Tan pronto el joven Luis Eduardo Bueno, de 15 años, divisó a su padre, se levantó de la silla en la que se encontraba y se abrió paso entre la gente que lo rodeaba, diciendo: “Con permiso, fuera de mi camino, con permiso”.

El joven siguió así, hasta que se encontró frente a frente con su padre, el sargento Luis Bueno, a quien no veía hacía tres años.

 “¡Feliz Navidad, papá!”, le expresó el joven para enseguida extender los brazos y abrazarlo.

El sargento Bueno fue uno de 13 soldados puertorriqueños que este viernes arribó a Puerto Rico, proveniente de Augusta, Georgia, para pasar las navidades con su familia.

Los soldados, diez de la Reserva del Ejército de Estados Unidos de Puerto Rico y tres de la Guardia Nacional, llegaron a las 3:00 p.m. en un vuelo especial a bordo del avión Hércules C130, el cual aterrizó en la pista de la Base Muñiz, en Carolina.

Los militares, que estarán en la Isla hasta el 3 de enero, fueron recibidos por el Ayudante General de la Guardia Nacional, Juan J. Medina Lamela, mientras sus familiares esperaban desde lejos, en un salón de la Base Muñiz.

“Hace cuatro Navidades que no venía a Puerto Rico… Antes los regalos de los niños eran juguetes, pero ahora serán iPad, cámaras, porque ya ellos han cambiado sus gustos y están grandes”, dijo Bueno, tan pronto vio a su hijo de 15 años y a su hija, Beatriz.

Cerca del sargento, otra familia se reencontraba con su ser querido luego de casi dos años de ausencia en Puerto Rico. Se trataba del sargento Wenceslao Jiménez y su madre, Lilliam Hernández, quien no paró de llorar de la emoción desde que vio a su único hijo.

 “Cuando él decidió entrar al ejército, yo lo apoyé, pero no es fácil porque es lo único que tengo”, expresó Hernández antes del reencuentro con su hijo.

 Cuando lo vio entrar al salón de los reencuentros, la mujer se abalanzó al joven de 30 años de edad, quien también fue abrazado por su novia Iliana Roger.

“Esto es algo tremendo porque yo no esperaba volver en Navidad. Me decía: Ay, Dios mío voy a tener que pasarlas por acá solo otra vez’. Ya había pasado una Navidad por allá y como mi abuelo murió, pues lo más que quería era estar por acá y se me dio”, destacó Jiménez, quien estuvo destacado en Iraq y Afganistán, y quien precisó que lo más difícil de estar en combate es estar lejos de la familia.

 “Hay todo tipo de sacrificio, pero diría que el más fuerte y grande es alejarse de la familia. Te diría que es el más grande, y a pesar de que uno se puede comunicar, uno no siempre puede llamar”, dijo.

 Sobre la guerra, no fue mucho lo que abundó, solo que son experiencias que marcan de por vida.

“Como yo siempre le digo a mis soldados, son experiencias. No voy a decir que es lo mejor, pero ayuda a uno a crecer como persona. Uno ve muchas cosas que jamás uno pensaba que uno iba a ver y forma parte de mi vida, otro cuento más”, manifestó.

Muchos de los soldados que arribaron, y que provenían de diversas bases militares, llevan consigo las cicatrices de la guerra, las que se ven y las que no se ven. Pero de eso, es muy poco lo que hablan.

“Yo prefiero no abundar mucho en el tema porque es más personal, pero físicamente tengo mi espalda y las rodillas (lastimadas), y el resto de los problemas serían más emocionales, pero sigo pa’lante… Lo que me falta ahora es el lechón asao”, agregó Jiménez, quien dio gracias a Dios por reencontrarse con su familia porque, como recordó, “hay algunos que no llegan completos y otros que nunca llegan”.

El soldado César Escalante Osuna, de 38 años, fue otro de los que arribó con su bulto al hombro y una sonrisa de oreja a oreja. Se reencontró con sus hijos César y Adriana Escalante, de 12 y 15 años de edad, respectivamente, así como con su madre Norma Osuna y su hermana María Escalante.

 El primero en salir corriendo a abrazarlo fue su hijo, César, quien no podía ocultar su contentura de tenerlo nuevamente cerca.

  “Lo más importantes es la familia, ese reencuentro que uno tiene. Aunque yo he estado cuatro veces fuera del área, cada vez que uno regresa es una experiencia nueva y una emoción”, describió Escalante.

El último en salir del cuarto de encuentros fue el sargento Nelson Meléndez de la Guardia Nacional. Había estado sirviendo en Afganistán y regresaba a su patria para no volver a mirar atrás, ya que se retira del ejército.

 “Imagínate, estás regresando a los hijos, a la esposa, so estoy en la gloria, ya salí del fuego”, indicó para luego agregar que, después de todo, las guerras no valen la pena.

“Lo triste del caso es que nosotros vamos y cumplimos con la orden que se nos da, pero en verdad, cuando tú te pones a pensar, tú no ves cambio, lo ves igual… Pero estoy aquí y ahora a celebrar con la familia”, concluyó para salir del salón, apoyado de su bastón, la señal visible de que quedan cicatrices.