Juan Pablo II es un “compañero de camino” para el sacerdote boricua Pedro Luis
El religioso puertorriqueño tenía 20 años cuando conoció al pontífice en su visita a Puerto Rico hace cuatro décadas.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 6 meses.
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“Juan Pablo II ha sido como mi ángel desde el cielo”.
Importantes pasos de la vida religiosa del sacerdote Pedro Luis Reyes Lebrón, párroco de la iglesia San Jorge, en San Juan, estuvieron marcados por la presencia de San Juan Pablo II.
A 40 años de su visita a Puerto Rico -y a 33 años de haber sido ordenado en el catolicismo- todavía la figura del santo padre es trascendental en su diario vivir.
Padre Pedro Luis era un joven de 20 años cuando conoció al pontífice.
“En el mundo le llaman suerte. Pero, nosotros le decimos que son diosidades. Son cosas de Dios. Dios permitió eso. Fue un regalo del cielo, una gracia. Yo le llamo una gracia. Fue un regalo”, describió.
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Reyes Lebrón era un joven que ya se había trazado una meta de convertirse en ingeniero. Había sido aceptado en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Mayagüez (RUM) y comenzado sus estudios.
“Lo menos que yo estaba pensando en ese momento era ser sacerdote. Yo quería ser ingeniero. Y, cuando me empieza a inquietar el tema de la vocación del sacerdocio, es una crisis. O sea, que yo puedo decir que esa crisis de dudas que sufre un joven, que se plantea dejar sus planes de ser un profesional, de fundar una familia, tener una esposa, hijos, yo lo viví antes de entrar en el seminario. Pues, porque ya yo estaba en un proyecto de vida: entrar a la universidad para ser ingeniero, graduarme y salir adelante en la vida. Al año y medio de estudiar es que comienzo este proceso de preguntarme, de plantearme (la posibilidad de ser sacerdote). Lo que hice fue ir a buscar ayuda espiritual, ir a un retiro, varios retiros, asistencia de sacerdotes. Uno se plantea todo, ‘y si me equivoco’, ‘y si esto no es’. Todo eso lo viví. Incluso el choque con la familia, pues, porque mis hermanos a lo mejor en ese momento no entendían. (Me decían): ‘¿Por qué vas a dejar lo que tienes entre manos por algo que no es seguro?’ Y si no es. Todo eso yo me lo planteé”.
Fue en enero de 1984 que Reyes Lebrón dejó a un lado sus estudios de ingeniería en el RUM para emprender su vida en el Seminario Diocesano.
“Una vez entré al seminario, fue un proceso de discernimiento, retiro, oración. Ya yo estaba muy activo en la actividad parroquial y de retiro. Pues, ya una vez entré, sentí una seguridad. Como que llegué al lugar, y lo debo a la presencia eucarística. Yo recuerdo mis visitas y oraciones frente al sagrario, que era como un confirmarme cada día la vocación”, dijo.
El joven llevaba unos seis meses en este nuevo camino cuando se anunció la visita de Juan Pablo II a la Isla. Entre los preparativos, estuvo escoger las siete personas que servirían como “acólitos o servidores del altar”.
Un sorteo fue lo que se realizó para escoger a cuatro seminaristas de la zona de San Juan y otros tres de otras diócesis. El nombre de Pedro Luis Reyes Lebrón fue uno de los que salió en el sorteo con papelitos.
“Salí agraciadamente escogido. Me tocó llevar uno de los sirios (vela encendida)”, detalló.
Recordó que llegó ese 12 de octubre de 1984 al área del evento, en Plaza Las Américas, a las 7:00 a.m., y no fue hasta que ya estaba atardeciendo que comenzó la misa. Dijo que ya estaban todos “agotados” cuando les tocaba el turno de entrar en funciones.
Explicó que el séquito comenzó con uno de sus compañeros seminaristas que cargaba una cruz. Poco después caminó con el sirio. Mientras, el papa estaba al final de una larga fila en la que también había otros religiosos.
“Era una emoción. Yo estaba emocionadísimo”, rememoró.
El momento en que más cercano estuvo ese joven de 20 años fue cuando “comulgamos de su mano”.
“El momento de comulgar, recuerdo que yo me deshice en lágrimas. Ese llanto emocionante de un muchacho que tiene su fe en la iglesia, en lo que va a ser algún día sacerdote. Y verse allí frente al vicario de Cristo, pues era una cosa emocionante”, expresó.
¿Qué representó ese encuentro?, se le cuestionó al sacerdote.
“Fue un empuje. Fue una inyección. Fue un confirmarme. Es decir: ‘Wow. Entro al seminario y que me toque esto’. Pues, sin duda Dios quiere que sea sacerdote. Dios me está ayudando”, respondió.
Lo que jamás pensó Reyes Lebrón fue que esa confirmación de la vocación religiosa fuese sellada el 10 de junio de 1990 con su ordenación sacerdotal en la Basílica San Pedro, en el Vaticano, frente a Juan Pablo II.
Para ese entonces, el párroco estudiaba en España junto a otros tres seminaristas boricuas y el cardenal Luis Aponte Martínez los llamó para preguntarles si querían ser ordenados por el papa. Dos aceptaron la propuesta. Incluía al joven de 25 años que en un inicio quería ser ingeniero.
Recordó que viajó junto a su madre un viernes a Italia, el sábado fue el ensayo y el domingo la ordenación.
“Todo era un sueño”, soltó.
De paso, reconoció que esos encuentros con el papa le dieron “certeza y seguridad” de que estaba en el camino correcto. Describió que lo vio como una señal de Jesús de que le había permitido estos regalos con un propósito.
Unos 33 años han pasado de aquel segundo y especial encuentro con el santo, fenecido el 2 de abril de 2005.
Ahora, dice que “le pido gracia, le pido su asistencia, que me ayude a ser un sacerdote fiel, bueno, fiel al magisterio de la iglesia, la sana doctrina, que atienda a las almas con rectitud de intención. Y, para mí, pues, es un compañero de camino, la asistencia y la ayuda de San Juan Pablo II”.