Casas destruidas, inundadas por completo, familias enteras en los techos esperando por un rescate, ancianos encamados que pasaron más de una semana sin ningún tipo de ayuda, pacientes de diálisis que llevaban días sin recibir ese vital procedimiento, personas con cáncer que no han recibido su tratamiento de quimioterapia, necesidades de todo tipo, hambre y sed, al punto de tener que recurrir al agua de un charco empozado...

Eso es y más es lo que ha visto José Rivera Quiñones, un piloto en comando de dos modelos de helicópteros -Bell 407 y Bell 429- de las Fuerzas Unidas de Rápida Acción (FURA) de la Policía de Puerto Rico, quien dice que en los 31 años que lleva como policía nunca ha visto una devastación tan grande y tantas necesidades en la población. 

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Lo dice con conocimiento de causa. Desde que se alertó sobre el paso de los huracanes Irma y María está acuartelado y trabaja turnos de 12 horas sobrevolando toda la isla con diversas encomiendas: transportando médicos a diferentes municipios, en misiones de búsqueda de poblados incomunicados, de rescate, llevando suministros de medicinas, comida y agua a comunidades aisladas y hasta verificando las antenas de comunicaciones  y colaborado con las compañías de teléfonos celulares.

“Tan pronto sacamos los helicópteros, al día siguiente del huracán, nos llaman con carácter de urgencia y nos dicen que en Toa Baja, en el sector Ingenio, había gente en los techos de las casas protegiéndose de la inundación. En ese momento no había nadie volando; eran las 7 a.m. del jueves. Empezamos a ver casas destruidas, inundadas, gente en los techos con sus mochilitas en la espalda. A medida que desalojábamos a una familia, ya había otro grupo en la casa del lado. Eso fue bien impresionante”, cuenta Rivera Quiñones, tras destacar la labor de su compañera o “crew chief”, Sheira Elías en esta misión. 

Fueron 63 vuelos y cientos de personas rescatadas, entre ellas ancianos, niños, bebés, mujeres, familias completas que abandonaban sus hogares sabiendo que lo habían perdido todo, con un “pequeño bultito con lo poco que lograron sacar”. Fue solo la primera visión de un escenario que se repitió a lo largo de toda la isla en cada misión que ha estado llevando a cabo el piloto. Por ejemplo, dice que luego de eso hizo un recorrido por los pueblos del área este  donde el panorama  era “como si hubiese caído una bomba y las casas hubiesen explotado”. 

“Era un escenario horrible. Y fue el mismo que vimos en Río Grande,  Canóvanas, Comerío y Naranjito, al igual que hacia el centro y oeste de la isla. En el área montañosa comenzamos a ver deslizamientos, casas sepultadas en las que solo se veían partes de ella, casas socavadas con una parte de la estructura en el aire. Es lo que he visto en casi toda la isla, hasta Lares, Castañer, Las Marías y en todos esos pueblitos de la montaña es más o menos el mismo escenario”, describe Rivera Quiñones.

Según explica el piloto, hay mucha necesidad de agua, comida y medicinas.  El miércoles pasado, dice que unos compañeros divisaron  una comunidad de 16 viviendas en el barrio Palmarito de Corozal, con dos ancianos encamados y  un infante enfermo que estuvo incomunicada hasta ese momento. “Ellos nos dijeron que estaban bebiendo agua de la que se empoza en los charquitos. Les llevamos agua, se llevó un pediatra y se hizo la gestión con el municipio”, cuenta el policía, quien indica que la labor que realizan es la  primera fase de encontrar a los que están incomunicados y llevarles la primera ayuda. 

Por ejemplo, dice que recientemente un compañero piloto divisó en el patio de una casa en Utuado, cerca del lago,  que se  había cortado la grama con la palabra Help (ayuda). “Estábamos en un vuelo llevando suministros a Las Marías y estaba con nosotros el secretario de la gobernación, William Villafañe, que ha sido muy vocal y todos los días llega con una guagua de provisiones y nos montamos y se va a atender con nosotros ese tipo de misión. En el lugar había dos personas mayores, aunque ese día también había llegado una sobrina que había caminado por tres horas para llevarles dos galones de agua. Posteriormente les llevamos comida y agua”, cuenta Rivera Quiñones, quien acepta que todo lo que ha visto y vivido en estos días impacta emocionalmente.

Sobre todo, porque se trata de personas con unas necesidades extremas. “Es llegar a un sitio donde, por ejemplo, hay ancianos que no han podido recibir medicamentos o ayuda médica; llegar y encontrarte un paciente de diálisis que tiene tres carros pero no tiene una carretera por donde transitar y lleva días sin poder dializarse. Cuando veo eso, sé que yo puedo  sentir cansancio, pero hay tanta necesidad que dos días de descanso que yo coja, son dos días que no va a haber un piloto para montarse en ese helicóptero y salir a atender esa emergencia”, puntualiza tras destacar que se trata de una obligación moral que tienen todos los policías.

(ileana.delgado@gfrmedia.com)
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