Una variada mezcla de intereses profesionales de cuatro estudiantes recién graduados de la Escuela Secundaria de la Universidad de Puerto Rico que abarcó desde moda y diseño, hasta protección del medio ambiente y programación de software, combinada con la dedicación de una maestra de física y una de las oportunidades que ofrece Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA, en inglés) a estudiantes a través de todos los estados y territorios de los Estados Unidos, volvieron a poner a Puerto Rico en alto con un novedoso proyecto que esa agencia ha galardonado entre los que participaron de la segunda edición del NASA TechRise Student Challenge.

El protagonismo de esta hazaña recae en el equipo de la escuela popularmente conocida por las siglas de UHS que conformaron Estefanía Cortés Díaz, Larimar Angelique Claudio Mercado, Natalie Alexandra Ice Medina y Roger Ernesto Malaver Mariñas, quienes presentaron una propuesta que, de manera resumida, podría describirse como una tela a base de algas que cambia de color según los niveles de radiación ultravioleta.

Su proyecto no solo consiguió entrar en el grupo de apenas 50 proyectos que NASA elige para participar en esa competencia entre las miles de propuestas que someten escuelas de toda la nación, algo de por sí digno de destacar, sino que acabó reconocido como lo mejor de la competición y ha captado el interés de NASA por entender que podría ser de utilidad para sus proyectos aeroespaciales.

El origen de la propuesta, explicó la cuarteta de estudiantes, se remonta a la investigación científica de 11mo grado que hizo Estefanía como parte de uno de sus cursos y en la que “quería combinar dos aspectos que son parte de mi vida e intereses, que son la moda y la investigación científica”.

“Entonces, a base de algas, que es un problema que tenemos en la Isla, la sobrepoblación de algas, que produce también CO2 y afecta la vida marina, el comercio, pues crear un textil que sea biosustentable y tenga también diferentes funciones”, detalló Estefanía.

Agregó que ya había escuchado de la oportunidad del TechRise, pues un equipo de UHS ganó esa competencia en la anterior edición, así que no dudó en acudir a la charla de la profesora Gina Ortiz Andrade “a ver si me podía dar un proyecto, alguna idea para ser parte de la competencia”.

De la misma manera, Roger también había estado pendiente al equipo de UHS ganador de la primera edición de la competencia, “y cuando se me presentó la oportunidad de participar en el proyecto de este año como un integrante oficial del equipo, pues estuve muy agradecido, y muy interesado también en lo que da este proyecto que continúa el trabajo de mi compañera Estefanía en la feria científica”.

Todavía no se ha recibido de vuelta la cápsula en la UHS para analizar los datos.
Todavía no se ha recibido de vuelta la cápsula en la UHS para analizar los datos. (Suministrada)

En tanto, Larimar recibió una invitación de Estefanía y, aunque “nunca había escuchado de esto antes, y era la primera vez que hacía algo así, fuera de mi ‘confort zone’, pero quería hacer cosas nuevas que usualmente no haría”, así que acepto unirse al equipo.

De igual forma, Natalie comentó que “no sabía, no había escuchado nada de eso”, pero cuando “mi amiga Estefanía se acercó y me pidió que fuera parte de su equipo para escribir una propuesta basada en su proyecto de feria científica para competir en esta competencia de NASA TechRise, le dije que sí, porque a mí me gusta mucho la ciencia y la tecnología y me sonaba como algo interesante”.

Así las cosas, se conformó el equipo y sometieron su propuesta para competir, junto a otras dos que envió la UHS. Un tiempo después, recibieron la noticia de que había sido aceptada, “y enseguida nos pusimos a trabajar, porque, aunque uno piensa que cinco meses son mucho tiempo, se fue bien rápido”, recordó Larimar.

Entonces comenzaron las reuniones semanales con expertos de la NASA, científicos e ingenieros que “fueron muy amigables” y se tomaron el tiempo para crear confianza y servir de mentores para el proyecto.

También contaron con la ayuda del Laboratorio de Nanotecnología Ambiental del Departamento de Ciencias Naturales de la Universidad de Puerto Rico, donde pudieron crear la tela a base de algas y hacer las pruebas necesarias para que pudiera cumplir además con todas las exigencias y al mismo tiempo el objetivo de reaccionar a la radiación UV.

Pero no resultó nada fácil lograr armar esa cápsula llena sensores, piezas y cables alrededor del fragmento de la tela, de manera tal que, una vez fuera lanzada a una distancia considerable de la superficie terrestre, funcionara correctamente.

“Esas últimas semanas fueron estresantes, para decir lo menos, porque fuimos de los últimos grupos en entregar. Porque, aparte de que teníamos una de las propuestas más complicadas, y éramos de grados mayores que los otros equipos, como que tuvimos muchísimas complicaciones con los mismos materiales y con algunos procesos que llevamos a cabo”, recordó Natalie, agregando que en un punto “tuvimos miedo de que no lo íbamos a poder someter”.

“Fue bastante estresante, la verdad. Porque terminamos rehaciendo el prototipo más de cinco veces, que muchos de los otros grupos terminaron haciéndolo dos veces”, agregó Roger. “Pero fue una de las partes que NASA nos recalcó que fue una de las razones por las que se destacó nuestro proyecto, que fue uno de los más complicados, fue uno de los que tenía más sensores, fue uno de los que tenía más formas de detectar los resultados”.

“Lo más difícil de este proyecto fue hacer que todos los sensores funcionaran juntos, ya que, como había varios cables, había muchas posibilidades de un cortocircuito. Es fue varias de las razones por las que tuvimos que volver a montarlo, que se quemaba”, contó el joven. “Quemamos como dos o tres (piezas) y estábamos bien tensos, porque lo que hicimos fue que pedimos todos los materiales al principio, y al final nos quedamos con dos nada más, y se tardaron como dos semanas en llegar al principio, y faltaba como una semana para entregarlo, y si esos dos se quemaban, pues ya no iba a haber manera de enviar el proyecto”.

A pesar de los desafíos y contratiempos, lograron completar la cápsula y enviarla a tiempo. En la mañana del 21 de julio pasado, pudieron ver como su proyecto subía atado a un globo lanzado desde una localidad en Dakota del Sur, hasta volar por unas seis horas a más de 70,000 pies de altura (unas 13 millas) y recogiendo información en sus sensores.

Al momento de escribir este artículo el equipo todavía no había recibido de vuelta la cápsula en la UHS para poder analizar los datos. De cualquier forma, las pruebas que hicieron antes del lanzamiento lanzarla ya habían mostraron la efectividad del textil.

“Estoy muy orgullosa de todo el equipo, de cómo pudimos lograrlo. Porque hemos tenido problemas en distintos aspectos, no solo como tal la parte mecánica, pero en comunicación y en diferencia de cómo trabajamos. Pero al final lo pudimos hacer y estoy bien agradecida por eso”, afirmó Larimar.

“Pasamos por muchas idas y caídas. Pero lo logramos hacer, con la ayuda de los de NASA y con nuestra propia experiencia y lo que habíamos logrado aprender en todo este proceso. Lo logramos hacer funcionar y lo zumbamos. Y fue como un sentido de satisfacción, un sentido de logro brutal”, sostuvo Natalie.

Roger agregó que se trató de una experiencia que “la verdad que, honestamente, no cambiaría por nada. Aprendí un montón, aprendimos a soldar, a montar circuitos, no solamente de manera física sino también en distintos programas. Y a pesar de que fue estresante fue también una manera que todos nosotros aprendimos como equipo”.

“Y me siento muy impactado. O sea, cuando comencé a hacer este proyecto no pensé que hubiéramos sido uno de los grupos destacados por NASA. Pero me siento muy, muy agradecido por el reconocimiento”, insistió.

“Cumplimos con nuestro deber, porque fue un compromiso que hicimos. Y también se aprendió mucho en el camino. Porque, sí, Natalie y Rogers sabían de codificación y de soldar y ese tipo de cosas, pero Larimar y yo no sabíamos, y nos integramos a ese proceso y era súper chévere adquirir nuevas destrezas y compartir con ellos”, afirmó Estefanía, añadiendo que el reconocimiento por parte de la NASA, “nos llena de orgullo. Y siempre damos gracias por la oportunidad. Fue algo que no podría hacer sin nuestros compañeros y también nuestra escuela, que nos brinda oportunidades que son diferentes y nos abre camino. Estoy superagradecida de la oportunidad y la experiencia”.

En tanto, la profesora Ortiz Andrade, se siente “muy orgullosa de los estudiantes” por todo lo que han conseguido. Aunque aseguró que su rol se limitaba a “motivarlos para que terminaran la propuesta”, no ocultó que guardaba muchas esperanzas en que el proyecto pudiera sobresalir “porque en realidad era una buena propuesta y a NASA le estaba gustando desde el primer día”, y “anhelan que esta propuesta siga para poder utilizarla en las naves espaciales. Eso fue lo que les dijeron”.

“Lo más importante de esto es seguir reconociendo los logros de los estudiantes en estas competencias de NASA, porque eso va a motivar a futuras generaciones a seguir investigando. Y estos chicos son un ejemplo a seguir. O sea, que ellos vean, por lo menos en la noche de logros, que se le da su medalla. Que vean que sí vale la pena hacer investigación. Que por más difícil que sea, que es un esfuerzo grande, que hay que sacar tiempo de donde no lo hay, pero al ver este logro, y ver que NASA lo reconoce también, es lo más importante para la educación”, insistió la profesora.