El trabajo duro no “escamó” a esta boricua para pagar sus estudios
Dayra Fonseca, quien trabajó varios años en una planta de procesamiento de salmón en Alaska, celebra su bachillerato en Ciencias de Imágenes Médicas.
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Trabajar de pie durante largas jornadas, todos los días de la semana, en un lugar sumamente distante y frío, y manipulando un producto maloliente, no es precisamente un empleo que muchas personas desearían.
Sin embargo, para la joven Dayra Xolange Fonseca Soto irse a trabajar durante el verano a una planta de procesamiento de salmón en Alaska fue la solución para cubrir los gastos de sus estudios universitarios, incluyendo la compra de un carro para viajar desde su casa en Vega Baja a la Universidad Central del Caribe (UCC) en Bayamón, donde hoy recibirá su diploma de bachillerato en Ciencias de Imágenes Médicas.
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Aunque reconoce que no es un trabajo fácil, no duda recomendarlo a cualquiera que necesite dinero para estudiar, pagar deudas, o cumplir con préstamos estudiantiles, entre otras necesidades.
¿Pero cómo terminó esta joven en ese remoto paraje de Alaska? Pues, una vez acabó la escuela superior, “mi mamá siempre me dijo que tenía que estudiar, pero a la misma vez como que: ‘yo no te voy a resolver la vida’. Ella me decía: ‘¿tú quieres un carro?, pues te lo compras tú si quieres ir a la universidad. Yo no te voy a comprar un carro’”.
Su abuelita salió al rescate y “me compró un chustrito que le costó como $2,000”, y la nieta consiguió un ‘part time’ en una tienda de ropa, “pero yo veía que cada vez que yo cobraba, al carro había que arreglarle algo”.
Entonces, la UCC avisó que el año siguiente, aún con la pandemia, las clases serían presenciales.
“Iba a estudiar tres días a la semana y los últimos dos días a hacer horas de práctica, que esas horas de práctica no me las pagan (…) el programa me pedía obligatoriamente cumplir, en un hospital trabajando. Cuando vi el precio de los libros que tenía que comprar, $150, $100, $80; gasolina, peajes; la bata costaba $100, el uniforme $100; también camisa y pantalón, el set; había que comprar unos tenis en específico… y yo decía: ‘¿qué voy a hacer con un trabajo a $7.25 (por hora) tres días a la semana?’ No me da”, lamentó Dayra Xolange, quien no podía acudir a su madre. Además, indicó que su padre nunca estuvo presente en su crianza; “nunca se ha preocupado por si a mí me falta algo”.
Entretanto, “el chustro” le dejó a pie cuatro veces, a las tantas de la noche. Así que, con ese escenario, y conociendo de esa posibilidad de trabajo en Alaska, tomó la decisión de intentarlo.

Pero la noticia no fue bien acogida por su familia.
“Cuando se lo digo a mi mai, ¡ja!… me dijo: ‘tú no te vas a ir de mi casa, tú tienes prohibido montarte en un avión’”, rememoró.
Otros familiares, compartió, la llamaron cuestionando su decisión. Incluso le advirtieron que “Alaska iba a arruinar mi vida, que qué iba a hacer con mis estudios. Toda la familia se me vino encima. Y yo, pero por qué no me llaman mejor para preguntarme qué necesito”.
Hasta el padre ausente apareció de la nada para cuestionarle, en vez de preguntarle si necesitaba ayuda.
“Yo dije: ‘no puedo’. Nadie me va a comprar un carro. Ningún familiar me ha preguntado ‘¿te hace falta algo? ¿alguna pieza del carro?’ Nada. Dije: ‘nadie lo va a hacer por mí, yo quiero ir a la universidad’. Y me fui”, explicó.
La experiencia
Así que, en ese verano de 2021, con 19 años recién cumplidos, su única ropa de frío acabada de comprar gracias a un dinero que le prestó un amigo, y toda la familia en contra, se montó por primera vez en un avión, y cuatro escalas y más de un día de viaje después, estaba en la isla de Dillingham, Alaska.
“Yo cuando me monté en ese avión… ¡Ay Dios mío! Yo empecé a llorar”, recordó sin poder evitar que se le aguaran los ojos y se le entrecortara la voz. “Fue bien fuerte. Fui sola, a ver qué pasaría, si aguantaría”, rememoró.
Solo tenía una persona de contacto que le había asistido en el proceso de llenar la solicitud, “pero no era que yo lo conocía”. Y aunque sabía inglés, “no era que yo soy bilingüe”, y por primera vez enfrentaba el reto de tener que hablarlo todo el tiempo.
Sin embargo, una vez en Alaska, comenzó “todo súper. Tenían traductor, en el hotel, conocí personas”. Explicó que “ellos te costean todo, el vuelo, el hotel, las comidas. Te lavan la ropa semanalmente, te dan hospedaje”.
“Pero, si tú no cumples con el contrato, y te quieres ir antes de tiempo porque no aguantas el trabajo, tú eres responsable de ti mismo una vez pisas el portón, tú te pagas el vuelo, porque pues, no cumpliste con el contrato”, agregó.
“Cuando yo supe eso, pensé: ‘aquí aguanto porque aguanto’. Todos los días me decía, voy a hacer una mujer fuerte y empoderada, y yo voy a aguantar. Todas las mañanas, te lo juro, me levantaba y me decía: ‘Dayra, nadie va a venir a hacer por ti lo que tú necesitas. Tú necesitas ser una mujer fuerte y empoderada’. Y me lo repetía todas las mañanas, a las 4:00 de la mañana, para entrar al turno”.
Y no era una tarea fácil, pues “el trabajo era pesado, me dolían las coyunturas, las manos se me hinchaban, me daba dolor de espalda. Hay sangre, ves tripas por el piso. El olor no es agradable. Hay mucha gente que ha vomitado, que le da náuseas, que a las dos semanas renunciaban”.
“Era un trabajo de 16 horas todos los días, no había días libres, de 6:00 de la mañana a 11:00 de la noche”, con media hora para desayunar y otra media hora para almorzar. Una vez terminaba, “tenía el tiempo contado para cenar e irme pa mi cuarto a dormir, porque entro a trabajar horita”.
Por si fuera poco, “me juzgaron un montón, sin conocerme. Porque me visto bien, me arreglo, pensaban que era muy ‘fresita’, o ‘fancy’, para ese trabajo, y a veces como que se burlaban de eso”.
Sin embargo, “fue una satisfacción demasiado de grande” lograr trabajar hasta el último día de la temporada, “y me felicitaron. Me dijeron, ‘diantre, Dayra, creíamos que te ibas a rajar a las dos semanas, y aguantaste”.
Una vez de vuelta en Puerto Rico, “lo primero que hice fue vender mi carro y cambiar mi guagua. Aun así, me sobró un poco de dinero, y con ese dinero me compré las cosas que me hacían falta, mis uniformes, mis batas, me puse al día: ‘ready’ pa empezar”.
Tan bien le fue económicamente, que incluso después de todos esos gastos, pudo pasar el primer semestre aquí sin tener que trabajar, aunque más adelante buscó otro ‘part time’, en horas de la noche y madrugada en un puesto de gasolina, “y en la tarde del domingo ere que yo podía estudiar, hacer mis tareas y mis asignaciones, porque esto es una escuela de medicina, y cogía exámenes todas las semanas”.
En 2022, viajó nuevamente a Alaska y “me ayudó también a seguir estabilizándome”, y a cambiar otra vez de carro, en esta ocasión, comprándole a su mamá, que es el que usa actualmente.
En el 2023, no pudo volver a Alaska, porque la compañía fue adquirida por otra y, aunque había llenado los papeles, no la mandaron a buscar.
“Ahí yo dije, se chavó esto aquí. ¿Ahora que hago?”.
Tuvo que tomar un préstamo en la universidad, de $5,500, que era el máximo que le aprobaban, “porque la beca lo que me hace es pagarme las clases y lo que me sobra es quizás $100 o $200”.
Asciende en el trabajo
En 2024, volvió a solicitar y la nueva compañía, conociendo de su experiencia previa de dos años, le ofreció una posición de liderazgo, a cargo de toda el área donde se recibe el pescado fresco, la misma en que había trabajado como procesadora.
“Fue mi primera vez dirigiendo y entrenando tantas personas. Y dije: ‘voy a ser una jefa como a mí me gustaría tener, quiero que ellos se sientan cómodos trabajando conmigo’. Y me fue muy bien”, afirmó.
“Y ahora voy a regresar este año, me voy el lunes, y me están ofreciendo otro puesto, que es más de control de calidad del pescado. Todavía estoy analizando si voy a aceptar o no, pero me dan oportunidad de crecimiento”, sostuvo.
Más allá del pescado: las imágenes
Además del bachillerato que celebra este viernes con su graduación, Dayra suma un grado asociado en rayos X y dos postgrados en CT scan y MRI. Planea tomar en septiembre la reválida de rayos X, todos de UCC.
Pero no se queda ahí, pues asegura que “también quiero estudiar medicina y hacer una maestría en administración de hospitales”. Para lo primero, ya se matriculó para estudiar el próximo semestre los prerrequisitos de clases y tomar el examen de admisión para la carrera de medicina, lo que costeará con el dinero que haga en Alaska este verano.
“Yo lo voy a intentar, y si no se me da, o no es para mí, pues sigo para la maestría, porque es algo que comoquiera quiero hacer”, aseguró.
En cualquier caso, insistió en recomendar ese trabajo de temporada en Alaska para cualquiera que necesite hacer un poco más de dinero, si bien no es la opción más agradable.
“Mi exhortación es que, por más dificultades, por más que nadie te apoye, que todo el mundo te cuestione, que tú sientas que no vas a poder sola, o solo, si adaptas tu mentalidad a que lo puedes lograr, y que nadie lo va a venir a hacer por ti, que tú eres el único dueño de tu destino y de tu futuro, y tú tienes el control de eso, lo puedes lograr. Todo lo que tú te propongas lo puedes lograr”, insistió.
“Mi recomendación es que se atrevan, que experimenten cosas nuevas, que se reten, que salgan de su zona de confort”.