La entrada del sistema tropical Fiona a Puerto Rico como un huracán categoría 1 no generó, entre los residentes de varios pueblos de las zonas metropolitana y norte, la urgencia por acudir a los refugios habilitados por el gobierno.

Al menos entre horas de la mañana y media tarde, era mínima la cantidad de personas que, de acuerdo con los alcaldes, se encontraban en los centros abiertos, a pesar de tratarse, en algunos casos, de pueblos que recientemente han sufrido embates de eventos de lluvia, tales como las vaguadas del 5 y 6 de febrero.

En Toa Baja, donde las inundaciones provocadas por las lluvias de febrero generaron discusión sobre la posibilidad de reubicar a los residentes de la comunidad Candelaria Arenas, la cantidad de personas albergadas en los refugios había fluctuado entre 41 y 47 desde anoche, precisó el alcalde Bernardo “Betito” Márquez.

Entre ellos, se encontraba el matrimonio de José Luis Colón Padilla y Juana Soto Santiago, de 60 y 72 años, quienes sufrieron directamente las inundaciones de febrero en su hogar en la calle Los Olvidados, de Candelaria Arenas.

“Ya no soportamos más nada. Ya la casa se menea, no está bien clavada como tiene que estar. (Ante la amenaza de Fiona) nos vinimos rápido, antes de tiempo. Supuestamente (el refugio abría) a las 4:00 p.m. (del sábado) y ya a las 3:30 estábamos aquí. Pega a llover y pega a subirse (el agua en el hogar) y no tenemos dónde meternos. El desespero que tenemos es que no tenemos dónde estar que no sea esto”, dijo Colón Padilla, uno de 27 personas albergadas en la escuela Ernestina Bracero Pérez, de Candelario Arenas, el refugio más concurrido en Toa Baja.

El matrimonio de Colón Padilla y Soto Santiago es una de las familias a las que el municipio y el Departamento de la Vivienda han orientado sobre la elegibilidad para beneficiarse de fondos federales dirigidos a la reubicación de personas que residen en zonas vulnerables.

“Los tenemos a ellos y otras personas como parte del grupo de gente interesada porque, como él me dice anoche, ‘no aguanto más’”, indicó Márquez durante su visita a la escuela refugio.

Poco antes de llegar al refugio, Márquez se detuvo en la residencia de otra pareja, donde un árbol había caído sobre un vehículo a consecuencia de los vientos del huracán Fiona, que en Toa Baja fluctuaban entre las 30 y 40 millas por hora (mph)

“Vino una ráfaga bastante fuerte y tumbó el palo”, dijo Antonio Rodríguez, quien subrayó que el árbol derrumbado se había mantenido de pie durante el paso del huracán María, en 2017, que atravesó Puerto Rico con vientos de cerca de 160 mph.

“Por eso dejé el carro ahí, como la tormenta no viene muy fuerte que digamos. Cuando voy un momento a la cocina escucho un sonido muy fuerte y salgo y está el árbol encima del vehículo”, dijo Rodríguez.

En el caso de Rodríguez y su pareja, Glorimar Carmona, permanecieron en su hogar de Candelaria Arenas ya que la zona inundable es “más abajo” en el barrio.

Márquez opinó que, pese a la baja cifra de personas refugiadas, los residentes de Toa Baja habían respondido, en términos generales, al llamado de buscar un lugar seguro para pasar la tormenta. No obstante, el alcalde, como parte de uno de los recorridos por el pueblo, igualmente atendió la situación de una familia, residente del barrio Campanillas, que debatía sobre la necesidad de desalojar.

El barrio toabajeño se encuentra rodeado por varios cuerpos de agua, entre ellos el caño Villa Quintero.

“El caño se sale. La otra vez (en el huracán María) la casa se me llenó a medias, el agua se metió por las ventanas. Suerte que yo había salido a tiempo. Ahora tengo miedo, pues me voy (pero) mi esposo se quiere quedar. (Debido al huracán María) eso fue pérdida total”, relató Ileana Muñoz a El Nuevo Día, mientras su esposo le indicaba al alcalde que prefería “ir y venir” entre el refugio y la vivienda.

Ya entrada la tarde, debido a la subida en el nivel del Río La Plata como consecuencia de las intensas lluvias en el centro de la isla, los residentes los barrios San José, Campanillas, Toa Ville, Monserrate, Villa Calma, Pueblo e Ingenio fueron desalojados, informó el municipio. Mientras, la Guardia Nacional informó que unas 400 personas de Levittown igualmente serían desalojadas.

Pocos refugiados

En Bayamón, a media tarde, solo ocho personas se encontraban refugiadas, indicó el alcalde Ramón Luis Rivera Cruz.

“Por la experiencia de María, me parece que la gente está mucho más cooperadora. Saben cuáles son las consecuencias de quedarse en áreas peligrosas. Fuimos a visitar las dos calles de más peligro en Santa Rosa, casa a casa y algunos ya se habían ido, otros dijeron que se iban a casa de un familiar. De estas ocho personas, seis son de Santa Rosa que dijeron que venían al refugio. Ha habido mucha cooperación de la ciudadanía en esta ocasión, lo cual es muy bueno. Puede que haya uno que otro que no nos diga la verdad y después se quede en la casa”, dijo el ejecutivo municipal.

Al igual que en Toa Baja, pero relacionado al desborde del Río Bayamón, la Oficina Municipal de Manejo de Emergencias desalojó, a eso de las 5:00 p.m., a vecinos de dos calles de la urbanización Santa Rosa, una de la urbanización Versalles y dos calles de la urbanización Juan Sánchez.

El alcalde de Corozal, Luis García Rolón, informó que en el municipio solo tres personas habían acudido al único refugio que se había abiertos; el de Dorado, Carlos López, señaló que seis familias habían hecho lo propio en su pueblo; y Clemente “Chito” Agosto, alcalde de Toa Alta, dijo que había siete refugiados, distribuidos en dos centros.

En horas de la mañana, el ejecutivo municipal de Cataño, Julio Alicea Vasallo, había precisado que 13 personas se habían albergado en una escuela del pueblo.