Juana Díaz. Ángel Adams y Emily Droz Ruiz perdieron la cuna de su bebé, un gavetero y ropa luego de que el techo de zinc de su casa de madera se desprendiera durante el huracán María.

Su vecina inmediata, Julia Cruz, también tuvo múltiples pérdidas debido a los vientos y la inundación, pues el río y el mar que los circundan arroparon las calles de la comunidad. 

Y la historia se repite en prácticamente cada casa de este sector de la costa juanadina, que junto a Pastillo, Pastillito Prieto, Serrano, Arús y Camboya, entre otros, fueron de los más perjudicados por María.

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El trabajo de limpieza y reconstrucción que les ha tocado emprender ha sido arduo, pero la solidaridad lo ha hecho más llevadero.

“No es fácil, pero se puede levantar uno”, afirmó Angel Adams, de 24 años de edad.

Angel y Emily son padres, además, de un nene de tres años. Él trabaja en una megatienda y ella se encarga del cuidado de los menores.

Carlos Adams y Heriberto Droz les han dado la mano a sus respectivos hijos desde el primer día.

“Estamos poco a poco levantándonos, ayudándonos. Gracias a Dios que yo soy un padre joven y el padre de Emily también les está ayudando. Yo los ayudo porque soy su papá y estos son mis nietos. Son lo único que Dios me dio”, expresó Carlos Adams, de 46 años y residente en el barrio Singapur de Juana Díaz.

Tan pronto el huracán pasó, la familia acudió a revisar los daños en la vivienda, construida hace 30 años, y se toparon con que el techo se voló encima del cuarto de la bebé. Enseguida se pusieron manos a la obra y, con las planchas de zinc que quedaron tiradas en la calle, taparon el hueco.

“Esta era mi casa. Durante el huracán Georges se mojó, pero no se llevó el techo. En aquella ocasión despegó unas alfajías, pero no lo levantó como ahora. Cuando vinimos después de María, según aparecían planchas buenas, los muchachos las recogían y las ponían aquí al frente. De quiénes eran no sabemos, porque había muchas”, expuso Heriberto Droz, de 55 años.

Igual pasó en la vivienda de Julia Cruz, de 43 años, quien vive con su esposo y tres hijos. Tomaron del zinc que se voló de otras residencias para hacer una reparación temporera.

“Por poco me muero cuando vi la casa, esto era una cosa desastrosa. El viento se metió y todo esto estaba revuelo. Hemos arreglado poco a poco. Todo el zinc se fue y se quedó el plafón, pero se mojó tanto que se ha bajado. Se partieron las alfajías, se arrancó todito. En esas áreas no puedes pisar porque la casa quedó bien floja, por eso no nos atrevemos a vivir aquí”, describió la mujer.

Esta familia perdió un mueble, las camas, ropa y los televisores, a pesar de que muchas cosas habían sido cubiertas con bolsas. Solo se salvó un cuarto y el baño. 

En una vivienda cerca del mar, Rosa Domínguez, de 82 años, y su hija Mariana Rosado, de 53, también se quedaron sin techo.

“En la casa se metió el río y se fue la mitad del techo. Se dañó ropa, los muebles, la cama de mami, el freezer, la nevera y los televisores. El río entró por delante y por detrás, como seis pulgadas de lluvia dentro de la casa”, describió Rosado.

También aquí los vecinos recogieron el zinc despegado y lo repartieron para tapar las casas de manera provisional.

“Esos no son los zinc de ahí, sino que fue lo que se encontró”, indicó Rosado señalando la casa.

Su hermano Radamés Pérez Pérez, de 64 años, dijo que “lo que vino fue un monstruo”.

“Como el 75% de las casas aquí tuvieron pérdidas porque no hay mucha casa de cemento. Esto fue terrible”, manifestó.

No obstante, su ánimo está en alto y así lo dejó ver mientras tertuliaba con varias vecinas frente a la Iglesia Misionera Aposento Alto de Manzanilla.

“Ahora nos reunimos aquí todas las tardes, cogemos fresco y hablamos como no lo hacíamos antes. A veces Dios tiene que usar cosas extrañas para unir a la gente”, opinó.