Padre ponceño desea poder dejarle una casa a su familia
Los terremotos destruyeron la vivienda de la familia de Ricardo Correa Ramos, quien padece una grave y extraña condición del corazón.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 2 años.
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Ponce. No muchas personas pueden decir que han logrado regresar de la muerte. Son menos todavía las que pueden afirmar que lo han hecho en dos ocasiones, como es el caso de Ricardo Correa Ramos, un ponceño de 39 años con una extraña condición en el corazón, que se niega a rendirse y perder la alegría. Por ello, día tras día se levanta a dar la batalla de la vida, contra viento y marea, y también contra lluvias torrenciales, huracanes y terremotos.
Sin embargo, su complicada lucha se hace mucho más desafiante por el hecho de que tanto él como su esposa, Reyna, y dos hijas adolescentes, Emmy y Maira, perdieron su casa con los terremotos de 2020, y viven actualmente en contenedor que, de la mejor manera posible, hace las veces de casa, entre estrechísimos espacios y goteras que por doquier se dejan notar con los aguaceros que son la norma estos días.
En medio de este escenario, Ricky, como le conocen en la apartada zona montañosa de Ponce donde vive, sabe que su vida hace ya un tiempo que se mueve en terrenos de incertidumbre y tiene un deseo para el que, a pesar de su espíritu luchador, requiere la asistencia de otras personas: poder construir una casa para su familia.
Su epopeya, relató a través de “Revive la Esperanza”, el segmento que transmite el programa “Día a día” de Telemundo en alianza con Primera Hora, comenzó para finales de 2019, cuando fue recluido en tres ocasiones en el hospital Dr. Pila en Ponce. Allí, mientras doctores buscaban la manera de tratar su inusual condición cardiaca, que le provocaba constantes desmayos y fatiga extrema, lo sorprenden los temblores en enero de 2020, que causaron grandes daños a la estructura del hospital y obligaron a desalojarlo.
En ese momento, todavía su caso estaba “en observación”, pues luego de un sinnúmero de evaluaciones por parte de diversos especialistas, en varios hospitales de toda la Isla, no tenían claro cómo proceder, “no querían tocarme porque tenía una válvula torcida, una cosa que nací de esa forma, y no lo entendían”.
Sin esperanzas
Con los daños que hubo en el hospital ponceño, le dijeron que era mejor que se fuera a su casa, para evitar una posible infección con alguna enfermedad contagiosa, y le recomendaron buscar tratamiento en los Estados Unidos. “Ellos me dicen, ‘mira, tú vas a morir’. En Puerto Rico no podemos hacer nada por ti”.
En medio de ese caos, su casa comienza a sufrir daños y su familia se ve forzada a abandonarla. “Y no me pueden dar la noticia. Me dicen, ‘vamos a hablar, no te preocupes mucho, es algo que pasó, los materiales se reponen’. Y yo, mi corazón, yo estoy pegado a una máquina, y la máquina está haciendo bip, bip, bip. ¡Una cosa bárbara! Y ya pensando que voy a morir, y no voy a ver a mi hijo mayor casarse, ni mis hijas ir a ‘high school’”.
En un esfuerzo desesperado, buscó en internet cuál era el mejor hospital para operar el corazón y, en febrero de 2020, con los mínimos recursos que tenían, y sin contar con familiares o siquiera contactos, se montó en un avión con destino a Cleveland, Ohio.
“Allá me morí dos veces. Me tuvieron que abrir dos veces más y hacerme otros procedimientos para poder sobrevivir. Me pusieron una válvula mecánica”, explicó, agregando que, para su fortuna, el hospital Cleveland Clinic le acogió de inmediato y, “como mi situación fue tan rara, no me cobraron absolutamente nada”.
En esos días, arreció la pandemia del COVID-19, “cierran todos los lugares, los hospitales los ponen en crítico, no dejan nadie entrar… mi esposa está volviéndose loca, y yo me monto en un avión porque al próximo día cerraban los aviones pa’ Puerto Rico. Llego aquí para abrazar a mis hijas, porque era la única esperanza que tenía, era ver a mis hijos, abrazarlos y besarlos”.
Sin embargo, los terremotos habían causado el colapso de su vivienda, localizada en un sector que, en un giro que no podía resultar más irónico, se llama Hogares Seguros.
“La casa se fue de un lado. Gracias al Señor, no se derrumbó encima de mi familia. Pero cuando llego, me topo con todo esto de momento, coronavirus, la casa cayéndose, estoy operado de corazón, no puedo hacer fuerza, me dicen que no trabaje, me dicen que me vaya a casa literalmente a morir, porque cuando te dicen vete a tu casa a descansar, para mí eso es morirse”.
En aquel momento, vivían en la casa con él, además de su esposa y sus dos hijas, su hijo mayor, Ricardo, y un sobrino adolescente, Luis, que habían traído a vivir con ellos. Y sentía que tenía que hacer algo por su familia. Así que, todavía con las presillas en el pecho de las tres operaciones, puso manos a la obra, compró un contendor y lo llevó a su terreno “y le hice ventanas, puertas, y lo convertimos en una casa, para no arriesgar a nuestros hijos a nuestra familia”.
Las ruinas de la casa, las fue desmontando poco a poco, rescatando lo que se podía. Y entretanto, llegó también solidaridad de “muchas personas, familiares, vecinos, amistades. Con ese dinerito, pude yo formar un piso nuevo de una casa nueva que estoy comenzando”, así como la armazón para las columnas.
Y aunque falta mucho para que esa casa sea una realidad, desde completar las columnas, hasta levantar paredes y techo, así como instalar plomería, electricidad, losetas y demás, “soy una persona que tengo mucha fe y esperanza, y lo veo más cerca”.
Estimó que “con unos $12,000″ puede “adelantar mucho de la casa, donde tenemos un techo seguro por lo menos”. Agregó que entiende que podría incluso “usar o reciclar parte de mi casa que tenía, para hacerla parte de madera, parte de cemento. Como uno pueda hacer, verdad, porque somos humildes. Y lo que podamos tener, estamos felices, después que estemos juntos. En mi casa, después que tenemos una camita para dormir juntos, somos felices, aunque no sea cómodo”.
Las copiosas lluvias de Fiona, trajeron más dificultades, incluyendo semanas sin servicio de luz ni agua, así como acceso casi imposible a toda esa zona del barrio Anón Carmelita, por deslizamientos de piedra y tierra, así como caídas de árboles. Las lluvias también han causado deterioro a la instalación que les sirve de baño, que tuvo que montar fuera del contenedor.
Pero su familia, con todo y la estela de contratiempos, ha seguido adelante. Su hijo mayor, cursa actualmente cuarto año en ingeniería computarizada en la Universidad de Puerto Rico en Mayagüez, y trabaja desde hace más de un año en la Red Sísmica de Puerto Rico. Sus hijas, cuando empeoró su situación médica, recibieron becas del colegio Family Christian Academy, y “son ‘straight A students’, hablan español e inglés y han tenido A en todos los niveles en los últimos dos años”. Su sobrino, completó su diploma de escuela superior en una escuela de oficio, donde además se convirtió en electricista y plomero.
“Doy gracias a Dios, y nuestro esfuerzo, de su mamá y nosotros que hemos seguido encima de ellos para que tengan educación”, afirmó, agregando que sus antepasados, que vivieron en esa misma comunidad, en ese mismo lugar, “eran personas trabajadoras, de campo, que no sabían mucho de educación”.
“Ellos vienen de un lugar que me enseñaron a trabajar, pero no me dieron ese empuje para educación. Yo he hecho al revés con mis hijos. Quiero que con ellos la educación sea número uno, mi hogar y mi casa sea número uno”, insistió el hombre que, antes de sufrir la crisis de salud, trabajaba de manera regular como “handy man”.
“Quiero que mis hijos tengan una educación. Por lo menos en el tiempo que yo tenga de vida, porque uno no sabe cuándo será nuestro último día... tengo 39 años, y pensar que mañana no esté aquí con mis hijos... lucho todos los días para dejar algo en su memoria”, reflexionó conmovido, mostrando la chapa que le cuelga del pecho, como si se tratara de un militar en combate, en la que alerta sobre su condición y cosas tales como que no pueden darle resucitación cardiopulmonar, por el riesgo de que puedan quebrarle el pecho.
“Así que esa es mi única esperanza, lo único que yo deseo en la vida, es poder tener esa casita, dejársela a mis hijos y mi familia, que ellos puedan tener un sitio seguro. Porque en la vida, verdad, pueden pasar tantas cosas. Nosotros pasamos por el COVID, pasamos por tantos tropiezos, pero un hogar es único, les da confianza, les da seguridad a los niños, le da esa paz”, sostuvo con una mirada de esperanza.
Alma bondadosa
Y, por si fuera poco, en el atribulado corazón de este padre de familia todavía hay espacio también para rescatar animales y sembrar y cosechar frutos. Parte de su familia incluye, dos perros mayores que soltaron por el barrio, una perrita chihuahua, un precioso y juguetón cachorro fortachón que recogió moribundo y alimentó a mano, una gatica que se trepó encima en la iglesia y no se volvió a separar, un longevo pez beta, un periquito, y una tortuga “que compramos cuando estaba pensando que iba a fallecer, y pensé en la tortuga para que, si yo fallezco, en los próximos 100 años, mis hijas todavía puedan tener la tortuga y criarla y enseñársela a sus hijos”.
Ricardo aseguró que ese amor por los animales, la naturaleza, y el prójimo es algo que aprendió de sus padres y trasmite también a sus hijos. De igual forma, trata siempre de trasmitir a su familia una actitud positiva.
“Yo trato de alejarme de pensar las cosas negativas, que ponen a uno estresado, deprimido. Y yo creo que esa ha sido la razón que todavía estoy vivo, que Dios ha puesto una paz en mi corazón, de pensar que debemos estar agradecidos, no importar nada. Hoy pude levantarme y abrazar a mis hijas, y eso es lo importante para mí, de verdad”, aseguró, con una sonrisa.
“Así que hemos hecho lo mejor que podemos, bajo estas circunstancias. Y mi deseo nada más antes de morir es terminar mi hogar y que mis hijas puedan tener un sitio seguro”, reiteró.
Si usted quiere ayudar a Ricardo y su familia, puede contactarlo al número 787-234-5923, o puede hacer un donativo a través de ATH Móvil al mismo número. Igualmente, puede escribir a: revivelaesperanzapr@gmail.com o a través de WhatsApp al número: 787-505-7575.
Entre los artículos y materiales más apremiantes para ellos están: materiales de construcción, como cemento, varillas, arena, bloques, pintura, herramientas, puertas, ventanas, piso, baños, gabinetes. También precisan de muebles y juegos de cuarto.