Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 12 años.
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No hay evento deportivo que no me llene la casa de invitados, y la pelea de Orlando “El Fenómeno” Cruz el pasado fin de semana no fue la excepción. Los suegros subieron de Patillas, algunas parejas de amigos, uno que otro vecino y dos cola’os que, como siempre, ¡fueron los más que gozaron!
Desde temprano me propuse preparar una ternera que pusiera a todo el mundo a chuparse los dedos. Heredé la receta de papi, pero admito que ni comprando los productos en el mismo sitio me queda igual. Trato, sin embargo, de acercarme y a veces pienso que lo logro.
No fue el caso el pasado sábado, todo lo contrario. Cometí el error de cambiar de ruta saliéndome de la “carretera vieja” para coger por el expreso. Sustituí la olla tizná’ por una moderna que prometía el milagro de cocción perfecta. Semanas antes había sido seducida por la manguera que se enrolla sola. No sé cuánto me durará, pero de que funciona, funciona.
Con la olla mágica la experiencia fue diferente. Desde que entré con ella por la puerta de mi casa, comencé a recibir malos augurios. “No es la flecha, es el indio”, tiraba la puya mi esposo, quien también atacó desde el saque a la manguera “milagrosa”.
El mercadeo brutal que acompaña las nuevas creaciones nos hace chocar de frente con todo tipo de artefactos que prometen simplificarnos la vida. Pastillas asombrosas para rebajar, pantalones “levantanalgas”, sostenes “aumentacopa”... para cada problema una solución. Todos ayudan de una u otra forma, pero no sustituyen lo esencial. No hay pastilla “cortagrasa” que pueda con Guavate. Si te jartas y no te ejercitas las pastillas no funcionarán, las nalgas seguirán mirando para abajo y la gravedad vencerá al sostén.
A pesar de la modernidad, la vida sigue respondiendo a las mismas reglas y principios. Hay que esforzarse para lograr resultados. Los atajos casi nunca conducen al éxito.
Pasaban los minutos y el guiso no calentaba. Meneaba y meneaba buscando una reacción de la nueva olla, pero nada, como si con ella no fuera.
Resultó inevitable regresar a donde siempre debí quedarme, la olla vieja. Traté de hacerlo sin que David se diera cuenta, pero fallé en el intento. “El vago trabaja doble”, le escuché decir a lo lejos y entre risas, contagiándome con la misma.
¡Qué remedio! A comenzar de nuevo y esta vez con la olla y receta original por la ruta larga, como el viejo me recomendó. Nada sustituye el consejo sabio de quienes más han vivido.
Así las cosas, aunque la ternera sufrió una caída en el primer round, supo recuperarse para ganar por decisión unánime en las tarjetas de todos los jueces, quienes a pesar de vacilar toda la pelea con la olla mágica, se dieron un banquete... y pidieron para llevar.
Buen provecho.