Familia que vive bajo toldo: “Pido a Dios que nos cuide mientras dormimos”
Perdieron su hogar con el terremoto del 7 de enero el año pasado y todavía no han podido dormir en un espacio seguro.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 3 años.
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Yauco. Haydeé Santos González es viuda y no tiene casa, pues la vivienda, en concreto con techo de zinc, que su difunto esposo levantó con muchos sacrificios, está en lista para ser demolida por los daños que sufrió con el terremoto de 6.4, el 7 de enero de 2020.
Al cumplirse un año del fuerte sismo, todavía Haydeé duerme bajo varios toldos en un pequeño solar al cruzar la carretera que discurre frente a la estructura que fue su hogar por casi 40 años, en el sector La Joya, barrio Barinas, en Yauco.
En los toldos, que le donó el Municipio, se refugió con sus pertenencias, varios nietos y otros familiares. Un yerno le puso piso de madera a la estancia a la intemperie, pero cuando llueve fuerte las lonas se mojan y la mujer de 61 años, tiene que rodar las cosas para que no se dañen. Además, con la pandemia la difícil situación se ha complicado para la humilde familia yaucana que en medio de la adversidad lucha para salir adelante.
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Junto a los toldos azules, un grupo de voluntarios construyó dos pequeñas cabañas de madera. En una, duerme uno de sus nietos y en la otra, su nieta Tatiana, con su esposo y el pequeño Jacob, su bisnieto de dos añitos, a quien Haydeé cuida mientras la madre del nene trabaja en un hogar de cuido de ancianos en el pueblo de Yauco. Otra nieta pernoctaba con ella en los toldos, pero logró conseguir una casa reposeída.
Cuando Primera Hora llegó un mediodía al lugar, Haydée lavaba los platos en un improvisado fregadero con una toma de agua a la vera de la carretera.
“A veces miro la casa y la extraño, más por la seguridad de este (Jacob) porque quiere estar metido en la calle y a veces me da miedo que un carro me le vaya a dar un cantazo. Pero por ahora, gracias a Dios tenemos comida y estoy más tranquila”, expresó.
Su vida transcurre bajo las lonas y aunque los temblores no han parado todo este año, se siente más segura. “Estoy tranquila, a veces cuando duermo le pido mucho a Dios a ver si me ayuda a conseguir algo y le pido que nos cuide mientras dormimos”, sostuvo Santos González.
Dentro de una improvisada sala tiene un sofá, un televisor y en una esquina, un pequeño árbol de Navidad da el toque de alegría. “No se puede perder la tradición, aunque sea debajo de un toldo. Es como dicen, para no perder el Christmas Spirit, pero el regalo que más deseo es que esta pandemia se levante ya, porque está muriendo mucha gente en el mundo. Eso da pena y esto (el COVID-19), como que ha separado a las familias”, reprochó.
Haydeé contó que el solar donde ubicaron el campamento familiar le pertenece a “un señor” que no les ha pedido que desocupen el terreno. “Él pasaba y miraba y ayer me dijeron que murió de un ataque el corazón. Ahora están los herederos, veremos a ver lo que hacen”, expresó.
Narró que la ayuda que le dio la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) no es suficiente para que pueda comprar una casa. “Estoy buscando una casa que no sea tan cara porque lo que me dieron no fue mucho y para hacer una casa y pagar a las personas que van a hacer la casa no me da. Me dieron, pero no me da para hacer la casa y para comprar un terreno porque aquí no puedo hacerla”, indicó la humilde yaucana, nacida en Nueva York.
“También he buscado casas para alquilar, pero la renta ha subido mucho”, sostuvo para agregar que la pandemia también ha limitado sus gestiones.
Dijo que espera por unas casas que prometió el alcalde de Yauco, Ángel (Luiggy) Torres Ortiz en una urbanización en el mismo barrio Barinas.
“Estoy esperando por esas casas, pero ahora me están diciendo a mí que hay gente, residentes que se están oponiendo porque dicen que el terreno era para una cancha, para recreo para los niños. También otros dicen que hay parte que es de la iglesia católica”, relató. “El alcalde a veces quiere hacer las cosas, pero ahora tiene que esperar a que el gobierno se vuelva a reunir. Vamos a ver lo que va a pasar”, dijo Santos González.
“Todo esto lo van a demoler”, indicó señalando a su casa y a otras más que fueron construidas en una hondonada. “El día que la casa sea demolida voy a sentir pena, bendito, porque después de tantos años y tanto esfuerzo para que venga una cosa así de la naturaleza”, lamentó.
-¿Cómo ha sido para ustedes sobrellevar los temblores y la pandemia?, preguntamos.
“Los terremotos por un lado y la pandemia por el otro, es como para separar las familias, que no se puedan juntar como antes. Uno tiene que estar aquí encerrado, preso. Es salir a hacer lo que voy a hacer y volver rápido. A mí me gusta salir por ahí a buscar casa, pero tampoco me atrevo porque como dicen que esto (el COVID-19) afecta más a las personas mayores y yo tengo 61 años”, expresó.
Dijo que entra a su casa “con miedo” y que solo llega hasta la cocina, por temor de que uno de los temblores la sorprenda en el interior de debilitada estructura.
La madrugada del terremoto no estaba en la vivienda. Se había quedado con una hermana que vive cerca en el mismo sector y en su casa, dormían su hija, su nieta y el nene. “Cuando empezó el jamaqueón, abrí la puerta y esmandé pa’ fuera”, rememoró la humilde mujer.
“Vine a vivir a Puerto Rico a los 18 años. Vine para acá porque el frío le estaba haciendo daño a mi mamá y aquí conocí a mi esposo. Esta casa era de mi suegra y ella se la regaló a él. Era toda de madera y poco a poco la levantó en concreto. Yo estaba pensando arreglarla cuando empezó el temblequeo. Yo ni pensaba que iba a pasar esto”, sostuvo al recordar que su esposo falleció en 1999.
“Uno no puede llorar, tiene que seguir pa’ lante y pedirle mucho a Dios que nos ayude”, afirmó Haydeé.
Su nieta, Tatiana Pacheco dijo que para la familia ha sido un año bien fuerte, sobre todo, para el pequeño Jacob, “que se asusta al oír los temblores”.
“Lo más que necesitamos es un hogar seguro porque ahora mismo estamos durmiendo a la intemperie y pasan carros que se creen esto aquí es una militar. También (nos afectan), el polvo y el ruido de los trucks”, expresó la joven madre.
El improvisado campamento queda cerca de la entrada de la carretera que conduce al vertedero municipal y por el área pasan con frecuencia camiones y vehículos pesados.