Nota del editor: La serie Boricuas en la Luna destaca las historias de los puertorriqueños que han extendido las fronteras de la Isla al establecerse por el mundo, cargando con nuestra bandera, cultura y tradiciones.

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Aunque unas circunstancias particulares condujeron a que viniera al mundo en tierras bastante distantes, Pedro A. Arroyo Ojeda no dejó de tener sus raíces bien plantadas en Puerto Rico. Y aunque el destino lo llevó de vuelta a trabajar en ese mismo país donde nació, Alemania, el cantante de ópera continúa sintiendo una profunda conexión con el archipiélago borincano, que no duda en expresar cada vez que se le presenta la oportunidad.

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Su papá y su mamá son ambos puertorriqueños, pero su padre era sargento en el Ejército de los Estados Unidos, y ese trabajo lo llevaba a distintas partes del mundo, y fue así que “Alemania fue la tierra que me vio nacer”. En esa temprana infancia, además, esa misma carrera militar les permitió “la dicha de viajar a muchos sitios” y, antes de que su papá se retirara, a sus 9 años, ya había vivido en Alemania, Italia, así como en Kansas, Maryland y Nueva York.

Con el retiro de su papá, la familia se mudó de vuelta a la Isla, y el resto de su crianza y educación intermedia y superior ocurrió aquí, en la colindancia entre Morovis y Vega Baja. Luego se fue a estudiar en la Universidad de Puerto Rico en Cayey, donde, tras completar su bachillerato en artes de educación secundaria en inglés, se dio cuenta de que “no quería ser maestro de inglés por el resto de mi vida”, y optó por dar un giro, comenzando entonces a estudiar música, para dar riendas a una pasión que había descubierto mientras estudiaba el bachillerato y se había integrado al coro de la Universidad.

“Esos años que estuve en el coro pues como que despertaron aún más esa pasión por la música y por el canto, y pues decidí entonces intentar irme al Conservatorio de Música de Puerto Rico”, recordó.

Comenzó un segundo bachillerato, con la soprano Zoraida López como maestra, y fue allí donde dio “mis primeros pasos en el mundo del canto lírico y de la ópera”, que sirvieron para que descubriera que eso era lo que realmente quería hacer “por el resto de mi vida”.

Luego de concluir el bachillerato, se fue a hacer estudios graduados a Ohio, al College-Conservatory of Music de la Universidad de Cincinnati, donde completó estudios de maestría y doctorado en canto clásico y pedagogía vocal, con el profesor Thomas Baresel como maestro.

Sin embargo, cuando ya estaba terminando el doctorado se encontró con que no sabía qué iba a hacer una vez se graduara, porque, “como dice uno, me fui en un viaje y no solicité trabajo en ningún lugar”.

Intentó entonces seguir la ruta habitual para un joven cantante de ópera, que es continuar con alguno de los programas de uno o dos años que se ofrecen en diferentes lugares del mundo, y donde continúan su entrenamiento, pero con mayor enfoque en la ejecución en escena. Sin embargo, esos programas suelen tener una edad límite de 30 años, y él, como había empezado a estudiar el canto más tarde, a sus 32 años era considerado “muy viejo”.

Pero, podría decirse que la suerte ya estaba echada, y el destino trazado de antemano, así que, cuando le llegó un email sobre una oportunidad en el Teatro Estatal de Meiningen, pueblo en el estado federado de Turingia, en el centro de Alemania, lo vio como una señal y sometió sus documentos y grabaciones. Poco después viajó a audicionar, y no tardó en recibir una oferta de trabajo, que aceptó sin dudar, pues a fin de cuentas en ese momento no tenía ninguna otra cosa que hacer.

En agosto de 2017, comenzó a trabajar en Meiningen, donde, “prácticamente nadie habla inglés ni español, y mis destrezas de comunicación en alemán no eran las mejores tampoco. Así que fue sumergirme en un mar de alemanes”, pero afortunadamente el haber crecido allí le ayudó a aprender el idioma “muy rápido”.

Al cabo de cinco años, en medio de los trastoques que trajo la pandemia, decidió que era el momento de un cambio. Lo encontró en el Teatro Estatal de Núremberg, ciudad en el norte del estado federado de Baviera, al sur de Alemania, donde está hoy día en su tercera temporada, con “el mismo tipo de función, primer tenor en el coro”.

Como parte de su trabajo, participa “en todas las producciones de ópera donde haya coro, que son la mayoría”. El teatro hace unas 15 a 20 producciones por temporada, y eso le ha permitido trabajar con directores de todo tipo, desde tradicionales hasta “contemporáneos, digamos un poco extrovertidos, y podemos decir un poco locos”, en una variedad de producciones, que incluyen operas clásicas hasta otras más modernas, en ocasiones con interesantes adaptaciones.

Admitió, entre risas, que mudarse de repente a Alemania, “fue intenso”, y no faltó el choque cultural, “en cosas tan sencillas como, por ejemplo, que en Alemania nada abre los domingos, supermercado está cerrado, farmacia cerrada, todas las tiendas cerradas, todo cerrado”.

No olvida aquel primer domingo en Meiningen en que salió “un momentico” a comprar leche para su tacita de café, y se encontró “el pueblo completamente desierto”. Luego supo que allí, descansar los domingos es parte de una muy arraigada tradición de origen cristiano.

Y por supuesto, el idioma fue el otro gran reto, pues de un día para otro tenía que trabajar todo el tiempo en esa lengua, y era, “aprendes alemán o aprendes alemán, no tenía otra opción”. Y no solo fue aprender el alemán de la escuela, ya de por sí con sus sonidos diferentes y su complicada gramática, sino que además tenía que acostumbrarse al dialecto local de Meiningen, que “tardé mucho en acostumbrarme. ¡Qué difícil entenderlos a veces!”.

Por otro lado, de su experiencia en Alemania, destaca que, “si no me equivoco es el país que más castillos tiene en el mundo”, y entre ellos el “exquisito” castillo de Wartburg, en la ciudad de Eisenach, en Turingia. También resaltó “las iglesias, porque casi todas acá son iglesias de siglos y siglos, y para mí siempre es impresionante entrar a una iglesia y ver tanta arquitectura histórica, y obras de arte y las esculturas y pinturas y todo eso. Me parece siempre bien interesante”.

Aunque se ha adaptado la vida germana, no ha dejado de expresar sus raíces boricuas en cada oportunidad que surja. Por ejemplo, cuando presenta recitales, algo que “me gusta mucho hacer” porque le da la libertad de escoger el repertorio y por tanto poder incluir temas la Isla, como lo hizo en el primer recital que ofreció completamente solo, que justamente llamó “Saludos de Puerto Rico”, y en el que incluyó canciones que reflejaban “la cultura taína, la cultura española, la influencia de la cultura africana, la vida cultural del jíbaro, de lo que es ser puertorriqueño y la vida en el campo, y el coquí, y el café, y el plátano, y toda esa riqueza cultural de nosotros”, hasta terminar con “temas un poco más populares como Preciosa de Rafael Hernández, Soñando con Puerto Rico, esas canciones típicas que nos dan mucha nostalgia, especialmente a los que estamos lejos de casa”.

Asimismo, la reciente celebración de su cumpleaños fue otro momento que aprovechó para dar a conocer a sus invitados, a través de su ‘playlist’, “mi salcita, mi merenguito, Olga Tañón tenía que estar, Elvis Crespo, Bad Bunny con su último disco que está espectacular, canciones viejas de Héctor Lavoe, Willie Colón, de todo un poco”, y de paso dio también un tutorial de cómo se bailar esos ritmos, a la vista de “una bandera de Puerto Rico bien grande que tengo en mi pared”.

Por otro lado, aunque admite que extraña la comida puertorriqueña, reconoce que “gracias a Dios y la globalización” encuentra casi todo lo necesario para producirla en los supermercados asiáticos o africanos, sea “plátanos, guineos, yuca, yautía, lo único que no he conseguido es panapén, pero consigo mis gandules, sazón, adobo”.

Con lo que no ha podido hacer las paces es con el café que se vende por allá, “pero para eso, cada vez que voy a Puerto, siempre preparo un hueco en la maleta para traerme por lo menos cuatro libras de café conmigo”, y a cualquiera que lo visite procedente de la Isla, lo primero que le encarga también es café.

Otra cosa que extraña muchísimo, “aparte de la familia, las amistades que uno tiene”, es “la playa, el sol caribeño, que me hace una falta inmensa”. Por eso, cada vez que vuelve a Puerto Rico, “voy a la playa por lo menos tres veces”, y ahí también aprovecha para broncearse, pues en de los largos inviernos sin mucho sol, “me pongo súper pálido”.

Asimismo, expresó que le hace falta “la personalidad del puertorriqueño, que es mucho más cálida, mucho más abierta a compartir con los demás”, aunque ya ha logrado un círculo de amistades “bastante grande” de diversidad internacional. En contraste, resaltó que, en general, “los alemanes son más cerrados, y tratar de desarrollar amistad con un alemán requiere mucho tiempo. Pero sí tengo que decir que, cuando te abren la puerta, y te brindan su amistad, es una amistad muy sincera y de por vida. Es una amistad muy, muy buena. Pero, pues, hay que pasar trabajo”.

Al final de cuentas, Arroyo Ojeda se reafirmó en que siente un enorme agradecimiento y orgullo de poder presentar a Puerto Rico ante otras personas en otras partes del mundo.

“Yo siempre digo que para mí es un honor decir que soy de Puerto Rico. Punto. Es algo que siempre llevo con orgullo”, aseguró, aunque admite que por momentos “cansa” que se confunda con Costa Rica, o con alguna otra nación, “pero yo siempre que tengo la oportunidad de corregir, lo hago”.

Puerto Rico tiene mucho, muchísimo que ofrecer. Y pienso que apenas estamos como que raspando en la superficie demostrando lo que tenemos, lo que somos. Y ser parte de ese grupo de personas que dondequiera que van pueden ser embajadores y dar a conocer más de Puerto Rico es más que un orgullo. Me faltan las palabras para poder describir ese sentimiento… es orgullo, pero más intenso”, insistió.

Finalizó su entrevista comentando que, si bien para lograr sus sueños “la vida me ha traído hasta acá”, a cada rato piensa sobre regresar a Puerto Rico, y aseguró que “definitivamente quiero volver en algún momento”.

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