Germina en el corazón de Stephanie el amor por la tierra
La joven agricultora, agrónoma y maestra agrícola no se detiene ante el deseo de educar sobre la siembra.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 6 meses.
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Creció entre plátanos, guineos y árboles de café sin entender que los recuerdos de aquella infancia en un hogar humilde del barrio Pozas, en Ciales, marcarían su destino como agricultora puertorriqueña.
Su nombre es Stephanie Rodríguez Ocasio y pasó su niñez viendo diariamente a su papá, Gerardo Rodríguez, doblando el lomo en la finca para buscarse el pesito con el que mantendría a su familia, a la que se unen su mamá, Cecilia Ocasio y sus dos hermanas, Yesenia y María. En su casa nunca hubo lujos. De hecho, en ocasiones el dinero no alcanzaba para comprarles bultos escolares o zapatos último modelo a las niñas, pero los alimentos -esos que llegan a la mesa directo de la tierra- nunca faltaron.
El amor y los valores también estuvieron siempre presentes.
“Recuerdo a mi papá y a mi abuelo (Toño Rodríguez) cargando en sus espaldas los racimos de plátano o guineo... los vendían, junto al recao, en el mismo barrio y en los supermercados. Pero era bien difícil, porque no le pagaban rápido. Le dejaban los tickets amontonaos a mi papá y recuerdo que, aun cuando pasaba tiempo sin cobrar, en mi casa los alimentos nunca faltaron. A lo mejor no teníamos zapatos o bultos nuevos... pero siempre había aunque fuera guineos hervidos y otras cositas de la finca para comer. Y ahí empecé a comprender la dura realidad que viven los agricultores y por eso siempre los defenderé”, narra a Primera Hora Stephanie, conocida “influencer” de temas de agricultura en redes sociales, como Instagram y Facebook, donde tiene casi 150,000 seguidores.
Sin embargo, la idea de dedicarse al sector agrícola estaba lejos de su mente.
“Recuerdo que cuando era niña pasaba mucho con mis padres frente a la Universidad de Puerto Rico, recinto de Mayagüez (RUM), y pensaba: ‘ojalá algún día pueda estudiar ahí’. Pero, las probabilidades eran bien bajas, era inimaginable para ese entonces. Mi papá, aunque siempre fue bien trabajador, lo que tiene es un sexto grado y nosotros somos gente humilde, así que lo veía lejos. Me sentía insuficiente para llegar allí. Pero a medida que fui creciendo, mi padrino, el agrónomo Carlos Justiniano, me fue motivando a entrar a Mayagüez. Me ayudó a romper esos pensamientos limitantes”, destaca.
Fue entonces que le dio la oportunidad a aquella niña soñadora y en 2008 recibió la grata noticia de que había sido seleccionada a estudiar en el RUM. “Todavía hoy guardo la carta de admisión”, relata.
Inicialmente, Stephanie entró por el programa de agronomía, pero con el interés de cambiarse eventualmente a ingeniería.
“Empecé a estudiar y dije: ‘subo promedio y me cambio’. Pero, muchacha, recuerdo que en la clase de botánica vi en el microscopio un cloroplasto y allí mismo se me bajó una lágrima y dije: ‘Dios mío, este es mi destino’. Comprendí en ese momento el amor que tengo por las plantas y que, sin darme cuenta, estaba enamorada de la agricultura. Estaba huyendo a esa realidad, pero estaba ahí y lo descubrí en ese instante cuando miré por aquel microscopio el cloroplasto y vi también mis raíces. Entonces, asumí quien soy y seguí en el programa de agronomía”, narra con una emoción contagiosa quien completó sendos certificados como agrónoma y maestra agrícola.
Tras graduarse, la joven empezó a trabajar proyectos de siembra libre de residuos químicos, pues su norte ha sido concienciar sobre los efectos adversos de los fertilizantes en la agricultura. Su visión es aportar a la reducción de gases efecto invernadero que, a su vez, crean el calentamiento global. Cabe señalar que se ha comprobado que con el uso excesivo de fertilizantes se propicia la pérdida de nutrientes en alimentos y contaminación de agua potable y la eutrofización en los sistemas de agua dulce y las zonas costeras, según ha expuesto la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Esa gestión, que es parte de su misión como agricultora, llamó la atención de múltiples sectores.
“Ahí empiezan a hacerme entrevistas y en uno de esos videos, en particular el que me hicieron Juanma Pagán y Mariolga Reyes, que son los productores del documental ‘Serán las dueñas de la tierra’, yo aparezco haciendo una talita y estoy cargando un racimo de guineos... el asunto es que alguien hizo un ‘screenshot’ de esa imagen y lo puso en redes. Esa foto tuvo muchas reacciones y hasta cierto punto hubo incredulidad en algunas personas de ver a una mujer agricultura. Eso me llamó la atención y dije: ‘voy a empezar a tirarme fotos en la tala y a subirlas para ver cómo la gente reacciona’. Y así empezó todo”, sostiene Stephanie, quien es una de las protagonistas del documental que se ha presentado en varios espacios internacionales y que recibió un premio en el Chicago Latino Film Festival.
Aquella imagen de una mujer trabajando en la tierra, todavía hoy -más de cinco años de la captura en pantalla que se hizo viral- causa emociones en las personas que navegan las redes sociales de Stephanie, quien fue ampliando el contenido en las plataformas con videos en los que educa sobre diversos temas agrícolas.
En cambio, no todo ha sido miel sobre hojuelas para la agricultora. Un gran desafío en su vida llegó en 2017 tras el azote del huracán María, periodo en el que vivía en lo que llama una “caja de agua” o bunker que, a pesar de tener servicio de agua carecía de energía eléctrica.
“Me había ido a vivir para Orocovis y allí estuve dos años sin luz. Mi afán era hacer agricultura y hacía talitas de guineo. Todo esto lo hacía después de cumplir con mis funciones como maestra en una escuela agrícola... pero me fue mal, muy mal. No tenía dinero, solo para pagar mi carro. Estaba empezando y fue un gran reto. Por eso defiendo tanto a los agricultores, especialmente, los que empiezan desde abajo como lo hizo mi papá o como lo hice yo. Y para colmo, llega el huracán María y me sacó definitivamente de allí”, relató.
Stephanie se sintió frustrada. Por un momento dudó en que su sueño de emprender en la agricultura pudiera llevarse a cabo. Pero otro mentor llegó a su vida. Su nombre es Rafael Figueroa, quien le abrió las puertas de su finca, en Ciales, para que retomara la siembra.
La agricultora aceptó la oportunidad y es desde allí, ese pedazo de tierra de cinco cuerdas de terreno, que cosecha desde el 2018 alimentos como lechuga, cilantrillo y otros frutos menores.
“Todo esto lo hago después de salir de la escuela porque, actualmente, ofrezco clases agrícolas en el plantel Jaime Coira, en Ciales, a estudiantes de cuarto a octavo grado. Y es que esa es mi otra pasión, la educación. Allí les enseño a los nenes sobre la siembra de cilantrillo, lechuga y también tenemos un mariposario de monarcas”, destaca la educadora.
Actualmente, hay en Puerto Rico 120 escuelas adscritas al programa de agricultura. Esto es apenas un 10% de todos los planteles que hay en el sistema público de enseñanza de la isla.
“Así que luego que salgo de la escuela, me voy para la finca. Me tomo un cafecito y arranco para la tala. También voy en los días libres, siempre y cuando no esté lloviendo”, agregó.
Los alimentos que produce en la finca son para el consumo local mediante la venta de cajitas en las que, además de los frutos que cosecha, se le añaden el de otros agricultores de la zona.
“Estos productos son 100% local con agricultores locales y las llevamos mensualmente a puntos de encuentro en Caguas, San Juan, Manatí y Bayamón. Y con esto también lo que buscamos es llevar el mensaje de seguridad alimentaria. Mi interés es que se reduzca la cantidad de productos importados (actualmente de un 85%) y que aumenten los alimentos cosechados en la isla”, subrayó.
¿Qué le pudieras decir a aquella niña que veía distante estudiar en el RUM o a la joven que se frustró cuando vio desvanecer sus sueños luego del huracán María?, le preguntamos.
“Le diría que cuando en tu corazón hay un anhelo o sueño, hay que seguirlo. La única persona que tiene que confiar en ti, eres tú misma”, respondió quien tiene como plan futuro adquirir su propia finca y convertirla en un espacio de producción masiva de frutos locales.
“Ese plan está ahí, sé que Dios también lo tiene... solo estoy esperando que me la presente y yo aceptaré el reto, aceptaré la embrolla y meteré mano”, añadió entusiasmada quien participa de talleres educativos en su finca a través de compañías como Sofrito Tours y que aspira a tener cabañas en su lugar de trabajo, para hospedar a sus empleados.