Hartos de la falta de agua en sectores de la montaña
En lugares como el barrio Jájome Bajo, en Cayey, y el barrio Fránquez, en Morovis, la gente tiene que hacer malabares a diario para lidiar con este problema.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 2 años.
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Cayey-Morovis. Como ha sido habitual por los pasados meses y años, con mayor o menor frecuencia, doña Margarita Díaz Rodríguez se levantó rogando porque saliera agua por el grifo de su fregadero, solo para encontrarse que apenas se asomaban las últimas gotitas de lo que quedaba en el fondo de su pequeña cisterna, y que no eran suficientes ni para fregar un plato.
Llevaba 18 días seguidos sin servicio de agua.
Y como ocurre a diario en el acostumbrado calvario de los vecinos del barrio Jájome Bajo, de Cayey, doña Margarita recurrió al agua que almacena en decenas de botellas, galones, bidones y cualquier otro recipiente que pueda guardar líquido. Los contenedores ocupan los rincones y espacio disponible en su modestísima y frágil casa de madera y zinc, todavía en reconstrucción luego que el huracán María la arrancara por completo y dejara dispersas sus paredes, puertas, ventanas y todo lo que había en su interior.
La molestia por la falta de servicio de agua se deja sentir en la voz de doña Margarita cuando comienza hablar sobre esta odisea, mientras sube la empinada cuesta hacia su casa, con evidente dificultad, cojeando de una pierna, agarrándose de las plantas que bordean la calle en busca de apoyo e impulso.
Al llegar a una pequeña cisterna junto a su casa, más arriba en la colina, toma aire y narra las peripecias que tienen que hacer a diario, si es que ese día llega el camión cisterna a esa parte de la comunidad de más de 300 familias.
“Yo lo que tengo es ese tanque, yo no tengo cubos. Mire la cuesta. Si lleno un cubo allá abajo, porque el ‘truck’ no sube acá, o algún galoncito, tengo que buscar quien me lo suba, porque yo no puedo. Yo me sostengo con eso nada más, porque yo no tengo más nada”, lamenta doña Margarita.
“Comprar agua, tampoco... ahora mismo yo vivo sola, yo no tengo carro, no guío, no tengo quien me ayude, yo no puedo buscar agua pa’ tomar. Si no me traen, no hay agua”, comenta, agregando que, “si alguien me quiere dar la mano” y hacerle un favor, “lo hace, pero no es obliga’o”.
Antes de esta racha de 18 días a secas, explica, había problemas, pero al menos una o dos veces a la semana llegaba agua por algunas horas y permitía hacer algunas cosas y llenar la cisterna y la mayor cantidad de recipientes posible.
“Esto es un problema demasiado grande. Esto es meses y años, todo el año lo mismo, lo mismo. Aquí al barrio de Jájome le dicen ‘el barrio de los olvidados’, porque aquí no viene nadie. Esto hace tiempo que estamos así. Todavía está todo esto como si fuera María. Aquí no hay nada”, insiste con evidente frustración.
Sus palabras recuerdan la maltrecha casa más abajo, todavía con un toldo azul, ya desbaratado, sobre un techo que no se puede llamar techo; o el centro comunal igualmente destruido y sin reparar; o la escuela de la comunidad, en desuso, saqueada y ocupada por caballos, mientras los niños del barrio tienen que viajar hasta Salinas, y a la que no se puede recurrir ni para usar como refugio en caso de otro desastre natural que, con una enorme probabilidad, arrasaría una vez más con muchas de las casas de esta comunidad.
“Si seguimos así, vamos a tener que dejar el barrio e irnos. Pero no puedo seguir. Mire, ahora mismo tengo las manos enfermas, porque no puedo hacer fuerza con nada, porque tengo artritis. Entonces algún galón que coja... mira, ahora mismo tengo mis manos hinchadas... el dolor de las muñecas”, explica, mostrando sus manos, que, además de la hinchazón a la que hace referencia, también dejan ver el paso de los años.
Doña Margarita continúa narrando que, cuando consigue algo de agua, se tiene que limitar a usarla “para el baño y para fregar”, y ocasionalmente para su perrita, que es su compañía en la casa.
“No se puede lavar, ni se puede limpiar casa, no se puede hacer na’. Entonces, el COVID está haciendo acecho. ¿Dónde está la higiene que necesitamos? Hay ropa sucia, las casas están sucias, no se pueden ver. ¿Cómo quieren que nosotros vivamos de esa manera? ¿Cómo quieren que vivamos, si no hay higiene? Ahora mimo, tengo mis dos nietos que quieren venir. No pueden venir, porque ellos son pequeños y no los puedo tener en una casa sucia. Las casas tienen polvo, las casas están sucias. Y la ropa llegando al techo”, añade.
El día antes de la entrevista con Primera Hora, llegó el camión cisterna a la comunidad y pudo coger, “un cubito y tres galoncitos”, con la ayuda de un hermano, “poquito a poco, arrastra’o, porque está enfermo, lo trajo y me lo deja en el batey, entonces hay que cogerlo al hombro, con cuidado, y subirlo a mi casa”.
Odisea comunitaria
A poca distancia, en otra modesta casa de madera, Vilmary Díaz Díaz y su madre, María E. Díaz Ocasio, también intentan ingeniárselas para sobrevivir otro día sin servicio de agua, entre botellones, galones y drones que se esparcen por toda la estructura, detrás de las flores en la entrada, entre las habitaciones, en la terraza junto a donde duermen las perritas.
“Nosotros siempre estamos sin agua. El agua va y viene. Pero este problema ahora es más serio porque llevamos casi como pa’ 20 días sin agua. Entonces cada vez que llamo a Caguas, a la oficina del agua, dan versiones diferentes. Y cuando llamo al alcalde para contarle la situación del agua, siempre me dice me tienes que dar el número de querella para poder ayudarte. Me dice, estamos haciendo todo lo posible para ayudarlos. Pero el problema también es que aquí viene un solo camión cisterna, y no da abasto para toda la comunidad, porque la mitad de la comunidad se queda sin agua. Y el camión a veces no regresa y tenemos que esperar hasta el otro día que vuelva a venir el camión”, sostuvo Vilmary.
Y en su caso, que trabaja, “se me hace difícil llenar los envases míos, porque en la casa no hay nadie, los nenes están en la escuela”. Y en casa de su mamá, es lo mismo. Su padre trabaja, y si no está en casa, es muy difícil para su mamá poder llenar suficientes envases de agua.
El agua que llega en los camiones, además, no es potable. Así que, “no tenemos suficiente agua para cocinar, para beber. Los pocos cupones que cogemos los tenemos que estar comprando en agua pa’ cocinar y pa’ beber”.
Por si fuera poco, para comprar esa agua para beber y cocinar, tienen que viajar a negocios fuera de la comunidad. Lo más cerca, en Salinas, está a media hora de viaje de ida, y otra media hora de vuelta, sin hablar del consumo de gasolina que, a los precios de estos días, supone todavía más dificultades para las personas de pocos recursos, como es el caso de muchas familias de Jájome Bajo.
“Hay personas en cama. Tengo una familia mía que ella es ciega, que mi primo la cuida, que vive en la loma alta arriba, que allí es donde más problemas tienen, porque es donde más se tarda el agua en subir. Mis abuelos son personas mayores, ellos no pueden buscar agua. El señor que yo cuido es encamado, él no tiene ninguna manera de buscar agua si no le digo al del ‘truck’ o yo le llevo. Son problemas serios que hay en la comunidad”, insistió Vilmary.
“Esto está demasia’o. Ahora mismo, tenemos que esperar que venga el ‘truck’ cisterna de Acueducto, para llenar los envases, que a mí los míos me duran como dos días. Ayer yo pude llenar galones, pero no pude llenar los drones que tengo, y ya casi no me queda agua para dos días. Son mucha gente en la comunidad, el ‘truck’ solo viene una vez. Y si el ‘truck’ sube a la loma alta, cuando él baja ya no tiene agua pa’ repartir pa’l barrio. So, él se va y él no regresa. Entonces hay que esperar hasta el otro día”, denunció.
Entretanto, resuelven como sea. Parte de la ropa de su casa, la llevaron a casa de una amiguita de su nena donde la pudieron lavar. En casa de su mamá, ella está lavando a mano, como mejor pueda. En cuanto a la limpieza de la casa, “pues uno no puede estar haciendo aseo tanto, porque uno no puede gastar el agua, tan poca que uno tiene, pa’ limpiar la casa”.
Agregó que, en estos momentos, ni siquiera pueden recurrir al río cercano que han usado en ocasiones anteriores para lavar ropa y hasta para bañarse, como en los largos meses sin servicio de agua luego de María, porque no ha llovido lo suficiente en la zona, y “está seco, no sirve. Fuimos a chequear, y lo que sale es fango”.
Irónicamente, a pesar de que no reciben servicio de agua, sí reciben puntualmente las facturas de la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados (AAA), “y siempre nos cobran lo mismo, aunque no tengamos agua”.
Para añadir sal a la herida, en el caso de los vecinos de Jájome Bajo viven, literalmente, a la sombra de la casa de campo del gobernador, que incluso es visible a la distancia, colina arriba, y donde, con toda probabilidad, no falta el agua, esté ocupada o no.
De hecho, cada vez que el primer mandatario de turno, o sus invitados, van a descansar o pasar unos días allí, transitan de largo por una carretera cercana, “pero pa’ acá ni miran, aquí no se asoma nadie”.
“Yo quiero que resuelvan eso ya, porque ya estamos cansados. Ya estoy cansada ya de esto. Esto llora ante los ojos de Dios, porque esto no es fácil. Somos muchas familias, hay encamados, hay ancianitos. Esto aquí no sirve. Vivir así no se puede. Y eso es todo el año, todos los meses”, insiste doña Margarita, quien, hasta ese momento, se había mantenido firme, pero en ese punto de la entrevista se quebró su voz y comenzó a sollozar, repitiendo que “yo así no puedo seguir, estoy muy cansada, estoy muy cansada”.
La aspiración de los vecinos del “barrio de los olvidados” es que la próxima vez que los huéspedes de la mansión colina arriba se asomen a disfrutar de la hermosa vista, cuando vean el valle bajo su balcón, se acuerden que esa comunidad no tiene servicio de agua y tomen acción para resolver ese problema.
Pero las tribulaciones por falta de agua no se limitan a Jájome Bajo, también las padecen otras comunidades en Cayey y en otros pueblos de la montaña.
Desesperante situación
Más al oeste, en Morovis, en muchos de sus barrios se vive la misma pesadilla. En esta parte de la Isla, en contraste, ha estado lloviendo con frecuencia. De hecho, el día de nuestra visita, cayó un aguacero torrencial.
“Aquí escasea el agua. Cada dos o tres semanas se interrumpe el agua y tenemos que buscar cómo resolver. Se interrumpe por algunos días, semanas a veces”, comentó José Rodríguez Rodríguez, en el balcón de su vivienda, en el barrio Fránquez, un área bastante cerca del pueblo de Morovis.
Don José reconoce que él tiene la fortuna de contar con una cisterna, que le permite manejar un poco mejor la falta de agua, “y si viene por ahí la alcaldesa, siempre manda una cisterna para resolver”.
“Pero esto es algo que nos afecta. Yo tengo la esposa mía aquí que tiene sus condiciones, y para el lavado de ropa, para el aseo, para cocinar y todas esas cosas, siempre uno tiene que estar... entonces voy al supermercado a comprar agua, para suplir las necesidades y esas situaciones. Entonces, pues encima de eso, pues, los trajines de uno, ya uno mayor pa’ estar moviéndose, buscando por ahí dónde conseguir agua y qué se yo qué, pues se afecta uno bastante. Y claro el gasto, gasolina, porque hay que moverse a buscar por ahí”, lamenta don José, con evidente molestia. “Son situaciones incómodas, que no debieran estar pasando”.
En el pasado, le han dado explicaciones, de que fallaban unas bombas, que se quemaban, que se dañaban, que tenían que buscar las piezas afuera. “Y nosotros a soportar. Porque este país es así. Hay esa dejadez en los gobiernos. Aquí todo funciona malísimo”.
No lejos, bordeando una curva flanqueada por frondosos árboles de papaya, guanábana y guayaba abarrotados de frutos y flores, que ponen de manifiesto que, en esa zona, “hay agua por todos lados, menos en las tuberías”, en casa de Radamés Marrero Camacho, una vez más, se reiteran las denuncias, con el mismo tono de cansancio y frustración.
En la marquesina, detrás de flores y orquídeas, se puede ver la hilera de botellas y galones que indica que allí constantemente se pierde el servicio de agua.
“Se supone que nosotros recibamos agua del supertubo. Pero lo que tienen es un relajo. Para mí que es que se la llevan para otro lado, o algo están haciendo, que tú sales de aquí, vas allá arriba, y de momento, no hay agua. Dejaste la lavadora puesta, cuando regresas, ‘ah Dios qué pasó’, no hay agua. Y eso es a cada rato, a cada rato, a cada rato. Y el tiempo que llevamos así que no han resuelto”, afirmó don Radamés, quien además aprovechó para denunciar la chapucería de pavimentación que hicieron recientemente en carreteras estatales de la zona.
Para esta familia, la situación de falta de agua, supone un gran estrés, porque don Radamés tiene que ocuparse de un hermano que tiene problemas de salud mental, y otro que quedó incapacitado tras un accidente. En cada caso, tienen que ir a sus respectivas casas a atenderlos.
“No los puedo tener aquí. Tenemos que subir los siete días a bañarlo y hacerle todo, porque él ni habla”, dijo don Radamés sobre uno de los hermanos. “Tengo otro hermano que tuvo un accidente. Y hay que atenderlo también. Quedó de las partes físicas que no puede moverse. Y cuando vamos mi esposa y yo a hacerle la comida, no hay agua. Cuando vamos a bañarlo, tampoco hay agua. Eso es una odisea. Si usted llega a ver, nosotros tenemos que estar cogiendo, a galoncitos... creo que tengo guardado como 40 galoncitos, para poder hacer ahí, como uno pueda bañarlos. Y eso es a menudo, eso es a menudo”.
Para cocinar, “tengo que estar comprando los pipones de agua. Ahí tengo los potes, los grandes esos. Cuatro o cinco, a cada rato, a cada rato, que tengo que estar comprándolos, porque no tengo otra alternativa”.
“Esto causa un estrés. Sicológica y emocionalmente, aunque tú no quieras, tú te enfermas. Porque en el caso mío, no puedo estar tranquilo, porque tengo que ir a bañar y bregar con mis hermanos. Y son los siete días de la semana. Te digo que a veces ni duermo, pensando que tengo que ir a bregar, hasta con pañitos o algo, buscar galoncitos de agua... Para mí ya es un abuso, que ya no lo aguantamos. Un abuso que ya no se aguanta”, insistió.
Don Radamés comentó que “aquí no llega nadie” para resolver la situación. Acotó que la alcaldesa ha sido constante en las denuncias, “pero, ¿qué caso le hacen? Oigo las noticias, estoy pendiente. Ah, que esto, que lo otro, que vamos a hacer aquello, que vamos a hacer esto. Oye, tan grande es el protocolo que creo que llega a Estados Unidos, y tardan un año en resolver”.
“Esta casa, llevo aquí 50 años. Y desde que estoy aquí ha habido problemas de agua. Ya debía haberse resuelto. Y estoy consciente de que hay dinero en Puerto Rico para arreglar el agua, para arreglar las carreteras, para arreglar la luz y todo”, insistió.
Al igual que con los vecinos de Jájome Bajo, y de otros pueblos y comunidades con servicio de agua deficiente, o ausente, lo que no falla es la factura.
“La factura de agua viene y nunca varía la mensualidad. Siempre traen el mismo gasto. Y todos los meses la misma cantidad de dinero, como si hubieran dado el servicio. Y yo no sé, porque, si es la misma cantidad, algún traqueteo hay, porque si no cuenta el contador, debe de estar pagando uno menos. Y no hay manera de uno denunciar esto, de que investiguen bien cuál es el manejo que tienen en la factura. Porque la mayoría de la gente tienen ese mismo problema”, denunció don José.
“No, y los aumentos del agua. Ahora supuestamente viene un aumento del agua. Entonces, te siguen cobrando más y más y más. ¿Y el servicio, dónde está?”, reclamó don Radamés.
AAA promete solución cercana
En tanto, la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados respondió a las quejas de estos ciudadanos asegurando que actualmente trabaja en varios proyectos que deben poner fin a esos problemas en las próximas semanas o meses, según cada caso.
La presidenta ejecutiva de la AAA, ingeniera Doriel Pagán Crespo, indicó que en hay varios sectores de Cayey (Jájome Alto, Jájome Bajo, Culebra Alta, Culebra Baja, El Alemán y Quebrada Arriba) que están bajo un plan de interrupciones de servicio “programado y coordinado con el alcalde”, mientras se llevan a cabo un plan mejoras a la planta de Culebra, “con una inversión de más de medio millón de dólares”.
Especificó que “estamos instalando un módulo de filtración nuevo”, que se suma a otro que ya se instaló, y agregó que “se compraron los generadores para las tres etapas”. Sostuvo que esos trabajos deben terminar en las próximas dos a tres semanas.
“Estos trabajos deben concluir durante este mes de junio. Y luego de esto el sistema y el servicio para estos clientes debe mejorar dramáticamente”, afirmó, acotando que, para hacer esos trabajos tienen que interrumpir el servicio. “Lo bueno es que luego que concluya el mes de junio, vamos a contar con una planta completamente rehabilitada y lista para poder proveer mejor servicio a los clientes que se sirven de ella”.
En cuanto a Morovis, la ingeniera explicó que “tenemos varios proyectos ahora mismo en construcción también, que se le ha estado informando a la alcaldesa”. Mencionó un proyecto de rehabilitación en la represa de la planta de filtros Morovis Sur, “con una inversión aproximada de $1 millón, que debe culminar antes de que este año finalice”, un proyecto de rehabilitación de los ochos filtros de la planta de filtros Morovis Sur, “con una inversión de $500,000, que ya van por el 50% en esos trabajos”, así como otro proyecto de renovación de tuberías en una urbanización con una inversión de $700,000.
Explicó que, precisamente como parte de esos trabajos, “hay ciertos días que tenemos que detener la operación de la planta”, pero aseguró que son “trabajos programados” y esas interrupciones de servicio “se anuncian con tiempo”.
“Hay varios proyectos a la misma vez. Son importantes para poder estabilizar y mejorar el servicio”, insistió la ingeniera”, afirmó Pagán, agregando que los tres proyectos “deben culminar antes de que este año finalice”. Sin embargo, acotó, “gracias a las mejoras que ya se han estado realizando”, el personal que registra las presiones en diferentes puntos, que se toman “mínimo tres veces por semana”, ha “podido confirmar que, a menos que la planta no esté fuera por un evento de energía eléctrica o por un evento de lluvias fuertes, el municipio tiene agua por completo”.
En cuanto a la queja porque se siga cobrando la factura, a pesar que no reciban servicio de agua, Pagán indicó que “se puede verificar el historial del cliente en particular. Hay que verlo caso a caso. Si corresponde, se procede a hacer el ajuste”.
Explicó que, para esos fines, se pueden comunicar con al teléfono 787-620-2284 y solicitar una investigación a su factura.
Por último, Pagán explicó que “ahora mismo tenemos más de 200 proyectos activos de rehabilitación, construcción, tanto de plantas de filtros como plantas de alcantarillados, troncales sanitarias, renovaciones de tuberías, a lo largo de todo Puerto Rico, en Aguadilla, Mayagüez, Ponce, Humacao, Caguas, Morovis, Cayey”, entre otros, en diferentes fases del proceso de construcción (diseño, subasta, construcción), con una inversión de más de $2,000 millones, con una combinación de fondos federales, de FEMA (Agencia Federal de Manejo de Emergencia) y de la AAA.
Agregó que, mientras se hacen esos proyectos, se coordina con alcaldías y oficinas locales de Manejo de Emergencias, para que se envíen camiones cisternas a las áreas afectadas.
Las expresiones de la funcionaria se dieron antes que se hiciera pública una demanda que radicó el Municipio de Morovis en el tribunal federal contra la AAA, por la falta de servicio de agua.