Cada viernes, la maestra de preescolar Emma Iris Roche Aguirre guardaba sus equipos para protegerlos de las fiestas del fin de semana, pues su salón de clases del Programa Head Start estaba ubicado en el centro comunal del barrio Ollas de Santa Isabel.

Así permaneció durante varios años, cuando al llegar los lunes, se enrollaba las mangas para pegar manguera y montar de nuevo el aula, a donde sobresalían los materiales viejos que recogía para transformarlos en instrumentos de aprendizaje.

Pero la abnegada educadora se cansó de laborar en esas condiciones, sobre todo, por su compromiso con los estudiantes a quienes dejó por poco tiempo para construir la escuela en su propia casa, ubicada en el mismo sector.

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Fue entonces que comenzó “su pecado de amor” a través del Centro Educativo y Desarrollo Integral Ángeles de la Esperanza (CEDIAE), un proyecto de base comunitaria.

“Así empezamos muchas cosas; relación comunitaria, quehacer cultural, siempre con la educación y la cultura. A esa línea me dediqué y casi todo en esta comunidad. Muy poco me moví a otros lugares, tanto así que a los 55 años me dio con retirarme del sistema por la politiquería. Ahí dije: ‘Voy a hacer una escuela en casa’. Este es el pecado de amor porque empiezo a trabajar con este proyecto de base comunitaria”, recordó la líder comunitaria.

“No me retiré, sino que moví de escenario y con el mismo estilo: trabajando con la comunidad y tratando de ocupar unos espacios. Me fascinó tanto que hice este ‘condominio’ y aquí estamos. No tenemos un lugar, ahora estamos como que sacando las cosas y tratando de buscar dónde nos vamos a ir porque es de base comunitaria y sin fines de lucro”, expuso sobre el proyecto incorporado en el 2003.

Recordó que la iniciativa comunitaria se expandió en la primera década del siglo 21, acogiendo preescolares en la mañana y por las tardes a estudiantes que llegaban buscando tutorías.

“No pensé nunca tener un centro de tutorías, pero empecé con primaria y empezamos la escuela cuando no existía el horario extendido, estamos hablando del 2001 al 2010. Por la mañana tenía el preescolar con cinco o seis nenes porque era un plan piloto y por la tarde hasta las 9:00 de la noche se me llenó esto aquí y tenía estudiantes de universidad formándose para maestras”, manifestó.

“Hubo niños que llegaron de segundo grado y todavía en octavo estaban aquí. Pero ahí fue entonces donde vi que empezaron a traer el maletín completo para que yo les hiciera las asignaciones y cosas y entonces me retracté. Pero pude ver las lagunas que venían arrastrando. Entonces, me dediqué a entrevistar a los maestros de cuarto grado, cuando se supone que (el alumno) sea independiente”, resaltó.

No obstante, la educadora comunitaria no se quitó, sino que ideó el Taller Artístico Creativo a través de una propuesta con el Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP), que cualificó para brindar talleres de teatro, pintura y baile a sus vecinos.

“Así es que empiezo a manejar bellas artes y comunidad. Caminé unos años con el Ballet Folclórico Bohíque que también se fundó aquí, otro de mis partos, y ese trabajo con el arte, el teatro, me convencí al ver todo ese laboratorio a través de esos niños, que el trabajo en equipo funciona para el mejor aprendizaje y formación de un estudiante. No tienes que enseñar valores sino clarificarlos. Son dos cosas distintas”, resaltó.

“Luego agregamos ambiente, me asocio con Extensión Agrícola y ahí desarrollamos talleres de siembra orgánica, club de niños y agricultores. De dar tutorías, este laboratorio me ha llevado a llenar unas lagunas que hay en estos niños”, admitió.

En la búsqueda de herramientas para continuar llevando un rayo de esperanza en medio del caos, comprendió que la escuela tenía que plantar bandera fuera de cuatro paredes.

Pero se les ha hecho cuesta arriba pues, luego de hallar un terreno aledaño a la chimenea de la antigua Central Cortada, “Hacienda nos negó la exención, no tenemos derecho de administrar ninguna propiedad pública y menos con la agencia del gobierno como es la Autoridad de Tierras”.

Esto luego de arrendar el lugar durante dos años.

“Se nos dio un arrendamiento y muy fuerte. Comerciantes, arquitectos, ingenieros, gente luchadora y estaba todo muy bien hasta que llegó (el huracán) María. Los estudiantes fueron los que más se afectaron, los donativos y grupos de apoyo se dispersaron y aquí estamos, tratando de ver cómo podemos mover los corazones de nuevo”, expresó.

De otra parte, Roche recalcó que el proyecto no está detenido y están trabajando de manera itinerante.

El taller más reciente fue en diciembre pasado bajo las cuatro ceibas a la entrada de la comunidad, al integrarse con el Programa de Extensión Agrícola mediante una iniciativa llamada Compromiso, Ambiente y Salud (CAP), que enfatiza la escritura creativa y la poesía.

“No tuve hijos. Todavía llevo en mi vientre a la comunidad. Es como que una responsabilidad de que un niño me necesita, un joven me necesita. Cada día es más difícil, primero porque se ha perdido la confianza en los líderes, los jóvenes no tienen modelos a seguir, y si los adultos que estamos al frente tenemos una codependencia de algo que ya no sirve, porque el sistema educativo no sirve, los jóvenes están sin zapata”, lamentó.

A sus 75 años, Emmy Roche se aferra a un milagro para acondicionar su casa o conseguir una estructura que le permita continuar con una educación sin barreras.

“Que se dé un milagro para poner esta casa en condiciones, yo nunca pensé tener una casa, sino que me veía con una mochila en la espalda por los países subdesarrollados, pero por orden divina, me quedé aquí. Otra meta es sacar el proyecto de aquí, buscar un lugar para poder continuar la meta de la escuela, aunque sea del k a 3″, expuso.

“Si trabajamos esa zapata en términos de valores y una educación real, porque los maestros del sistema están obligados a seguir un currículo con unos intereses que no necesariamente son los niños, vivo en contra de la corriente. Tiene que haber algo, que caiga todo y empiece de nuevo. No perdamos la esperanza”, argumentó.