Hatillo. La marquesina de la casa de Glenda Santos Valentín en las parcelas Rafael González del barrio Pajuil de Hatillo, la ocupan cuatro máquinas de coser.

Su esposo, sus dos hijos, su nuera y varias amigas costureras participan del proceso de confección de los vistosos trajes que utilizan los más de 120 integrantes de unas cuatro comparsas del Festival de las Máscaras de Hatillo, a las que Glenda y su equipo le cosen los vestuarios.

Cada 28 de diciembre, miles de puertorriqueños de toda la isla, de la diáspora y también turistas, se dan cita en Hatillo para participar del Festival de las Máscaras. Para muchos, la magna celebración dedicada a las almas de los santos inocentes ejecutados por órdenes del rey Herodes –según la tradición judeocristiana- es motivo de algarabía. Para otros, como Glenda -quien hace 19 años se dedica a la confección de los elaborados trajes que usan las comparsas que participan del evento- representa largos meses de trabajo. Desde marzo, la veterana costurera comienza con la preparación de los trajes que los corredores utilizarán durante la celebración.

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Santos Valentín recordó que, aunque estudió costura en la Escuela Vocacional Antonio Luchetti de Arecibo, de inmediato no se dedicó de lleno a esta labor y comenzó a hacer trajes para las comparsas, prácticamente, por encargo del destino.

“Terminé de estudiar y no ejercí lo que estudié. Pero mi esposo un día llegó y me dijo ‘no tenemos costurera para el grupo de nosotros. ¿Tú te atreves a hacerlo?’ Y yo dije: ‘bueno, ¿por qué no? Si yo estudié eso’. Y entonces él compró las máquinas, y rápido me puse (a confeccionarlos) y el primer año que cosí, hice dos grupos. El primer año que yo empecé, uno fue con diseño y otro fue sencillo. Y me gustó. Me gustó mucho. Y me quedé haciendo trajes. Al año siguiente, volví e hice otra vez otro grupo, y me empezaron a buscar. Pero más cosía los trajes de él (esposo). Mis hijos siguieron también corriendo máscaras y cosía los trajes de ellos también, y de otros grupos”, narró.

De ese momento en adelante, y por 17 años consecutivos, Santos Valentín cosía de forma parcial.

Finalmente, hace dos años y según dijo, debido a la escasez de costureras para las máscaras, dejó su trabajo y se dedica a la costura desde que se levanta, hasta que se acuesta.

“A veces estamos aquí hasta por la madrugada. Llega alguien y yo lo siento en una máquina y lo pongo a coser”, dijo.

¿Cómo se hace?

La complejidad de los trajes, los diseños y los colores que se usarán, son los que definen el tiempo de confección de cada conjunto –que puede tomar hasta dos días para elaborarse- y su costo. El traje más simple, con diseños tradicionales, puede costar $130, aproximadamente.

Pero en los últimos años, ha predominado la tendencia a utilizar personajes de caricaturas, como los “Minions”, “Looney Tunes”, e incluso el conocido “Chester Chetaah”, entre otros, lo que complica la faena y eleva el costo.

El traje lleva varios procesos.

La costura del pantalón y la camisa, que puede ser una básica, se determina según la exigencia de los corredores. La labor puede complicarse cuando son féminas, que prefieren que sus trajes sean entallados y requiere un poco más de trabajo. Luego sigue la preparación de las máscaras y las pavas que llevarán el traje y, finalmente, la parte más elaborada, que es la capa o manto del traje, que lleva los diseños.

Glenda Santos Valentín junto a su familia se dedica a la costura de trajes para el famoso festival.

La confección de ese manto conlleva varias etapas, explicó la veterana costurera. El corte de la tela, el marcado del diseño y los colores, que normalmente lo prepara alguno de los miembros de la comparsa (básicamente, se dibuja el diseño en la tela y se marcan los colores que se usarán en cada área), la preparación del rizo –que son cintas de colores fruncidas- que luego se pegarán al manto siguiendo el patrón para crear el dibujo o diseño que llevará cada manto.

Precisamente, el rizo es la parte vistosa de cada traje. “Antes los trajes eran completos en rizo, pero ya no. Ahora se hace el traje con bien poco rizo y el manto es el que lleva todo el rizo”, señaló Santos Valentín.

Antes de comenzar la confección de los trajes de una comparsa, se prepara un manto de prueba siguiendo el arte y los colores proporcionados por el líder del grupo, para asegurarse que los patrones de colores y el resultado final de la caricatura, son del agrado de cada grupo.

“A veces hay que hacer ese manto varias veces, porque no les gustó un color y hay que cambiarlo, o porque el diseño no se ve como ellos pensaban. Todo eso se trabaja antes de comenzar a hacerle los trajes”, indicó.

Quedan pocas

Las costureras dedicadas a esta festividad, conforman un grupo reducido que, según la experta, va en picada. Apenas quedan unas 25 o 30 costureras en Hatillo.

Pero no todo parece estar perdido, por lo menos no para Santos Valentín, quien en cada edición del evento piensa que será su último año cosiendo. Y es que la veterana costurera cuenta con varias discípulas. Entre ellas su nuera, Tatiana Ramos Vega, de 27 años, y quien comenzó a coser hace un año “obligada”, y Aracelis Pérez, de 30 años y excompañera de trabajo de Santos Valentín.

Pérez relató que aprendió a coser desde temprana edad y tomó cursos de corte y confección en un colegio privado. Incluso, confeccionaba trajes de novia, pero cuando Santos Valentín la invitó a unirse a ella, la invadió el frío olímpico.

“Es la primera vez que yo hago esto, nunca he participado en el festival ni nada. Sí, sé lo que es el festival, pero es la primera vez que hago costura para el festival”, relató la mujer.

“Le dije a Glenda: ‘yo no sé nada de eso’, y yo sabiendo de costura, sé que es algo bien trabajoso. Por años he visto los trabajos que ella hace y sé que no es nada fácil y hay que saber hacerlo. Le dije ‘yo no sé nada, pero tú me dices y yo hago lo que tú me digas’”, dijo.

Tatiana, por su parte, narró que, aunque lleva un lustro en la familia de Glenda, no fue hasta el año pasado que comenzó a coser. “Ella me obligó”, comenta entre risas. “Empecé a ayudarla. Ella me obligó a hacer esto y me gustó. Nunca había tocado una máquina, ni me vi tampoco en ella, pero me gustó”, relató la joven de 27 años, quien ahora es capaz de coser un traje completo, incluyendo el manto, a pesar de no haber tomado una clase de costura.

De hecho, tanto es el amor que siente la joven por este arte de unir piezas de tela, que aunque reconoce que no es fácil y hay que tener paciencia para hacerlos, el día que finalmente su suegra decida colgar la aguja, “cuando ella se quite, yo me quedo sola haciéndolo, porque en realidad me gusta”.