Houston, Texas.  Muchos no entienden por qué lo hacen...  El primer paciente   apareció hace más de 20 años. 

Cuatro seres  caminaban como “asustaditos y chocando uno con el otro” por un pasillo del Hospital de Veteranos de esta ciudad estadounidense. Al observarlos,    Maritza Ortiz les vio la “pinta” de puertorriqueños.

La joven enfermera tenía razón. Eran de Hormigueros. Se estaban hospedando en un hotel porque uno de ellos sería operado de  corazón abierto.

Fue entonces cuando a  Maritza se le ocurrió ofrecerle a esos desconocidos  su casa como albergue, sin pagar  un  centavo.

“Llamé desde el hospital a  (mi esposo) Hermes (Troche) y le dije: ‘Tengo un matrimonio que viene para casa, para que no estén en el hotel’”, recuerda la mujer oriunda de Mayagüez. 

Hermes aceptó.  Se convirtió en su cómplice. 

Desde entonces, el hogar de esta familia de puertorriqueños -que emigró a Houston en  1987, cuando Maritza aceptó un trabajo como enfermera en la institución hospitalaria-, se convertiría en la “casa de todos” aquellos que necesitaran refugio  mientras lucharan contra el cáncer, ya que a esta ciudad llegan muchos pacientes con esta enfermedad.

Ya van más de una decena. Y es que se corrió la voz como fuego sobre gasolina entre familiares, amigos o por “plan divino de Dios”, como le pasó a la mujer del “gorrito”, que escuchaba hablar a Maritza en un centro comercial mientras  buscaba artículos para decorar una habitación con motivos de palmas.

Maritza le preguntó a su hermana si el plato que sostenía sobre sus manos combinaba con la decoración. “Claro que sí, mojona”, le contestó. 

De inmediato, la  muchacha del “gorrito”, Rochelle Ortiz de Espinola, le dijo: “¡Tú eres puertorriqueña!” El “click” fue instantáneo.

No había nada más que hablar.  La montó en el carro, le dio check out en el hotel -donde estos pacientes gastan grandes sumas mientras reciben tratamiento por días o meses - y los llevó a casa de un familiar para intentar comprobarles que no  eran serial killers. 

El amor al prójimo que practican, sin embargo, ha levantado comentarios desalentadores de algunos de los que  conocen la obra de este matrimonio con tres hijos y que pronto cumplirá 33 años de unión.

“Un día de éstos  te van a robar la casa”, le han dicho a la mujer de 51 años de edad.

La    mayoría  no entiende por qué les da la llave de su casa a estos pacientes   que acuden por necesidad a hospitales como el reconocido MD Anderson, a donde fue llevado el fallecido alcalde de Caguas, William Miranda Marín. 

Lo hacen, simplemente, porque hay que hacerlo. 

“No hay otra manera. Si tú ves una persona que tiene una necesidad, tú no puedes pasarle por el lado y dejarla ahí (...). Si hay necesidad, hay que hacerlo”, expone Maritza.

Tampoco hubo planificación. “Simplemente, ocurrió”, aunque aclara que “cuando tú vives en la voluntad de Dios, no hay coincidencias, siempre hay un propósito”. 

 Ésa es la única explicación que le da al encuentro inesperado con Rochelle. ¡En un mall con  unas 600 tiendas y de  dos cuadras!     

Pero no sólo ofrecen un techo donde resguardarse.  Ellos son como un bálsamo emocional y espiritual  para estas familias que llegan con la incertidumbre de si serán o no curados  en una  ciudad donde el idioma y el estilo de vida son diferentes.   

Una vez en la casa, saben que reirán con ellos, pero, también llorarán. Unos vivirán,  otros morirán. 

Hiram Ramos, de 47 años,  fue el último paciente  que tuvieron. Tenía cáncer en el hígado. “Él nos tiró pa’ arriba al morir. No estábamos listos, ni él lo estaba”, admite Maritza.

“Él venía con planes. Él decía que esta enfermedad no me va a terminar, él  quería vivir,  y él luchó”, expresa.

Fue por él por quien ambos lloraron  y oraron pidiendo por un descanso.

¿Un descanso?

Un descanso emocional... Es como si perdieras un familiar... La relación con Hiram duró casi un año... Y ves a la esposa (sola) con un hijo de cinco años.

Sólo se quedan con los recuerdos y lo que le aprendieron, como les pasó con Rochelle. 

Ella les enseñó  paciencia, amor y fe. 

Rochelle  murió, pero durante su enfermedad su  espíritu se mantuvo intacto, comenta Maritza. Estaba  preparada “para que Dios me lleve”.

Fue precisamente por el dolor de  ambas pérdidas  que sintieron mucho regocijo cuando se enteraron de quién los fue a visitar hace unos días, gracias a American Airlines.

Era uno de sus huéspedes,   Ricardo Miranda.  Lo conocieron  a los 18 años de edad cuando viajó a Houston para encontrar una cura al linfoma de Hodgkin que amenazaba con quitarle la vida.  Hoy, tiene 35 años. Hacía cinco años que no se  veían. 

“Fue tremenda sorpresa -destaca Maritza-. Con todos los pacientes que hemos tenido y que habían perecido, y verlo a él, lo bien que está, me causó una alegría inmensa”.

 La primera vez que Ricardo  vio a Maritza  sintió “tranquilidad” porque “estábamos aquí como lombrices en baile de gallina”.

Al principio, su madre no quería  hospedarse en la casa de los Troche, porque pensaba que eran “una carga”. Por eso, pasaron por un motel y un apartamento antes de aceptar la extraña invitación. 

“Es que no nos creen”, comenta la mujer  entre risas.

Todos esos pacientes les han confirmado que la mudanza para Texas escondía   otro propósito, adicional a  aquel de obtener “mejores oportunidades”.

Su casa había servido bien a “mi gente en Puerto Rico”, como dice Maritza, pero una idea revolcó el avispero.   

El padre de Rochelle les preguntó por qué no habían pensado en comprar una casa más grande, ya que  reciben a tanta gente. “Hermes cogió la idea y salió corriendo ese fin de semana a buscar casa”, recuerdan.

  Es hermosa,  grande, de dos pisos,  siete cuartos y cinco baños. Su decoración es obra de ella. 

Un pasillo alumbrado con luz tenue lleva a la cocina y la sala; allí, unos gallos dominan cada rincón. Están por todas partes: cojines, figuras, mantas, accesorios, canastas,  reloj... 

Son ellos los que dan la pista de que  no han llegado a un hogar  estadounidense, sino puertorriqueño. 

“Las puertas están abiertas (...).  Si hay necesidad de venir a Houston,  que se comuniquen... hay que bregar”.

¿Hay que bregar?

Hay que bregar, hay que hacer lo que haya que hacer. Mira un ejemplo, dice mientras acaricia a Ricardo.