Entregada a la misión de sacar adelante a su hijo con Síndrome de Down
Gracias a la devoción de su madre “Annie”, Luis Francisco ha llegado a ganar medallas para Puerto Rico en Juegos Paralímpicos.
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 1 año.
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Padecer de Síndrome de Down no ha sido obstáculo para que Luis Francisco Rivera Moreno haya podido conseguir una larga lista de conquistas, que a sus 33 años continúa aumentando, y que incluyen, entre otros logros, ser medallista paraolímpico.
Sus hazañas deportivas le han permitido al también modelo y trabajador de ornato poder viajar a otras partes del mundo y tener la satisfacción de poner en alto el nombre de Puerto Rico, cosas que muchas personas, ya fuera por desconocimiento, intolerancia o alguna otra razón, dudaron que pudiese llegar a hacer por la diversidad funcional que supone tener esa condición.
Sin embargo, detrás de esa historia de éxito está el amor incondicional y las incontables horas de sacrificio de una madre que desde que vino Luis Francisco al mundo no ha dejado de luchar para que su único hijo salga adelante y sea lo más autosuficiente posible.
“Esa es mi misión”, afirmó, Ana “Annie” Moreno, una experimentada tecnóloga médica que, a pesar de los incontables retos que representa la crianza y cuidado de una persona con Síndrome de Down, no ha dejado de trabajar y hacer otras cosas que le apasionan, como cultivar orquídeas, cuidar de mascotas y viajar.
“Soy madre, soy esposa, soy trabajadora, que es muy importante, y combino todo eso con la crianza de mi hijo con Síndrome de Down, un joven exitoso, gracias a Dios y a todas las personas que han compuesto este engranaje, siendo yo la figura principal como madre”, comentó Annie.
Explicó que, para disfrutar del éxito de Luis Francisco, ha sido fundamental la “aceptación”.
“Pero como yo lo acepté desde el día uno, no he tenido que hacer el cambio este grandioso de tener que primero pensar, ‘ay, Dios mío, Síndrome de Down, ¿qué hago con él?’ Esa parte nunca ocurrió”, indicó.
En cambio, “sí ocurrió la parte del miedo, el desconocimiento”, pero le ayudó sus estudios de biología como parte de su profesión. Sabiendo qué era el Síndrome de Down, “me fui adaptando a esa primera etapa de madre, y de madre con un hijo que probablemente no podría hacer las cosas que iba a hacer otro joven”.
Agrega que fue de suma importancia instruirse sobre el Síndrome de Down, y con qué herramientas contaba para salir adelante.
Los momentos de mayor reto se fueron sucediendo, “cuando empezó a caminar, cuando le toca ir a una escuela, a un colegio, a un cuido. ¿Qué voy a hacer? Porque todo el mundo no se enfrenta a él. Hay personas que, por desconocimiento o por miedo, te dicen ‘ay, es que yo quisiera, pero es que yo no sé cómo tratarlo’”.
Afortunadamente, ha contado con el apoyo de su madre, “que fue un pilar”, su esposo que le ha acompañado en esa lucha, así como otras personas “que me ayudaron muchísimo”.
Tras comenzar los procesos de terapias, a los dos años de Luis Francisco, ya Annie sabía que su hijo no iba a tener problemas para caminar, pero sí iba a ser difícil que lograra hablar. Paralelamente, intercalaba su trabajo con el progreso de Luis Francisco.
“Me fui al Departamento de Educación, inscribí al muchacho. Le dábamos terapia del habla, semanal. Eso fue así diría como por dos años. Pues logré que mi jefa me diera un tiempo compensatorio en el trabajo, donde yo salía al Centro Médico, le daban terapia una hora, volvía y después yo me quedaba sola en el trabajo dos horas”, recordó. “Hay una ley, que es la Ley ADA, que da un acomodo razonable a estos papás (con hijos con diversidad funcional), y gracias a Dios en mi trabajo fueron bien condescendientes y me ayudaron muchísimo. Obviamente, yo cumplía mi parte. Yo después daba, no dos horas, daba 50 si tenía que darlas. Para mí, eso no era importante”.
De hecho, para poder superar los numerosos contratiempos, Annie asegura que se documentó muchísimo sobre la condición y sobre las leyes, al punto que hubo gente que llegó a pensar que ella era doctora o abogada. Asimismo, se informaba sobre las personas que le podían ayudar y aconsejar, algo que ella misma luego hacía, y continúa haciendo, con otras madres y padres que ve que no conocen qué pueden hacer y qué está disponible para asistirles.
“Y alguien siempre me ayudaba. Yo conocía mucha gente, por mi trabajo, porque soy desenvuelta, porque hablo con todo el mundo, porque me meto donde nadie me llama. Y todas esas personas me ayudaban, y me decían, ‘en tal colegio puedes ir a averiguar”, afirmó la mujer oriunda de Pinar del Río, en el occidente de Cuba.
Annie logró enviar a su hijo a un colegio especializado en Trujillo Alto, a donde, desde los dos años, viajaba “en una guagua de instrucción pública, solo, en un asiento protector que le compré”. Desde entonces, Luis Francisco viaja en guagua solo, o con se transporta con alguien que lo pueda ayudar.
“Eso era parte de mi terapia. Claro, yo estaba trabajando y tenía un teléfono al lado, ¿llegó? ¿no llegó? ¿quién me lo recogió? ¿quién lo buscó? Y si tenía que salir, pues iba”, aseguró, agregando que no se perdió ninguna entrevista, ‘field day’, o cualquier otro acontecimiento relevante en el desarrollo de su hijo.
Admite que sentía temor y se hacía muchas preguntas cada vez que lo dejaba solo, “pero en algún momento me decía, ¿y si yo no estuviera? Él va a estar solo. Tenía que pensar así. O era eso, o era dejar de trabajar y dedicarme a él completamente. Y a mí mi trabajo me fascina. Así que no podía dejar de trabajar. Lo necesitaba por la parte económica, y para seguir adelante, porque es algo que a mí me encanta. Yo mi trabajo lo llevo a la par con su educación. Nunca lo he dejado”.
Y los desafíos no se limitaron a la etapa de niñez y adolescencia. Más recientemente, atravesaron la difícil experiencia de la devastación del huracán María y la escasez que le siguió, que a su hijo había que explicarle para que lograra entender, y “quisiera que vieras cuando vino la pandemia. Eso fue bien difícil, qué el entendiera, que había una planta, que aquí no había luz, y que él tenía que estar todo el día aquí adentro, sin moverse, sin electricidad, con una planta pequeña, hasta que pendiera la grande. Pero se adaptó. Y al día de hoy no se quita su mascarilla, entra y sale con mascarilla”.
Por otro lado, aseguró que apoya a su hijo en cada empresa que se propone, ya fuera nadar, saltar desde un trampolín, bailar bomba, modelar, correr un maratón o jugar baloncesto, como ha empezado a hacer recientemente, aunque eso conlleve cada vez más actividades a las que tiene que llevarlo, pues, insiste, “pienso que tengo que lograr que él llegue a hacer lo más que él pueda solo, porque yo no soy eterna”.
Esa perseverancia, ha rendido frutos, pues Luis Francisco, a pesar de sus dificultades para comunicarse, sigue instrucciones sin problemas, es ordenado, tiene empleo desde hace varios años, “y hemos podido viajar con él a un montón de lugares, a representar a Puerto Rico. Por ejemplo, estuvimos en unas olimpiadas, donde se ganó cuatro medallas, en Grecia”.
“Imagínate, ¿qué más puedo pedir? Te lo digo y todavía lloro, que mi hijo se ganó una medalla, a la primera, y lo vi subir al podio con su bandera. ¿Qué tú crees? Pues tengo que seguirlo”, afirmó, con evidente emoción.
De hecho, entre aquellas cosas que deseaba, pero que había tenido que dejar de hacer, estaba precisamente viajar, “pero ahora lo integramos, y él viaja con nosotros. Y es tremendo compañero de viaje. Le encanta caminar, le encanta conocer”.
Asimismo, tuvo que dejar pasar una oportunidad de crecer en su trabajo y emigrar a otro lugar, porque tenía que considerar la posibilidad de tener los horarios correctos para las rutinas que tiene su hijo, como ir al Natatorio en San Juan en las tardes, o pasar los sábados bailando bomba en San Juan.
Annie, sin embargo, fue enfática en aclarar que “no soy la única que hace esto. Hay un montón de padres que hacen esto hace muchos años”.
“Yo lo hago porque amo a mi hijo. Simplemente. Y porque tengo una misión. Y esa es mi misión”, reiteró.