Llegar a la Finca Café Mis Abuelos, en el barrio Río Cañas de Mayagüez, es como adentrarse en un ambiente hogareño repleto de risas y buena conversación, enmarcado por la belleza natural del área oeste del país.

Este pequeño paraíso descansa entre las montañas de la llamada “Ciudad de las Aguas Puras”, en donde la brisa fresca acaricia el rostro de aquellos que acuden en la búsqueda de una experiencia agroturística distinta, envuelta en flores, aves y la tranquilidad de la zona.

Allí los esperan sus propietarios, don José Luis Rodríguez Vélez y su esposa, Jovita Rodríguez Olivencia, quienes reciben a sus visitantes con una tacita de café recién colado, acompañados de la historia familiar que los llevó a continuar con el legado de sus ancestros.

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La pareja de octogenarios, oriunda de Las Marías, compró las 35 cuerdas de terreno en la década del 60, antes de contraer matrimonio, ya que ambos estaban familiarizados con el arte de cultivar, porque sus respectivos padres eran agricultores.

“Yo trabajé como maestro desde los 20 años, pero siempre mantuvimos la finca porque nuestros padres eran agricultores. Yo ayudaba a mi viejo, Ramón Rodríguez, en la finca desde pequeño y por eso, era algo que ya estaba en nosotros”, relató Rodríguez Vélez de 85 años.

“En 1970 comencé con el beneficiado de café, comprándole café a los agricultores; compré mis primeras máquinas y empezamos a bregar, hasta el sol de hoy. Aquí había un mayordomo”, mencionó el egresado en educación elemental de la Universidad Interamericana en San Germán.

Actualmente, la operación se mantiene en manos de sus dueños, quienes día a día luchan para así mantener la tradición de calidad y frescura en el café. En la foto, el proceso de tostado del cafe.
Actualmente, la operación se mantiene en manos de sus dueños, quienes día a día luchan para así mantener la tradición de calidad y frescura en el café. En la foto, el proceso de tostado del cafe. (Xavier Garcia)

Sin embargo, al retirarse de los distintos empleos que obtuvo, entre estos con el entonces Departamento de Instrucción Pública y la farmacéutica Lilly del Caribe, don José Luis recibió una interesante propuesta de su hijo José, que es químico de profesión.

“Me retiré en 1993, tenía 54 años. Entonces, mi hijo quería que lleváramos el café al punto final. Ya nosotros sembrábamos café en la finca, lo elaboraba y se lo vendía al gobierno que era el comprador de café”, manifestó Rodríguez Vélez quien procreó dos hijos junto a su esposa Jovita.

“Entonces, mi hijo se aprovechó de que yo estaba joven y fuerte todavía. En 1996 compramos la maquinaria para tostar café y ahí comienza la historia del café Mis Abuelos”, apuntó el también hijo de Isabel Vélez Jiménez.

Café Mis Abuelos

Una de las tareas más difíciles, según José Luis, fue ponerle nombre al producto. Se logró tras un consenso familiar.

“Cuando nosotros empezamos el proyecto de café Mis Abuelos, no tenía nombre ni nada. O sea, era la idea de tostar café. Entonces, nos reunimos, Jovita y mis hijos, Madeline y José, para buscar el nombre que le íbamos a poner al café. Hicimos un ‘brainstorming’, una tormenta de ideas, pero no quedamos en nada”, recordó.

No obstante, cuando su hijo llegó a su casa en Cabo Rojo, lo llamó para manifestarle otra propuesta.

“Me dijo: ‘Papi, el café se va a llamar Mis Abuelos’, en honor al papá de mi esposa y a mi papá, que eran agricultores; ellos querían la tierra y la besaban”, señaló al destacar que los padres de su esposa eran Julia Olivencia Valentín y Juan Rodríguez Miranda.

“De ahí fue el proceso, no fue fácil. Nosotros teníamos la maquinaria para la elaboración del beneficiado, pero cuando fuimos a cambiar para el tostado, éramos torrefactores. Le dije a mi hijo que se encargara del empaque y yo me encargo de la licencia de torrefactor, ya tenía la licencia de beneficiador”, agregó.

En el 2012, nació un nuevo producto para brindarle la oportunidad a otro mercado puertorriqueño, Aromas del Cafetal.
En el 2012, nació un nuevo producto para brindarle la oportunidad a otro mercado puertorriqueño, Aromas del Cafetal. (Xavier Garcia)

Según Rodríguez Vélez, la etiqueta del producto fue diseñada por su hijo José.

Todo lo parimos a cañón. Esto era un proyecto y nosotros no teníamos dinero, lo que teníamos era la finca, la idea y la voluntad de hacerlo. No teníamos chavos para promoción, era la maquinaria y el poco de café que cogíamos. Pero pudimos echar pa’lante”, reflexionó con orgullo.

“Lo logramos con la ayuda de Dios y haciendo las cosas bien. Lo más importante es criar una familia con valores morales y espirituales y olvidarte de los chavos, porque el dinero va y viene, pero el amor que compartes te llena”, confesó por su parte Jovita de 84 años.

La operación genera cerca de 10 empleos y, además del café, esta familia cultiva plátano, guineo y chinas.

Salón de clases al aire libre

Don José Luis no pierde de perspectiva su vocación de maestro y considera que la finca le ha permitido continuar con su labor educativa, en un salón de clases sin paredes. Es lo que perciben sus visitantes que acuden para el recorrido.

“Esto se ha convertido en un destino agroturístico, viene mucha gente. Ven la finca, la torrefacción, el proceso completo del café… se toman su cafeíto y a veces no encuentran cómo irse. Se sientan en la hamaca y pasan todo el día aquí”, manifestó.

“Aquí viene mucho americano. La gente viene y le damos una pequeña charla de lo que tenemos y le enseñamos la finca. Lo más importante es que aprecian todo esto”, repasó.

Asimismo, destacó que su café es un producto gourmet, pero cuentan con una línea de café regular: Aromas del Cafetal.

“Siempre le digo a mis nietos que nosotros tenemos que hacer la diferencia. Si tú quieres que el negocio prospere, tienes que hacer la diferencia. Y la diferencia estriba en el buen trato que tú le des a la gente”, insistió.

“Un maestro nunca se retira, la finca se convirtió en mi salón de clases. Yo vivo feliz aquí porque, primero, mi vocación de diácono es servicio, y segundo, porque vivo en paz”, concluyó.

Para más detalles, puede llamar al (787) 265-2521.