Los ‘senior proms’ están a la vuelta de la esquina.

En mi pueblo, Cidra, le llamamos ‘class night’, no ‘senior prom’. Tampoco hablábamos de ‘senior trip’ con destino a la República Dominicana o Cancún; lo más cercano a ese concepto era un viaje en caravana de carros para el Charco Azul en Patillas.

Mi clase del 96 se llamaba Scarignius; queríamos alejarnos de los trillados nombres Génesis, Legends o Éxodo y luego nadie sabía pronunciarlo. Una cuota de $150 al año que podías pagar poco a poco y otras actividades de recaudación, entre ellas un ‘mega party’, nos permitieron generar fondos suficientes para contratar a Grupomanía, cuando Oscarito tenía un poquito de pelo y Banchy no había dado ¡su primera bofetá! Creo que el DJ fue Luigi, quien era el encargado de los parties desde que estábamos en séptimo. Puso ‘new wave’, boleros en inglés y salsa para alternar con la orquesta.

El presupuesto no daba para pensar en los salones de actividades de los hoteles. Tuvimos la suerte de que inauguraron el Centro de Bellas Artes de Caguas; de lo contrario ya el Club Rotario o el Club de Leones estaban esperándonos con los brazos abiertos.

Llegué tempranito a la actividad, vestida con un traje rojo que me hizo mi madre luego de copiarlo de una revista de Carlota Alfaro y un moño tipo Felisa Rincón de Gautier que me lo arranqué a mitad del party. Los ‘party bus’ no existían, por lo tanto cada cual lavó y brilló lo mejor que pudo el carrito de la familia. Los Corollita punto ocho, Tercel y Champ se apoderaron del estacionamiento.

Después de mi boda es la fiesta que recuerdo con más alegría. Los moños y peinados duraron lo que dura un temblor. Los tacos se acumularon en una esquinas y las fajas de las etiquetas que vestían los chicos guindando de las sillas. Tuvieron que prender la luz y pedirnos que nos retiráramos porque nadie quería irse. Puedo recordar ese día como si fuera hoy; la pasamos de maravilla, bailamos toda la noche y compartimos de lo lindo. Fue la última vez que vi a muchos de mis compañeros de clase.

No es poca cosa terminar el cuarto año; es un momento que merece una buena celebración, pero es también una etapa crítica, muy compleja y de mucho riesgo en la vida.

Como recuerdo aquellos momentos de alegría también recuerdo los regaños y los permisos denegados por mis padres, cosa que en aquel momento no entendía, pero que hoy agradezco. Nos hace bien buscar el anuario de graduación y disfrutar repasando aquellos alegres momentos. Nos ayudará a comprender a nuestros hijos en sus peticiones y por fin -luego de mucho tiempo- a nuestros padres en las denegaciones.

¡Feliz ‘senior prom’ a todos los graduandos!