En la mañana del jueves me levanté temprano. La alarma de mi teléfono no solo avisaba que eran las 5:30 a.m., también me acordaba que era mi último día en Dando Candela. Caí en cuenta que luego de aquella tarde todo sería diferente.

Me acostumbré a una rutina que me hará falta. Ir ajorada a buscar la ropa del día, accesorios, zapatos, arreglarme, repasar la información del show, buscar los nenes, llevarlos a cuidar, etc.

Manejando hacia Telemundo iba pensando en las cosas que seguro extrañaré:

Caminar por Plaza Las Américas y que alguien que jamás pensé que viera Dando Candela me hiciera la T de Telemundo.

Que alguna doñita me pregunte por la edad de Papo Brenes y si está casado.

Escuchar por el pasillo un grito de alguien diciendo “mire mi herrrrmano”.

Que en alguna actividad formal la señora que comenzó diciéndome que le hago daño a mi esposo estando en Dando Candela termine dándome información exclusiva para decirla en el programa.

Que alguna señora me pare para suplicarme que le diga por favor cuál es la verdad en el caso de Ana Cacho o Pablo Casellas.

Que Leo Fernández me pregunte cuándo le van a dar su carnet de prensa en el Departamento de Estado.

El bailecito descoordinado y el split de bailarín de Fernand Vélez.

Que me pregunten de dónde era la ropa que tenía puesta en el programa.

Estar en alguna reunión de alta alcurnia (en las que a veces me cuelo) y escuchar -de quien jura no ver televisión local- todos los detalles y el bochinche de Chicky Star, la mamá del Macho Camacho o el último videito de la Vampi.

Cerrar los capítulos nunca resulta fácil aunque pienses que estás haciendo lo correcto. Siempre tendrás dudas e interrogantes que retumbarán en tu cabeza, pero debemos decidir y asumir responsabilidades. Por más que disfrute lo que hago no compara en valor a lo que pierdo al no estar con mis hijos; ver a Miranda bailando ballet y a Adrián practicando taekwondo.

Nunca se está preparado para ver las luces apagar. Pensar que no volverán a prender, por lo menos como las conociste, genera miedo y nostalgia.

Recuerdo cuando prendieron por primera vez: “Trece semanas le damos”.

Ese era el consenso de los entendidos en la materia. Parecía una locura pretender competir contra el programa de más audiencia en la historia televisiva del país, La Comay. Pero era mejor el intento que nada.

El miedo a que las cosas no funcionen nos limita en ocasiones de arrojarnos en nuevos retos, nos evita ver las oportunidades. Sin duda alguna cosas fallarán, pero nunca lo sabremos si no nos atrevemos a intentarlo. Así nació Dando Candela. Fuimos madurando poco a poco luego de un comienzo atropellado y dificultoso, logrando el cariño de la audiencia.

Siempre me acompañará lo vivido, las enseñanzas, alegrías y penas. El sentido profundo de gratitud hacia quienes creyeron en mí. Aunque las luces prendan y apaguen para el espectáculo, siempre estarán encendidas para la amistad.