Estructura impresionante.

Las murallas de la Ermita de San Antonio de Padua de la Tuna, en el municipio de Isabela, son visitadas durante todo el año por personas de toda la Isla. Algunos reconocen el lugar como un lugar sagrado y llegan allí para meditar.

La corporación Mabodamaca de Isabela lleva 20 años protegiendo la zona y al lado de las ruinas construyerón un centro de reuniones y sala de exhibición donde el público puede –gratuitamente– disfrutar de piezas originales de incalculable valor que fueron extraídas del mismo lugar.

Pese a los más de dos siglos que han pasado desde que fueron levantadas, las murallas continúan reflejando la majestuosidad de una estructura cuyos cimientos, más que piedra y ladrillo, evidencian la historia isabelina.

Según datos históricos, el cacicazgo de Guajataca se estableció a orillas de la desembocadura del río "Guaxataca". Éste cacicazgo se extendió por todo lo que se conoce hoy como el barrio Coto. El cacique más importante que habitó esas tierras fue Mabodamaca.

Para el siglo XVIII, gente del pueblo de Aguada comenzó a establecerse en el poblado denominado entonces como San Antonio de Padua de la Tuna, donde construyeron una ermita para celebrar la misa católica.

Luego, durante la segunda mitad de la década del siglo XIX, los vecinos solicitaron trasladarse a una nueva sede más cercana a la costa del mar, donde había más actividad económica, y fue entonces que quedó fundada Isabela.

Mientras, en el “espacio original” quedaría lo que hoy es reconocido como el monumento histórico Ermita de San Antonio de Padua de la Tuna, considerado un asentamiento indígena y también uno de los primeros pueblos en fundarse en la Isla. “Éste es uno de los pocos lugares del mundo donde existe evidencia de que un pueblo, ciertamente, nace, crece, se desarrolla y muere”, informó el doctor Juan B. Liceaga Hernández, uno de los socios fundadores de la Corporación Mabodamaca, organización sin fines de lucro que se ha dedicado a preservar la ermita y a recopilar, custodiar y proteger su legado cultural.

En términos estructurales, la antigua Ermita de la Tuna compara con plantas de iglesias parroquiales como Porta Coeli. Su importancia histórica, sin embargo, es inigualable, asegura Sandra Girald Vargas, una de las miembros fundadores.

Se trata de una estructura (que originalmente era) rectangular, con presbiterio cuadrado y dos capillas colaterales -correspondientes al crucero-, que adopta el patrón romántico tradicional de la planta de cruz latina. La estructura fue construida en piedra, cal, arena y ladrillos de barro. El techo fue construido con tejas de barro.

Uno de los puntos fundamentales de la ermita es que guarda bajo la estructura los restos de muchos antecesores; posiblemente aquellos que llegaron de Aguada.

De hecho, hace pocos años, fue descubierto un enterramiento allí.

“Se encontraron varios muertos, todos enterrados con los pies hacia el oeste”, confirmó Liceaga Hernández.

“Eso tiene una razón de ser, pues la creencia antigua era que llegado el momento de la ascensión, los resucitados se postrarán hacia el altar mayor”, dijo.

Destacó, en tanto, que entre los sepultados debe haber también esclavos, “aunque aparte”, aclaró.

Tras haber estudiado los hallazgos, el Instituto de Cultura Puertorriqueña permitió que los cuerpos fueran depositados nuevamente en su sepultura, explicó.

Las murallas de la ermita, aunque corroídas por el paso del tiempo, conservan detalles que han hecho posible estudiar ampliamente la estructura.

“La ermita tiene capillas en (forma de) cruz latina… Las piedras de las paredes, que denotan lo alta que era la estructura en su origen, fueron colocadas por gravedad”, sostuvo. “No hay nada más que la colocación de piedras sobre piedras”.

En algunas murallas, sin embargo, se ven los que aparentan ser pedazos de ladrillos. “Eso, entendemos que está así porque la gente, para terminar rápido la construcción, los incrustó en los pequeños espacios que quedaban descubiertos”, opinó.

Cercano a la cruz hay un salón que, de acuerdo con Liceaga, muy probablemente era la sacristía. “Es la única evidencia de ventanas que tenemos. Entendemos que aquí era donde se cambiaban los que ayudaban en la iglesia”. El techo, que no existe, debió haber sido a dos aguas, detalló.

La corporación Mabodamaca de Isabela sigue con su esfuerzo de proteger, estudiar y dar a conocer la historia cultural, política, religiosa, económica y social isabelina.