Caguas.

Víctor Huertas nos recibió con un plato de arroz blanco, sardina, cebolla picadita y una raja de aguacate por el lado. Insistía en compartir su alimento.

A sus 52 años, el incapacitado que está en silla de ruedas conserva un humor envidiable aunque confesó que “se siente uno como olvida’o”.

Al igual que cientos de familias en Puerto Rico, perdió el techo de su vivienda ante los feroces vientos del huracán María y aún espera porque la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) los visite y le ponga un toldo azul.

En su caso, resolvió gracias a la ayuda de la empresa Homeca Recycling, que le prestó una oficina de metal en la que alberga una camita, una pequeño sofá y una silla para quedarse junto a su esposa. “Gloria a Cristo me prestaron ese vagoncito”, dijo.

Don Víctor vive al lado de su hija Ivonne Huertas, en el barrio Tomás de Castro, quien también ocupa una guagua escolar junto sus cuatro hijos menores y su esposo, que le prestó la misma empresa recicladora.

El paciente diabético que tiene dos dedos amputados por una bacteria que lo atacó hace tres años mientras fue hospitalizado tras sufrir un ataque al corazón, se rompió hace siete meses el tobillo del mismo pie afectado.

Como tras el paso de María estuvo 60 días sin recibir sus medicamentos se afectó por lo que tuvo que ser internado en el Hospital Panamericano por su condición emocional.

Ya, el camionero de profesión, está recuperado.

Insiste en que lo que él está pasando es nada en comparación con otras familias boricuas.

Don Víctor, quien indicó que su esposa Adelaida Cruz es voluntaria de la Cruz Roja, recordó cuando el 20 de septiembre los vientos huracanados de María arrancaban el techo de toda la casa.

“Siento como una lata de salchicha que hace ‘crash’ y miró pal piso a ver si me había parado encima de algo; y la mujer empieza a gritar: ‘el techo, el zinc’, y cuando miro pa’ arriba digo ‘!el palo de mangó! Mujer, recoge la almohada y la sábana que nos vamos, que esto no funcionó (el amarre de la casa”, narra jocosamente el vecino de Caguas que ha enfrentado 12 operaciones.

Salieron corriendo y se refugiaron en una van blanca que estaba en el patio.

“¡Ahí sí que se veía maravilloso! Eso (señalando la van) cogió cuartonazos. Nosotros veíamos los ganchos cuando venían volando y ‘pan’, le metían a los cristales y rebotaban; los vientos no gritaban, rugían como un lobo furioso… Ahí pasamos la noche viendo los animales volar como se los llevaba la tormenta…”, narró.

Pero amaneció y hubo un nuevo día. Quizás no tan brillante pero él siempre lo agradece.

La pareja, que estuvo dos semanas viviendo en la van hasta que le prestaron la “casita de emergencia” tienen una planta eléctrica que a veces ni prende, y pasan la noche a oscuras.

En estos días fue personal de FEMA a medir la vivienda.

Un problema que tiene el ciudadano son los escombros que hay frente a su casa, que están trayendo ratas y otras sabandijas. El jueves llegó un camión de recogido, viró frente a su casa y uno de los empleados le dijo que para recogerlos tenía que hacer una querella. “Aquello me subió y me bajó”, confesó al agregar que “los moví hasta allí porque en la silla de ruedas no los pude mover más porque la silla se encaja en la tierra”.

Precisamente la silla de ruedas que este usa lo obliga a moverla con los pies por lo que está propenso a coger bacterias y complicarle la salud.  

Sin embargo, lo único que dijo necesitar, antes tantas vicisitudes, es un desfibrilador.

“No me lo quieren dar (el plan del gobierno) y tengo que estar el día en la silla, mirando a lo lejos, y no puedo hacer na’ porque lo necesito para moverme. Mi corazón está trabajando al 26%”, confesó.