Caminaba por la avenida Manuel Fernández Juncos, en Santurce, en dirección al punto de encuentro donde se realizaría esta entrevista, pero antes, se detuvo a abrazar un gato y zamparle un beso en la cabeza. Mayra Montero hizo su entrada triunfal... es que no podía ser de otra forma.

El sentido del humor y la mordacidad de esta escritora, columnista, periodista y aspirante a “trabajar en un zoológico” están intactos a pesar de que la desgracia ha sido una constante para ella en los pasados años. Para empezar, en el 2011, recibió un diagnóstico de linfoma de Hodgkin y hace seis meses, murió su esposo, Jorge Merino, a quien la escritora identificaba como su “pariente más cercano” en sus columnas.

Nada se escapa de su mirada crítica y de su eventual comentario punzante, sagaz e irreverente matizado de pasmosa ironía. Sus célebres ocurrencias, sus extraordinarias vivencias y su extensa trayectoria la convierten en una fascinante conversadora. Montero es una mujer de opiniones fuertes y toda la vida las ha defendido, particularmente, por medio de su columna, que, para orgullo suyo, se ha publicado por 22 años sin interrupción –primero, con el nombre de Aguaceros Dispersos y luego, Antes de que llegue el lunes– en El Nuevo Día, en donde forma parte de la junta editorial.

 

Además, Montero ha tenido la capacidad de desempeñarse con excelencia en todas sus facetas. Para empezar, se desarrolló profesionalmente en un periodismo en el que “se tenía que hacer de todo”. Por ello, además de ser editorialista en el desaparecido periódico El Mundo, fue escritora de crónicas deportivas, de artículos de farándula y de horóscopos en otras publicaciones.

“Yo estuve en todas las bases, literalmente. Yo empecé escribiendo de pelota para El Nuevo Día en los años 72 y 73. Mandaba unas crónicas a Ray García, que fue un legendario director de deportes”, recordó y describió dichas reseñas como inocentes y fantasiosas. “Además, incluía detalles que yo decía: ‘¿cómo me publican esto?’. Yo traía unos comentarios muy arbitrarios a las crónicas deportivas. Eran disparates”, aseguró.

“Después, estuve en el periodismo de farándula, en la Revista Estrella, que el director era muy puntilloso con las cuestiones gramaticales. Era un pesa’o en otros aspectos, pero en eso, era muy bueno y eso me llevé. Yo siempre me llevaba lo bueno de la gente”, enfatizó.

En dicha revista, también tuvo una “fulgurante” carrera como escritora del horóscopo. “Imagínate si somos mayores y todas estas experiencias son viejas, que los horóscopos llegaban por cartas. Llegaban cinco o seis y una vez, no llegaron”, recordó y explicó que, entonces, ella redactó uno con la información de otro que ya había publicado.

También “me tocó hacer un consultorio sentimental en esa revista con un seudónimo. Era un periodismo muy divertido y yo creo que más espontáneo que ahora. Los periodistas teníamos que hacer de todo. Éramos sexólogos, astrólogos... se aprendía mucho y se gozaba mucho”, aseguró.

“Después, de vez en cuando, hacía publicidad freelance. Estuve directamente en publicidad uno o dos años. Era lo que más aguantaba. Casi siempre me expulsaban fulminantemente por escribir novelas en horario de trabajo”, confesó.

Y qué bien que la despidieran, pues se ha ganado el favor de la crítica y el reconocimiento internacional con libros como La última noche que pasé contigo (1991), Del rojo de su sombra (1992), Tú, la oscuridad (1995) y Como un mensajero tuyo (1998) , entre otros. También ganó el XXII Premio La sonrisa vertical para literatura erótica, por su novela Púrpura profundo (2000).

Su amor por las letras está en gran medida determinado por el ejemplo de su padre, el destacado humorista Manuel Montero “Membrillo”, quien fue guionista de programas de televisión y de radio. “Mi papá influenció muchísimo en mí, porque desde que yo era chiquitita, abría los ojos y veía un papá que estaba escribiendo en una maquinilla y hablando solo. El leía en la voz de los personajes y venían los vecinitos, los amiguitos míos, a asomarse en la ventana a ver a mi papá para reírse. A mí me ha quedado eso y cuando yo escribo, leo en voz alta”, rememoró Montero, quien nació en Cuba y padeció dislexia en la niñez. Llegó a Puerto Rico en la adolescencia.

Sabemos que usted es fanática de los gatos...

A mí me fascinan todos los animales. Desde niña, he tenido gatos, perros y hámsters. Después, de mayor, he tenido de todo... iguanas y crié pavos reales por mucho tiempo. Tengo hasta cabras en el campo (en su finca, en Cayey). Yo tengo un gallo que tiene ya como 13 o 14 años.

¿Se siente más cubana que puertorriqueña o ambas? ¿O tal vez se siente como la canción... No soy de aquí ni soy de allá (de Facundo Cabral)?

Yo sí soy; si algo tengo claro en la vida es que soy... un poco de aquí y un poco de allá. La indefinición no es algo que me guste para nada, ni las medias tintas. En definitiva, no pueden acusarme de que no sea.

Hábleme de su etapa como editorialista en El Mundo

Yo caí como editorialista porque por pura casualidad de la vida se acababa de retirar don Jesús Benítez, que fue un editorialista emblemático del periódico El Mundo. Llegué a trabajar con Jorge Javariz, que hacía una columna bien graciosa de música en los años setenta. También trabajé con Darío Carlo, que era el otro editorialista. Darío me enseñó mucha humildad, pero aparte, me enseñó a redactar y a cómo se trabaja un editorial.

¿Cómo ha cambiado el periodismo desde entonces?

Es mucho más dinámico y tenemos acceso a la información inmediata. Ya los periódicos no son fiambre. Cuando salía el periódico, al otro día, ya habías oído la historia por la radio. Sin embargo, en esta inmediatez, en esta prisa, yo hecho de menos muchas cosas. Echo de menos la corrección gramatical, para empezar. Eso viene de la lectura. Si tú eres un periodista que lees, te das cuenta de qué verbo utilizar. En Internet eso no se aprende. (Los periodistas) son muy rutinarios en el lenguaje, en lo que dicen. No hay riqueza en la manera de expresarse.

En El Mundo inició su faceta como columnista con Lo que no dijo el cable, ¿cómo esa columna cambió su vida?

Yo vivía muy costreñida en lo que eran los editoriales, que no eran mi opinión. Escribir una columna es muy distinto. Yo ponía lo que me daba la gana. Lo ponía y lo sigo poniendo ahora. Nunca me han censurado un texto. Lo que no dijo el cable me dio a conocer porque yo la firmaba.

¿Cómo se diferencia cada columna que ha escrito?

Yo creo que el tema sí cambia. Recuerdo que un antiguo director de El Nuevo Día me dijo: “a mí me gustan mucho tus columnas pero... ¿por qué no escribes de algo que te guste?”. Se hizo un silencio en la mesa y yo le dije: “porque nada me gusta” y entonces, me eche a reír. Yo creo que en los periódicos hay tantos columnistas, tantos escritores y reporteros que les encantan muchas cosas, que yo no molesto si nada me gusta.

¿Qué ha aportado a su vida su faceta como literata?

Yo creo que esa es mi verdadera vocación. Me considero una novelista, pero también soy una periodista. Aunque a veces se difuminan las fronteras. Yo creo que se complementan muy bien el periodismo y la literatura. Uno siempre tiene que tener aquello de que puedes hacer literatura contando una historia o una noticia pero no puedes hacer ficción en una columna o reportaje, porque eso no es periodístico. Utilizar los recursos es otra cosa, para hacer más interesante, más amena, más emocionante una historia... eso sí. Pero no te puedes poner tampoco muy florido. Hubo una época en que los “floripondios” inundaron las noticias y eso pasó ya, afortunadamente.

¿Si no hubiera sido periodista y escritora, a qué se hubiera dedicado?

A cuidadora de un zoológico. A bregar con animales. Envidio mucho el trabajo de los que recogen todos esos animales exóticos y tienen un lugar lleno de monos y de lagartos raros. Allí es que yo quisiera trabajar.

Hasta ahora, ¿cuáles considera que han sido sus mayores logros?

En el ámbito periodístico, el hecho de que he mantenido una columna por más de 22 años con distintos nombres, porque empezó en el 1991 con Aguaceros Dispersos. También mantener el nivel de interés en el lector. En el ámbito literario, creo que el poder tocar una serie de temas tan distintos vinculados al Caribe, como el erotismo, las religiones afrocaribeñas y el sincretismo religioso.

¿Superó el cáncer?

Pasé por un proceso bastante complejo porque fue una quimioterapia particularmente incómoda, con todo el malestar que eso trae. Yo no sabía si me iba a morir y no se sabía hasta dónde había llegado el cáncer. Pasé por eso, que me asustó mucho y lo de mi marido me derrumbó. Pierdes a la persona que más quieres en el mundo y has estado a punto de morir tú. A veces yo pienso que nada peor me va a pasar y eso te da como una especie de paz, de tranquilidad, para afrontar las cosas de la vida. Lo peor que me iba a pasar en la vida, ya me pasó, que no fue mi enfermedad; fue la muerte de mi marido.

¿Ya procesó el duelo?

No lo he procesado del todo. Hace seis meses que ocurrió. No lo he procesado, pero brego y trabajo con ayuda. Tengo momentos malos... momentos buenos. Es un proceso al que también te niegas. Todo el mundo te dice que se te va a pasar y que te vas a olvidar, pero tú no te quieres olvidar. El problema es que no te quieres olvidar porque te parece abominable olvidarte.

¿Qué figuras se han ganado su respeto y admiración?

Admiro mucho a Óscar López, es el prisionero político que por más tiempo ha estado preso, más tiempo que Mandela... y no ha estado preso por asesinar a nadie. Es una injusticia 32 años en prisión. Admiro cómo se ha mantenido con sus convicciones a pesar de ese encierro.

Luego de eso, admiro a muchos mandatarios sudamericanos. Yo admiraba mucho al presidente (Hugo) Chávez y me dolió mucho su muerte. Después, pero no menos, admiro mucho al “encantador de perros”, César Millán y lo único que quiero es que algún día venga a Puerto Rico y vaya a mi casa a aconsejarme con un perro loco que tengo.