Nylka Marrero Pagán tiene 31 años. Es madre de una niña de cuatro años. Actualmente trabaja con pacientes en un centro de salud primaria. A los tres años llegó al Hogar Cuna San Cristóbal junto con una de sus siete hermanos biológicos. Los demás fueron repartidos en otros hogares. Provenían de un hogar de múltiples retos, por lo que fueron removidos por las autoridades.

Cuando tenía seis años, un matrimonio fue a buscarla al albergue. La llevaron de “pase” por un fin de semana. Dos días fueron suficientes para que aquella niña pudiera experimentar el amor de una familia. Desde entonces, es una de los 120 casos que se han dado en adopción en el Hogar Cuna San Cristóbal desde su fundación en el 1992. Para Nylka, su historia es motivo de gran orgullo.

“Ellos me llevaron un fin de semana; me buscan, me entregan domingo, y lunes tienen que volver al hogar, porque yo me quería ir con mis papás, yo decía, ‘ellos son mis papás’. Tuvimos una conexión bien bonita y (fue suficiente) para darme cuenta que son los padres que necesitaba, que yo quería”, expresó con el amor brotándose en la mirada, en cada palabra. No oculta que dejar a su hermana fue difícil, pero ella estaba convencida de que había encontrado su lugar.

“Donde yo me parara, decía que era adoptada. No era algo de lo que me abochornara, no era algo que me hiciera sentir diferente, al contrario, para mí es un orgullo decirlo”, sostuvo.

Nylka siempre ha sido consciente de lo vivido en sus primeros años en la infancia, inclusive, mantiene comunicación con sus hermanos biológicos y estos tratan a sus padres adoptivos como si los fueran de ellos también. A la madre biológica lo vió por primera vez cuando falleció. Del padre conoce su estado y dónde está, sin embargo aún no le despierta el anhelo de conocerlo, en gran parte porque muchos de los conflictos surgieron alrededor de él. “Vengo de un background bastante difícil, de drogas, alcohol, violación, apenas con tres años, tengo toda memoria. Nunca mis papás me tuvieron que decir de dónde vengo, quién soy, nada, siempre lo tuve muy presente y gracias a Dios, salimos adelante. Tengo dos profesiones, un asociado en sonografía y mi certifación en facturación y récord médico”, afirmó satisfecha.

Ellos son el regalo de Dios que tenía para mí. No tuvieron barreras para demostrarme, eres mi hija. Los niños adoptados nacemos en el corazón de esos padres adoptivos, y no hay nada diferente que pueda decir. Mi papá adoptivo tiene tres hijos y nunca me ha tratado diferente a sus hijos de sangre”

-Nylka Marrero Pagán

Sus recuerdos en el Hogar Cuna San Cristóbal son completamente gratos, tanto que es una de las portavoces de la campaña que marca el trigésimo aniversario de ese espacio donde volvió a conectar con el calor de un hogar, con un sentido de identidad. “Este proceso de adopción es como todo en la vida, o te quedas ahí, y dejas que eso te consuma, o tomas la decisión de decir, voy a coger esto a mi favor, y eso yo hice”, compartió, sin excluir que tuvo etapas difíciles, en las que requirió de ayuda sicológica.

Nylka Marrero Pagán vivió en el hogar antes de ser adoptada. Hoy es una de las portavoces de la campaña que marca el trigésimo aniversario.
Nylka Marrero Pagán vivió en el hogar antes de ser adoptada. Hoy es una de las portavoces de la campaña que marca el trigésimo aniversario. (Alexis Cedeño)

Tan profunda ha sido la huella de amor que ha dejado la adopción en la vida de esta joven mujer, que ya organiza el hogar que levanta con su hija, para hacer crecer ese núcleo. “Mis planes de adopción están, estamos esperando a estar un poco más estable económicamente... Esa semilla está ahí. Creo que como en cuatro añitos empezamos este proceso de adoptar”.

Actualmente en el Hogar Cuna San Cristóbal (organización sin fines de lucro) hay cuatro menores listos para adopción, y se ha comenzado el proceso de evaluación de unos posibles padres y madres. Son una representación de los 18 hasta un máximo de 30 menores que regularmente alberga, entre los 0 a siete años. Muchos llegan por medio de entregas voluntarias de sus padres biológicos, o porque han sido removidos de sus hogares de origen por el Departamento de la Familia.

“Desde el inicio el hogar fue pensado para que fuera un albergue donde estos niños pudieran comenzar a sanar las experiencias traumáticas que tuvieron en la infancia, que no debieron haber vivido, que se les proveyera todo, alimentación, cuidados y demás, pero que tuvieran algo más”, expuso la director ejecutiva Keyla La Santa Díaz, para quien el espacio es sinónimo de amor y esperanza.

“Las mayores entregas voluntarias se hacen aquí, porque los padres y madres se sienten más tranquilos de hacer una entrega voluntaria con una entidad privada que con el Departamento de la Familia, especialmente cuando tienen hijos previos, porque tienen el miedo de que les van a quitar los que ya tienen y una cosa no tiene que ver con lo otro”, indicó la también trabajadora social.

Actualmente este albergue tiene cuatro menores listos para ser adoptados, e igualmente el Departamento de la Familia tiene otros 144 a la espera de una calidad de vida en el calor de una familia.
Actualmente este albergue tiene cuatro menores listos para ser adoptados, e igualmente el Departamento de la Familia tiene otros 144 a la espera de una calidad de vida en el calor de una familia. (Alexis Cedeño)

Cumplidos 30 años de servicios completos a los menores de edad, el hogar -cuyo interior es uno colorido, animado por las risas y demás sonidos de los niños y niñas- tiene como nuevo objetivo visibilizar los retos que representa el proceso de adopción, no necesariamente desde el proceso del trámite, sino lo que viene después, cuando se constituye un nuevo hogar entre personas que en el inicio son extrañas.

“Hay una necesidad y es que los medios siempre resaltan lo bonito de la adopción, que es hermosa, definitivamente es hermosa, pero hay unos retos. Hay unas necesidades que tienen estos niños y muchas veces estas familias sienten que no tienen licencia para pedir ayuda o decir, ‘necesito ayuda’, o ‘la estoy pasando mal con el niño’, porque ellos tienen que dar la cara de que nosotros rescatamos a este niño y tengo que ser el padre y la madre perfecta, y eso es totalmente falso”, afirmó La Santa Díaz. “Hay muchas familias sufriendo, que tienen necesidades y no están siendo atendidas o no están buscando la ayuda, porque sienten que el ir a buscar ayuda es invalidarme como padre. Se quedan callados y sufren, y lo que pasa es que sufren ellos y sufre el niño también, y yo lo que quiero hacer en los próximos años es el primer Centro Especializado en Adopción”, abundó.

Las familias llegan con una necesidad: Quiero ser padre y quiero ser madre, esa es su necesidad, pero tengo que entender que ese niño también tiene una necesidad de identidad, de la pérdida y el duelo, lo que vivieron por haber perdido su familia biológica, porque pierden muchas cosas, y si la familia no está educada, porque no quiere hablar de esas pérdidas, porque no quiere hacerlo sufrir, el niño no tiene cómo drenar (esa situación)”

-Keyla La Santa Díaz, directora ejecutiva del Hogar Cuna San Cristóbal

Como dato, la directora ejecutiva mencionó que en Estados Unidos hay estadísticas de familias que adoptan y luego devuelven a los menores. “En Estados Unidos menores adoptados con tres años o más tienen un 128% de probabilidades de regresar al sistema de protección que los que fueron adoptados de tres años o menos”, señaló. En Puerto Rico no hay estadísticas sobre estas disoluciones.

El matrimonio conformado por Militza Sierra Castro y Alejandro Rodríguez Velázquez celebra tres años como padres adoptivos de una niña que ahora tiene nueve. Biológicamente no pudieron concebir, por lo que la adopción se convirtió en la vía para lograr el anhelo de ser mamá y papá.

El proceso ella lo describe como una montaña rusa de emociones, que alcanzó su momento climático cuando en medio del encierro por la pandemia, en el 2021, recibe una llamada mientras trabajaba notificándole que había surgido un “pareo” para ellos. Se trataba de una niña, de entonces seis años, que había llegado al Hogar Cuna San Cristóbal por medio del Departamento de la Familia.

Militza Sierra Castro y Alejandro Rodríguez Velázquez.
Militza Sierra Castro y Alejandro Rodríguez Velázquez. (Alexis Cedeño)

“Llevábamos muchos años juntos, él y yo nada más y de pronto tener a una niña en nuestro hogar, nos cambió la vida totalmente, en todos los sentidos. Ese primer día que estuvo en casa, hicimos actividades, juegos, cocinamos, hicimos de todo para que ella se sintiera a gusto, que era una buena oportunidad para ella, hasta que llegó la noche. La noche fue un reto, porque fue la realidad de, ‘estoy aquí, me siento asustada’”, contó la madre.

Afortunadamente estos padres han contado con el acompañamiento del personal del hogar, aún hasta ahora, cuando han pasado tres años, y es que, según comparten, viven un día a la vez, pues aunque cada vez son menos, aún la menor tiene momentos críticos como parte del cambio de vida.

“La mayoría de las situaciones viene por su pasado, por sus recuerdos, lo que sabemos, lo que no sabemos, así que nosotros manejamos siempre cada situación con la verdad, dentro del conocimiento o lo que ella pueda entender, siempre lo hemos manejado con información”, dijo Sierra Castro, sentada junto con su esposo en el mismo salón donde tuvieron los primeros encuentros con quien ahora en su hija. “La mayoría de los retos están enfocados en su pasado, en las vivencias que tuvo anteriormente a esta familia, y el proceso de aceptación, de buscar un lugar en esta familia y de todo lo nuevo que viene, desde saber si es real lo que está pasando, así que cada evento que puede ser normal para un niño que nace y crece en su hogar biológico, jamás es igual para un niño adoptado”.

Un ejemplo significativo de esto es la anécdota que los ubica en un centro comercial, donde por primera vez la niña subió unas escaleras eléctricas, causándole una emoción que todavía no cesa. “Nunca se había montado y eso para mí fue bien conmovedor, la importancia que le daba a ese detalle. Al día de hoy, todavía lo celebramos”, sostuvo.

El reto mayor es cuando vienen esos momentos donde simplemente hay que acompañarla en su dolor, en su situación, y uno sentarse allí a ver cómo ella en su cuerpo, en lo que expresa o no expresa, está manejando su situación. Y cuando ella entiende que puede manejar a su manera lo que le pasa, pues poder darle un abrazo, darle seguridad, así que diría que esa es la parte más difícil del proceso de adopción”

-Militza Sierra Castro, madre adoptiva

Independientemente del sube y baje de emociones que conlleva la maternidad y paternidad -lo que no es exclusivo de un núcleo de adopción, sino que ocurre normalmente en uno biológico-, la felicidad de escucharla por primera vez pronunciar el llamado esperado de “mamá” y “papá”, observarla abrir los regalos en la primera Navidad en familia, o ser sus cheerleaders en cualquier práctica deportiva, no la supera nada. “Esas cosas sencillas que quizás para cualquier persona es algo cotidiano, para nosotros es algo brillante, porque lo puede lograr”, valoró el papá.

¿Qué le dicen a esas personas que buscan ser padres a través de la adopción?

“No se quiten, que aunque haya días difíciles, así mismo van a haber días maravillosos; que no se puede perder el enfoque de que la niña, en el caso de nosotros, tenga una oportunidad de vida. Así que aunque haya frustraciones, hay personas como las que están en el hogar que dan apoyo y le ofrecen a los padres unas alternativas”.

Aquellas personas interesadas en obtener mayor información sobre el proceso de adopción a través del Hogar Cuna San Cristóbal, pueden accesar el portal www.hogarcunasancristobal.org. Para donaciones, pueden utilizar las plataformas de PayPal y/o ATH Móvil, pulsando el botón de Donar y seleccionando HogarCunaSanCristobal.