Historia de la zona metro contada por quienes viven junto a sus aguas
Programa del Estuario de la Bahía de San Juan recoge decenas de relatos en el libro “Voces Estuarinas”.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 3 años.
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“Yo vengo y me siento por aquí, y aquí paso las horas mirando la laguna, soñando despierto, recordando todo lo que yo hacía por aquí. Veníamos en las noches a caminar y hablar. Cuando había bioluminiscencia eso era espectacular. Yo me bañaba en el caño (Martín Peña). La corriente era tan grande que si nos íbamos a favor de la corriente llegábamos a San Juan. Yo disfruté eso. De noche, había jueyes y cocolías por montones. Cantera era espectacular”.
Así describe José “Chago” Santiago Reillo, líder comunitario de la Península de Cantera, lo que ocurría hace décadas en esa comunidad. Su historia y la de otra veintena de personas que conviven en las márgenes del sinnúmero de cuerpos del área metropolitana son parte de la publicación “Voces Estuarinas, historia de vidas en las comunidades que conforman el Estuario de la Bahía de San Juan”, que ya está al alcance de cualquiera que desee conocer más de cómo se desarrolló la zona metropolitana alrededor de sus incontables cuerpos de agua.
Chago llegó a Cantera en 1951, con apenas 5 años, luego que a su familia la despojaran del terreno que tenía en Quebradillas. Su padre, que había estado en 1917 en el área de Cantera, en un campamento militar como soldado de la Primera Guerra Mundial, decidió llevarlos allí.
“Él nos hablaba de un brazo de mar espectacular. Era la laguna (San José). Él nos hablaba maravillas, que era transparente, con aguas cristalinas, arenas blancas, con todo tipo de peces, con montones de árboles frutales alrededor, con grandes montañas, donde ellos llegaban a la orilla de la laguna y se bañaban sin ropas de lo más felices porque era un sitio virgen. Mi papá nos hablaba de cuando se montaban en los botes y era como si estuvieran en el mar. Salían por ahí hasta Piñones, a la playa, no estaba el aeropuerto”, recordó, mientras la conversación a la orilla de la laguna San José era interrumpida por el ruido de turbinas de un avión en ruta al aeropuerto internacional de Isla Verde.
El septuagenario narró, con un alto nivel de detalles, que a su llegada allí a principios de la década del 1950 había una comunidad sin servicios de agua ni electricidad. En la casita que su papá compró tenían un pozo donde salía agua salobre que usaban para limpiar, fregar y para la letrina. El agua para beber tenían que ir a buscarla al hipódromo que había en las cercanías o a lo que es hoy día la avenida Barbosa.
A pesar de la pobreza, afirma que “la gente en Cantera era bien buena, compartía la comida, el cuido de los muchachos. La gente hacía grupos para evitar que te rompieran la casita que tirabas. Porque tú la tirabas hoy y mañana te la rompían. Las casas que no tenían número, te las tumbaban. En un sitio tan grande había 150 o 200 casas”.
Chago rememoró su paso por las escuelas de la zona, incluyendo el Oratorio San Juan Bosco, cuyos terrenos limpiaban a diario de las piedras que había de la cantera que había explotado para convertirlo en el terreno para jugar béisbol y fútbol. También recordó sus andanzas con amigos como el cantante Danny Rivera y el exjugador y entrenador de baloncesto Flor Meléndez, así como los trabajos que tuvo que hacer tras la muerte de su padre, limpiando casas en el barrio “por una peseta o medio peso”.
Aunque no pensó que sucedería, Chago logró entrar a la Universidad de Puerto Rico y se graduó de maestro de historia y geografía con preparación para escuela intermedia y superior. A falta de empleo se fue por tres años a los Estados Unidos continentales, pero “regresé porque toda la vida he sido independentista y es una cosa que yo, mucho tiempo fuera de aquí, no puedo estar”.
Chago consiguió trabajo en una de las escuelas donde había estudiado, la Albert Einstein, donde laboró “25 años, educando a mi manera a la gente de mi barrio, apoderando a la gente de mi barrio, buscándole becas en las universidades a la gente de mi barrio”.
Durante esos años se unió a las luchas para poder seguir en la comunidad contra los planes de desarrollo como el Gran Parque San Juan Sureste, o contra la “mano dura contra el crimen” del gobernador Pedro Rosselló, al que llevaron a la corte luego que tiraran una verja que dividía a la barriada y le ganaron el caso.
“No solamente vinimos, vencimos y nos quedamos, sino que educamos. Logramos también que los jóvenes que se graduaron de universidad, abogados, ingenieros, doctores, arquitectos, planificadores vinieran a vivir a Cantera, que se quedaran aquí”, sostuvo Chago con orgullo, destacando que son los ejemplos a seguir para la comunidad.
Hoy día sigue aún involucrado en esa lucha para propiciar empleos a la gente de la comunidad, para que los niños y jóvenes se mantengan estudiando y salgan adelante, y para reabrir el caño Martín Peña, que hoy día está completamente tapado al punto que se puede cruzar a pie.
“Hoy, es mandatorio, tanto para la sociedad como para las personas que están en el estuario (de la bahía de San Juan) limpiar ese caño. Ese caño nos va a traer tantas y tan hermosas historias”, sostiene Chago, con un aire de nostalgia y haciendo notar que con el paso del tiempo “tenemos amigos nuevos, porque eso está lleno de caimanes. Pero podemos cohabitar”.
Su historia y muchas otras están recogidas en “Voces Estuarinas”, gracias al trabajo de “personas expertas en el campo de la historia oral”, según explicaron Brenda Torres Barreto, directora ejecutiva del Programa del Estuario de la Bahía de San Juan, y el doctor Javier E. Laureano, historiador y pasado director del Estuario por 11 años.
La recopilación de historias, segunda de una serie de tres, es parte los esfuerzos que por década lleva el Programa del Estuario para “darle continuidad a un plan de restauración que trascienda administraciones políticas estatales y municipales” con el ciudadano como “nuestro actor principal en este proceso de restauración”, y trabajando “con una base científica bien sólida, todo fundamentado en la situación ecológica del área metropolitana”.
El programa, explicó Torres, trabaja una zona de “97 millas cuadradas en el área metropolitana, con la colaboración de ocho municipios, San Juan, Bayamón, Toa Baja, Guaynabo, Trujillo Alto, Cataño, Carolina y Loíza”, con la meta de “traer, reconstruir y restaurar la calidad de las aguas de la región metropolitana”.
“El estuario es un ecosistema único, donde el agua dulce de los ríos entra en contacto con el agua salada del mar. Es un área de transición, que provee un amortiguamiento entre la región costera y la tierra sólida. Tiene unas cualidades que no se encuentran ni en el área costera ni en la tierra, pero que apoyan las cualidades que sí ofrecen los ecosistemas de las costas, que son unos servicios muy importantes dentro de la crisis climática que estamos viviendo ahora, en donde tenemos la función del mangle, las yerbas marinas y los corales trabajando en sinergía para proveer un área segura y próspera para los residentes que vivimos aquí”, explicó Torres.
Sin embargo, para que ese “servicio ecosistémico” continúe ocurriendo, “hay que trabajar tierra adentro, no solo restaurando ecosistemas y reforestando, sino deteniendo la razón por la que se impacta la calidad del agua, que es a través de descargas ilícitas de contaminantes, como son los altos niveles de nitrógeno y nutrientes por descargas sanitarias”.
El Programa del Estuario tiene como uno de proyectos prioritarios el dragado del Caño Martín Peña, porque con eso “restauras el flujo de agua y estarías restaurando un 60% de la calidad de agua”.
“Tenemos la bahía de San Juan conectada a la laguna San José, a través del caño Martín Peña, que está tapado y es como tener la arteria aorta de tu corazón tapada”, explica Laureano. “Tenemos ese caño Martín Peña que se supone que conecte la bahía de San Juan con la laguna San José Los Corozos, cuando uno va por el puente Teodoro Moscoso que lo cruza, ese maravilloso cuerpo de agua que casi nadie ve si no cruza el Teodoro Moscoso, es parte de la zona de mezcla. Por ahí está la quebrada Juan Méndez, que pasa cerca del Mall of San Juan, sigue el canal Suárez, tenemos el bosque gigante de mangle, el bosque de mangle más importante de Puerto Rico con el 33% de los mangles de toda la Isla en esta cuenca estuarina, y llega hasta Loíza. Desde el área de Bayamón, Cataño, San Juan, hasta Loíza, todo está incluido en esta cuenca hidrográfica”.
Recordó que “tenemos muchas comunidades como la Ciénaga Las Cucharillas en Cataño; tenemos Capetillo, tenemos Alto del Cabro frente a la laguna del Condado, Piñones forma parte de la cuenca. Todas estas son comunidades que viven y se han desarrollado en esta cuenca hidrográfica que es bien importante para mantener el ecosistema saludable”.
“Uno de los retos del estuario es que muchos desarrollos urbanos se han hecho un poco a espaldas de los cuerpos de agua. No los vemos. A veces están canalizados, están entubados, hay ríos y quebradas, sobre todo quebradas más pequeñas, que puede ser que estén entubadas debajo de la tierra y no se ven”, comentó Laureano, haciendo notar que, por ejemplo, hay personas que desconocen que Río Piedras debe su nombre al río que le atraviesa.
“La riqueza de este proyecto tiene que ver mucho con recuperar esa memoria de todas estas comunidades que tienen conocimiento de cómo era antes la cuenca del estuario y cómo ellos se relacionaban con estos cuerpos de agua y entraban en contacto directo con ellos. El caño Martín Peña era bien ancho y el agua fluía. Tenemos memoria de las personas que se bañaban ahí, pescaban ahí, hacían su vida en el área del laguna San José y el caño”, afirmó Laureano. “Cuenca arriba, tenemos comunidades que también han llevado estas memorias de cómo era la vida antes de que ocurriera este desfase, este divorcio entre la vida de nosotros cotidiana y los cuerpos de agua que nos rodean”.
“Este proyecto realmente es un ejemplo de muchos otros proyectos que el Programa del Estuario lleva a cabo para poder anclar el trabajo y poder hacerlo sostenible. Si nosotros conocemos el pasado, la historia, podremos reconstruir de una manera informada el futuro. Tenemos que conocer lo bueno y lo malo para poder decir cuál es nuestra visión para el futuro”, agregó Torres.
El libro documenta además la organización comunitaria de base, en Piñones, en el área del caño Martín Peña, en la quebrada Chiclana en Caimito, cuya comunidad fue a las cortes y libró una batalla contra una urbanización de lujo que bloqueó el cuerpo de agua. También recoge relatos de quienes vivieron procesos de expropiación y desplazamiento, como ocurrió con la comunidad Tokío en Hato Rey.
“Estas son comunidades inteligentes, organizadas, muchas personas bien elocuentes, con una visión clara de lo que ellos quieren para su comunidad, y que no están esperando que se rescaten estas comunidades, no están esperando pasivamente en sus casas que le llegue una solución de la nada. Ellos se organizan, porque saben que sus comunidades están localizadas en unas áreas claves del área metropolitana con un gran valor de todas estas tierras, y ellos quieren defender su permanencia en estas áreas, defender sus casas, su historia. Son personas que han vivido aquí por 60, 70, 100 años, generación tras generación”, insistió Laureano.
El Programa del Estuario está recogiendo más relatos similares, con información actualizada, en un podcast bajo el mismo nombre de Voces del Estuario, que se puede conseguir a través de estuario.org.
“Voces Estuarinas” es un libro gratuito, que se puede descargar en formato PDF en la página estuario.org y Spotify bajo Programa del Estuario, y fue posible gracias a la cooperación de la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, Fundación Titín, AmeriCorps Vista que propició la contratación de las historiadoras Laura Horta y Raiza Báez, y la Agencia de Protección Ambiental (EPA, en inglés).
Margarita Benítez, directora ejecutiva de la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, celebró la publicación de “Voces Estuarinas”, y la catalogó de “excelente ejemplo del valor del pensamiento interdisciplinario, en el que una organización de carácter científico ambiental se vale de una metodología de las humanidades para dar contexto y nuevo sentido a su trabajo en las comunidades a las que sirve”.
“Los relatos que hoy se comparten en el libro hablan de las transformaciones de la ciudad a lo largo de más de un siglo; de la historia de sus recursos naturales y del impacto ambiental sufrido por estos; de sus varias generaciones de pobladores; de memorias de lucha, pero también del goce del disfrute colectivo de sus espacios”, agregó Benítez. “Será de utilidad para todo el que quiera conocer mejor nuestra ciudad; pensar políticas públicas; entender el impacto del daño ambiental en las vidas de las personas; al igual que para uso educativo e investigación futura”.