias nos han brindado equipo, pero sabemos que en el calibre de esta situación puede llegar un momento en que el equipo puede escasear. También yo he visto que hay civiles que están con mejor equipo que nosotros. Yo encuentro que eso es un error, porque ellos no están adiestrados para usar ese equipo. Es un reto todos los días levantarse, con el positivismo, para dar el máximo. De que está el miedo está, pero uno no se puede dejar caer”, dijo el paramédico.

Si bien la joven madre expresó no sentirse bien mentalmente con toda esta situación, su esposo rápidamente la animó. Él describió a su matrimonio como “los robles de la familia” y aceptó que si cayeran en depresión se “derrumba todo”.

Pero ellos no son los únicos, y así lo han vivido.

“Lo que es la salud mental de la gente… no todos los casos son relacionados a Covid, yo he ido a muchos incidentes que es, prácticamente, un caso de ansiedad. La gente tiene mucha ansiedad, tensión. Nosotros trabajamos mucho bajo estrés, tensión, estamos acostumbrados a estas situaciones, pero a una persona normal se le hace un poco más difícil procesar este tipo de situación que estamos viviendo. Uno va, los orienta, le da una voz amiga diciéndole: ‘esto va a pasar pronto’”, cuenta.

Otro grupo que está sufriendo intensamente durante este momento son los ancianos que viven solos. Son muchos los casos que deben atender de esta índole. A veces, solo los llaman para poder hablar con alguien porque se sienten olvidados, porque tienen miedo, porque ven en la televisión que quienes más mueren son sus contemporáneos.

No tienen incentivos

A pesar de estar en la primera línea de defensa y de continuar laborando durante la pandemia, ninguno de los dos profesionales de la salud ha recibido algún incentivo económico por todo el trabajo que han realizado, que incluye exponer su vida y la de sus familiares.

Es frustrante porque dicen que nosotros no estamos en la primera línea y yo creo que la primera persona en contacto con un paciente, muchas veces, somos nosotros. Sí estamos en la primera línea”, lamenta.

Mientras, Wilfredo trajo a colación la disyuntiva en el trato que le ha dado el gobierno a los empleados que pertenecen a la misma agencia encargada de velar por la seguridad del pueblo.

“Eso nos molesta un poco porque si estamos todos bajo la misma sombrilla del Departamento de Seguridad Pública, para mí entender, si la Policía y Bomberos lo cobraron, qué les costaba dárnoslo a nosotros también. Son cosas que compañeros lo cuestionan y causan un poco de molestia”, acepta.

El reclamo de ambos a la ciudadanía es unísono: esto no es un chiste, hay que quedarse en la casa.

Cójanlo más serio. Por más tedioso que sea estar encerrado en la casa, que sean más conscientes y agradecidos de que no están contagiados. Hay mucha gente loca por salir a comprar algunas cosas y ahí, en esos pequeños deslices que uno se da, es que se contagia uno. Y eso es rápido. A los ciudadanos, que tengan mucha, extremada, precaución”, pidió.