Jorge Colón Rivera solo escuchó la respiración agitada de su padre al otro lado del teléfono. Él nunca le respondió. 

El extraño mensaje le fue comunicado a las 6:45 de la mañana. “Oigo que está respirando como agitadamente. ‘¡Papi! ¡Papi! ¡Soy yo! ¡Jorge! ¿Estás bien? ¿Estás bien? ¡Mira! ¡Papi! ¡Háblame! ¿Estás bien? Quiero saber si estás bien...’ Nunca dijo nada”, contó.

Alertados por la sospechosa situación, se envió a un primo al hogar de su padre en la calle Coronel Irizarry de la urbanización San Martín en Cayey, donde vivía con su esposa, Elisa Rivera, de 80 años; su hija, Elizabeth de los Ángeles, de 53; y su hijo Miguel A., de 57. 

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Mientras, Jorge “venía volando por la autopista” desde San Juan al tiempo que esperaba la llamada del primo. Pero “pasaban los minutos” y no se comunicaba. “Fue cuando me empecé a preocupar”.

Llegó a las 8:00 a.m. Varias patrullas habían acudido al lugar, alterando la rutina mañanera. Era evidente que algo grave había pasado. 

“Yo soy el hijo”, indicó al acercarse a la entrada de la casa. Entonces, le dijeron lo sucedido, el “comienzo de una pesadilla”, afirmó en entrevista exclusiva con Primera Hora.

Su padre, de 82 años de edad, se había privado de la vida luego de dispararle a su esposa y dos hijos con una pistola que había adquirido en 1959 cuando estaba a cargo de la tiendita de arroz y habichuela de su padre, Eloy Colón.

“Fue un dolor gigantesco... Nadie se esperaba algo así… Nunca mostró desesperación”, expuso. “Para toda la familia fue un shock emocional indescriptible... He llorado mucho. Jamás he llorado tanto”, agregó. 

Los cuatro vivían en los bajos de una casa de dos pisos. Arriba vivía la hermana de Jorge, María Mercedes Colón Rivera. A Elizabeth le habían diagnosticaron discapacidad intelectual severa y autismo; a Miguel esquizofrenia; y a Elisa, Alzheimer no avanzado, por lo que asistía diariamente al Centro Respiro en Cayey.

¿Quién era Miguel?

Pero en medio del dolor, Jorge sintió la necesidad de “reivindicar” la memoria de su padre. al tiempo que aseguró que “ellos nunca fueron abandonados”, aunque ahora reflexiona y piensa que “debí haberlos visitado con más frecuencia. Pienso que debía llamarlos con más frecuencia”.

Miguel se retiró de químico tras haber trabajado por más de 20 años en la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA). En cuanto a su carácter, el octogenario era proveedor, protector, amoroso y responsable. “Una persona que amaba a sus hijos y se desvivía por ellos”. 

“Pero mi papá era muy testarudo y él quería hacerlo todo. Él quería ser el cuidador, como siempre había sido el proveedor y cuidador de la casa”, agregó sobre el hombre mayor de ocho hermanos.

Su progenitor contaba con la ayuda de un ama de llaves para el hogar -de quien en ocasiones se quería desprender, dijo- y asistía a un grupo de apoyo para cuidadores de personas con Alzheimer. La familia también estaba tramitando institucionalizar a Elizabeth. Ya era evidente de que Miguel estaba cansado, aunque salió bien de los exámenes neurológicos. Lo llevaban al quiropráctico. No obstante, Jorge descubrió tras la muerte que su padre había ido al cardiólogo. 

Entonces, “¿qué fue lo que lo llevó a tomar esa decisión?”, se cuestiona insistentemente. Aun no encuentra respuesta. Quizás nunca lo sepa, reconoció el también químico y profesor en la Universidad de Puerto Rico.

 “Visualizo a él en esa mañana. Lo que él hizo. Primero, que tuvo que haber sido el momento más horrible en su vida, psicológica y mentalmente. Y que lo que hizo lo tuvo que haber hecho llorando. Porque él amaba a mi mamá y amaba a mis hermanos. Y él tomó esa decisión porque pensó, razonó, y llegó a la conclusión de que eso era lo mejor para mi mamá y sus hijos, y que era también lo mejor para mi hermana y para mí. De que si él faltaba, su esposa y sus hijos iban a estar peor que si él estaba vivo. Y tomó esa decisión... Estoy convencido de que él lo hizo por amor”, agregó. 

Pero lejos de estar bien, la familia ha sufrido mucho y ha tenido que acudir a servicios psicológicos y a la organización sin fines de lucro Alianza para la Paz Social (Alapás) -para víctimas de delito- en busca de sanación. 

¿Por qué necesitas tener esa respuesta?

Porque si hay alguna respuesta diferente a lo que yo pienso, a lo que yo sé, yo quisiera conocer más a mi papá. Yo traté de conocerlo toda la vida. 

Por eso quería grabar una entrevista sobre su vida, un “proyecto que ya, pues, no se va a poder hacer”.

Hoy, Jorge destaca que el caso vuelve a colocar sobre la mesa las necesidades de los ancianos y de adultos con discapacidad.

En lo personal, ha logrado identificar lecciones: apreciar cada momento y expresar el amor a los seres queridos “con más frecuencia”. 

A su hermano lo recordará como una de las personas más inteligentes que ha conocido. A su hermanita querida, la amará por siempre. A su madre la pensará como la mujer con “una sonrisa que nunca abandonó”. Y a su padre, ese hombre “especial”, será difícil olvidarlo porque cada día que pasa su rostro se parece más a él.