No son muchos. Se estima que no llegan a la centena de  hermanos y hermanas en Puerto Rico. En el mundo, de hecho, sólo suman alrededor de un millón, según un estudio de la Universidad de  Virginia.

Uno de ellos es el cidreño Amílcar Centeno.

Este joven de  33 años de edad vive íntegramente el rastafarismo que conoció cuando tenía 17. 

Eran los años fronterizos entre las décadas  de los 80 y  los 90   cuando promotores de reggae apostaron al ritmo al traer a la Isla artistas del apenas conocido  género musical de origen jamaiquino, asociado con el rastafarismo.

Con la música llegó el orden de vida rastafari a la Isla.

“La gente empieza a escuchar el mensaje (de las letras del reggae)”, recordó el seguidor del movimiento religioso.

 Luego llegaron fieles de las Antillas Menores a enseñar cómo es  la vida rasta. “Así empezó el movimiento rastafari aquí”, sostuvo el joven, quien estimó en unos 50 el número de seguidores en la Isla.
Amílcar fue uno de esos jóvenes que, atraídos por la música, comenzaron  a indagar sobre las  creencias  del movimiento que “encaminó su vida a otro nivel”.

En  1993 decidió no cortarse el cabello. Ya han pasado 16 años.

Para él, su corona, como llaman a los dreadlocks, significa “el tiempo que he mantenido aquí dentro del sistema, que nosotros llamamos Babilonia, firme y fuerte... Significa que rastafari brilla en mí”.

Cada tres días Amílcar  lava sus dreadlocks, que usualmente están bañados  con aceite de coco o de sábila. Su primer nudo tardó  un año y un mes en salir. “Un rastaman como tal  nunca va a querer cortar sus locks porque, de verdad, eso nos identifica”, destacó el supervisor en un establecimiento.  

Pero ser rastafari es mucho más que dreadlocks, reggae y ganja (marihuana), hierba sagrada que utilizan para “meditación y mantenernos tranquilos”, pese a  que es una droga considerada ilegal.

Durante fechas especiales en la Isla,  la comunidad rasta se reúne en  lugares armoniosos con la naturaleza para celebrar ceremonias religiosas caracterizadas por el cántico de tambores   nyahbinghi, que  van al ritmo de los latidos del corazón, y una fogata central símbolo de la purificación. “A veces estamos horas sin pararlo (el ritmo)”, comentó  Amílcar, nacido y criado en  el catolicismo.

En la ceremonia participan rastafaris puertorriqueños y de las islas de Martinica, Santa Lucía, Santa Cruz y Saint Thomas.

¿Has sido discriminado por tu cabello?
Uf... Un sinnúmero de veces.

Según Amílcar, el rastafarismo es  un orden de vida que busca la interacción con la creación, la armonía y el amor.  Es sobrevivir  en Babilonia: el sistema capitalista, la sociedad de consumo y las formas de vida alienantes de la modernidad.  Es consumir comida orgánica, natural, en vez de  carnes y alimentos  con preservativos y condimentos.

Para ellos, la mujer, a quien llaman “mi reina”,  es considerada madre de la creación y es quien mantiene viva la tradición dentro del hogar.

“En Puerto Rico tenemos una tradición bien viva de lo que es rasta, porque nuestras raíces africanas están vivas y rasta es África”, agregó.